Entró apresurada a la escuela, tropezando al cerrar la puerta. Podía respirar con tranquilidad, y para estar en calma se apoyó en la pared a un lado de la puerta, abriendo los ojos. Nuevamente logrando asustarse.
— ¡Oye! ¿Por qué tanto alboroto?
Preguntó Carol a unos centímetros de distancia. Se alivió que fuera ella con su agenda entre sus manos. Ya no tenía motivos para sentir miedo, en lo que restaba de la hora no podría sucederle nada.
— ¡La agenda!
Desvió el tema, provocando que Carol fijase la mirada hacia aquellas manos sudorosas, por poco temblando.
— ¿Tienes frío?
—Sí, caerá una helada en la madrugada, lo sabía pero olvidé mis guantes en casa.
Sentenció, a medida que su voz era tapada por el timbre. Debían cursar literatura, pero los pensamientos ruidosos no dejaban la mente de Angie en paz. Creía que aquel presentimiento se había desvanecido al llegar a la escuela, pero no resultó ser así.
Se encaminó directamente a los baños, refrescando su rostro cansado por la noche anterior y cada una de las madrugadas que le arrebataba el sentimiento de tranquilidad, de estar sola y en calma. No sabía con claridad a qué podía referirse la sensación entumecedora, pero aquella era quien la alertaba cada vez que se acercaban las 3:30.
Levantó su rostro empapado ante el espejo, hasta que sus pupilas lograron ver el reflejo en este, uno oscuro, cubierto por cabellos largos y desprolijos que cubrían el gesto. Del cual por parte de Angie expresaba espanto.
Otras alumnas entraron al baño, acompañándola con su entumecimiento, no podía moverse por el pánico y ni siquiera el grito salía desprendido de su garganta. Pero las muchachas siguieron caminando, maquillándose con los espejos de al lado para continuar hablando entre ellas.
Pestañó repetidas veces ¿En verdad era otra obra de su mente? ¿Por qué nunca nadie veía lo que pasaba? No quería quedarse a descubrirlo, y corrió entonces hacia el exterior del baño, a tropezones, con lágrimas en los ojos y un temblor en los dedos que no conseguía detener.
Sus pies, mojados por el sudor, estaban congelados y entumecidos, dejándola deambular por los pasillos casi a rastras. No comprendía. Cada uno de los alumnos continuaba sus rutinas, sus horarios, sus sonrisas. Y en cambio los de Angie... descontrolados e incoherentes. No tenía conocimiento sobre cuándo cambiaron de una forma tan drástica.
—Oye, saliste corriendo del aula... ¡De nuevo estás tan apresurada!
Rió una voz contraria, calmándola unos segundos con el tintineo. Sí, Carol era la única que continuaba apegada a su rutina. A Angie. La única que la mantenía en pie.
—Carol ¿Podría dormir esta noche en tu casa?
A su lado era la única manera de sentirse segura. Lo estaba en su mente. Podía pensarlo, visualizarlo. Hablarían hasta cerrar los ojos, comerían frituras mientras se burlarían de las series. Calmadas, felices como siempre solían estarlo.
—Por supuesto, puedes quedarte al terminar la clase.
El dormitorio de Carol residía dentro de la escuela, pupila. Por supuesto, no era la única que dormía en uno de los dormitorios escolares. La mayoría lo hacía, al menos quienes no vivían cercanos a ella.
Angie llamó a su madre para avisarle sobre el cambio de planes en la noche. No conseguía parar de pensar en que pronto podría dormir fuera de la casa, en un departamento propio. Sí, eso es lo que quería, además de compartirlo con Carol al igual que en este momento.
—Ya puedes apagar la luz, me dormiré en unos segundos.
Susurró Angie entre bostezos, entrecerrando los ojos, a punto de quedar consumida por el incesante sueño. Al fin en paz. La cual extrañamente podía disfrutar.
Carol no contestó. Repitió entonces la frase, nuevamente sin respuesta alguna. Seguramente se durmió antes que ella, sin avisarle siquiera. Estiró el brazo con los ojos cerrados, intentando alcanzar el velador de su lado contrario con las esperanzas de agarrar el cable y oprimir el botón con forma circular.
Editado: 09.11.2020