Al Son de la Pasión

DIECINUEVE

A las cuatro de la tarde de un lunes era lógicamente normal encontrar el bar vacío y Mel se alegró porque no estaba en el mejor momento para verse obligada a socializar con conocidos que intentaban ser amables. No lo estaba nunca, mucho menos ese día.  

Para remarcar esto, busco la mesa que estuviera más alejada de la puerta y se sentó de espaldas a las demás. No pasó ni un minuto antes de que el camarero se acercara y Mel ni siquiera lo pensó antes de pedir un Wiski en las rocas, ante su propia sorpresa. Era la primera vez que realmente tenía la intención de emborracharse, pero suponía que no era para menos. 

Si ya antes de su visita a la oficina de Yvonne se sentía horriblemente desesperada, ahora, después de lo que había escuchado, tal vez debería pasar directo a las drogas duras.  

Estaba tan enojada. Primero con su madre por hacer todo lo que le había contado y también lo que no le había contado, porque conociendo a Yvonne, las peores partes continuaban cuidadosamente ocultas, lo que lo hacía incluso peor. 

Pero más que nada estaba molesta con Matthew. Descubrir que él y su madre habían aceptado dinero para marcharse era incluso peor que sus mentiras. Y de ser así ¿por qué había vuelto? ¿Más dinero? Ese hombre, Benjamin Novak había dicho que Matthew era muy rico, ella misma podía dar fe de que no parecía faltarle efectivo. Entonces ¿de qué se trataba todo aquello? 

Mel dio un largo trago a su wiski y tuvo que hacer un esfuerzo para no arrugar la cara. Lo que menos quería era sentarse allí a pensar en Matthew Foley. Antes de que su ira creciera un poco más, si es que acaso era eso posible, vio como un bolso de diseñador chocaba contra el asiento frente a ella y al levantar la vista se encontró con el rostro de Charlie. Su amiga la observaba con los ojos achicados. 

—Mel ¿Está todo bien?  

—No podría estar peor, así que supongo que está bien. ¿Eso tiene lógica?  

Charlie negó con la cabeza antes de suspirar y dejarse caer en una silla. Miró hacia sus manos, directamente al Whisky que tenía a medio terminar. 

—¿Cuántos de esos te has tomado, Mel? —Había una nota de preocupación en su voz. 

—Eso no es importante, no es para lo que te llamé —replicó ella haciendo un ademan para quitarle peso al asunto. 

—Bueno. ¿Por qué no cambiamos tu wiski por un té helado y me cuentas para qué me llamaste? 

Charlie hizo amago de tomar el vaso de las manos de Mel, pero esta la esquivó. Al menos tenía buenos reflejos. 

—Solo cálmate, Charlotte. 

—Muy bien —murmuró su amiga, cruzándose de brazos—. Dime que sucede. 

—He sido una estúpida, Charlie... 

Tres horas, seis wiskis y un largo informe de su deprimente vida después, Charlie decidió intervenir con algo que no fuera un “qué mal”, “humm” o “por Dios”. 

—Mel, no quiero ser una amiga de mierda, pero tengo que preguntarte esto —suspiró— ¿Por qué diablos no lo dejaste explicarse? 

—Porque eso no serviría de nada y ahora no sé si quiero que me dé una explicación de las cosas que hizo o si solo quiero que se vaya al diablo.  

—Linda, no quieres que se vaya al diablo, sino no estarías aquí más ebria de lo que te he visto en veinte años. 

Mel gruñó. Sentía la cabeza dándole vueltas y de repente sentía demasiadas ganas de cerrar los ojos. ¿Cuándo fue la última vez que comió? 

—Bueno, digamos que sí, que estoy enamorada de ese imbécil, y digamos, solo digamos, que no quiero que se vaya al diablo... ¿Eso en qué afecta todo lo que me ha hecho? Me mintió, más de una vez, jugó con mis sentimientos, más de una vez, me vio la cara de estúpida, más de una vez... 

—Me queda claro —la interrumpió Charlie—. Mel, tienes que dejar que te lleve a casa, dormirás bien toda la noche y mañana puedes tomar un par de aspirinas y fingir que no tienes una resaca de mierda en el trabajo... 

—¿No te conté? —se le escapó una risilla— Ya no tengo trabajo.  

—¿Cómo que no tienes trabajo?  

—Bueno... mi mamá resultó ser una bruja venenosa y manipuladora y no quería tener que verle la cara todos los días y estoy harta de que quiera controlar mi vida todo el tiempo... El trabajo es como me controla ahora, Charlie, porque cada vez que quiere no haga algo, siempre usa ese argumento de “no es bueno para la empresa”, pues al diablo la empresa.  

Charlie se llevó la mano a la frente y resopló. 

—¿Qué te parece si te llevo a casa y vemos cómo resolver esto cuando estés sobria? 

—¿Llevarme a casa? —A Mel se le escapó otra risa nerviosa— No quiero ir a casa, pero no te preocupes Charlie, puedo llegar sin problema porque no estoy borracha —Intentó levantarse, pero perdió el equilibrio y cayó de vuelta sobre la silla. 

—Sólo te dejaría conducir si quisiera que te mataras. Ni siquiera puedes sostenerte en pie —señaló su amiga, entornando los ojos.  

—Son los tacones... —Hizo amago de quitarse los zapatos, pero Charlie la detuvo. 

—Mel, por Dios, no seas necia. Podemos ir a mi casa, ¿sí? Acabo de escribirle a Abby, será como una pijamada. 




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