Al terminar el otoño

Capítulo |33|

Miranda Livingstone 



—¿A qué edad perdieron la virginidad? —pregunta Alessandro girando la botella de vino que nos dejaron al centro de la mesa previo al inicio de la premiación. 

Es buen momento para cambiarme de mesa y fingir que no los conozco, aunque creo que desde antes ya le causabamos vergüenza a papá, puedo responder tranquila.

—Dijimos que no serían preguntas fuertes —aqueja Jolie acomodando por décima vez el escote azul de su vestido.

—¿Y dónde está lo fuerte? —refuta Aless—. Esos niños no salieron precisamente rezando.

—Ay no empiecen —los frena Isaí colocando ambos codos sobre la mesa—. A los dieciocho, pero todo se empezó a poner interesante a los veinticinco —comparte una sonrisa cómplice con su esposa y una caricia ambigua con sus manos. 

—Ya imagino a Isaí todo asombrado después de haber estado con Jolie; ¡Y yo que pensaba que esto era nada más era para mear! ¡Lo estaba usando mal!

Todos en la mesa se ríen de los chistes feos de Alessandro, me incluyo. Reímos al unísono.

—Ahorita dice Alessandro que la perdió ayer, pero bajo el sagrado sacramento —debate Is.

Christina atraviesa colores no registrados por la humanidad mirando directo el mantel.

—A los veinte —zanja Aless—. No tuve las hormonas aceleradas como tú. 

Los tres enfocan su mirada en mí. 

Maldita-sea.

Inhalo hondo, ignoro que mi prometido está a mi lado, que Alessandro trae a su ángel malvado en mi contra y prosigo.

—A los veintiuno.

Daen hace cuentas con los dedos y se queda serio. No es el único que las hace, pero el rostro de ojos grises sonríe maléfico y el de mirada celeste tiene la boca por el piso.

—A los dieciocho también —informa Daen irrumpiendo nuestras sonrisas acomplejadas.

—La siguiente es el nombre —continúa el mayor haciendo que hundamos la cabeza.

—Estás idiota Aless. Además es mi turno, no hay forma de que responda más.

Frente a nuestras narices los flashes se encienden. Los camarógrafos y reporteros se acumulan cerca de la entrada cubriendo una nota más. La más novedosa de acuerdo al nivel de júbilo que los he visto experimentar. 

Hannah aparece a lado de Louis Iverson luciendo un espectacular vestido rojo sumamente pegado a su increíble figura, lleva un escote revelador y su cabello achocolatado peinado en ondas con un sublime tocado negro en el lado izquierdo. Muy al estilo de las actrices de películas clásicas.

El pianista no se queda atrás, tan formal y cubierto como siempre. Su misterio resulta seductor, no por nada tiene embaucadas a todas las chicas de la ciudad.

Hay alguien más. Los reporteros se abalanzan sobre otro hombre de traje azul celeste con moño rojo cazando su atención. Maximiliam. 

Una versión seria y apartada de él. Verlo me congela, su traje está muy pegado a los contornos de su cuerpo, luce más alto, más profundo y sí, demasiado atractivo.

Comienzan a preguntarle sobre su filme, su inspiración, si habrá una segunda parte, y sus proyectos actuales con la agencia Simmore. 

Este es el verdadero Maximiliam, no el chico escondido en la clínica, no el hombre divertido y risueño.  No el que raramente se había centrado en mí. 

Ni siquiera he podido ver de qué va el corto, pero con los fragmentos estallando en la red me doy una idea.

Hay otra mujer a su lado que con disimulo toma su brazo, la conozco bien; Emma.

Lleva un bonito vestido lila que vuelve su piel más clara y su cabello va totalmente recogido por un fino tocado. Estoy segura que reservó tiempo en el salón para verse linda para él. 

Sus manos se unen frente a las cámaras y mi corazón se separa en una horrible taquicardia.

Toda nuestra velada transcurrió así, observándonos a lo lejos, pero mirándonos a otro lado cada que nuestras miradas chocaban. Desafiandonos como los peores enemigos. 

Justo en este instante hay una pared invisible entre nuestras familias. Porque nuestras mesas están cerca y parece que nos dividen kilómetros.

Solo Alessandro se pasó a saludarlos y con toda educación fue correspondido. Tienen una elegante manera de atacar y sobre todo de herir.

Dada la hora Isaí ya se está paseando por las mesas de postres. Con tal de sacarme de esa silla opto por seguirlo pasando delante de ellos presenciando el momento preciso en que Hannah se cuela a su lado.

—Sí la montaña no viene a ti, tú no busques la montaña, es más que se vaya a la mierda la montaña —le aconseja la morena.

—Hannah —sisea atormentado.

—Quisiera decir que lo siento, pero lo único que lamento es que seas un menso.

—¡No puedo creer todo lo que hay aquí! Quisiera tomarme fotos con todos —canturrea Emma viendo pasar el desfile de celebridades por el medio del salón.

No me siento mal. 

Solo duele.

Duele ser una egoísta sin remedio. Debería estar feliz por ambos y en lugar de eso quiero frenar mis latidos, apagar mis ojos y cerrar mi pecho.

Quisiera irme, no haberlo visto, mucho menos conocido, poder odiarlo. Jamás haber congeniado con él, cuando es inocente de todo sentimiento.

Freno mis pensamientos y me concentro en la mesa de postres. Una parte de mí quiere llevarselos todos a la boca, llenar los vacíos emocionales aunque eso desate el más grotesco de los shows. Contenida tomo un mini cupcake de dieta, la etiqueta dice que tiene solo 150 calorías.

Esto se acaba en dos bocados, no me llena, no me aporta, y mañana tengo la primera prueba del vestido. Así que lo devuelvo a su lugar.

—¡Señorita Livingstone! —Me saluda Emma conteniendo abrazarme—. Luce hermosa. 

—Tú también. 

—El vestido me lo prestó Hannah, está divino.

—Hannah tiene buenos gustos.

—Yo soy la prueba —me responde la voz grave de Louis helándome. Ambas giramos y lo vemos bañar una banderilla de bombones en la fuente de chocolate a nuestras espaldas.



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En el texto hay: romance, comedia humor, diferenciaedad

Editado: 01.08.2023

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