Alas Negras

Capítulo Once.

RAQUIA, SEGUNDO CIELO.

UNAS HORAS ANTES.

Tiarsus movilizó al ejército de querubines, en cuanto llegó al palacio. Tenía luz verde para comenzar con el plan y eso lo hacía sentir emocionado. Mientras los querubines preparaban a los pegasos, Tiarsus se dirigió a la oficina de Herkiel y abrió el armario oculto detrás del gran librero en donde guardaban las flechas especiales, esas que podían herir e incluso matar a los ángeles y que solo se habían utilizado cuando Exul se levantó en armas. Si encontraba a los troneines junto a las brujas no dudaría en dispararles incluso si Barakiel se encontrara entre ellos.  Si bien Tiarsus sabía que él no podía matar a Barakiel, no estaba de más causarle algunas heridas de gravedad.

Agarró algunas flechas y las metió en su funda, cerró el librero y se dirigió a los establos para preparar a su pegaso.

­—Señor, las tropas están listas y a la espera de sus órdenes —dijo Galec al ver entrar a Tiarsus. Este era uno de los querubines más viejos, había peleado junto a Exul en mil quinientos siendo un joven y era quien estaba a cargo de las tropas hasta que Herkiel llegó al trono y puso a Tiarsus en su lugar.

—Bien —le contestó Tiarsus, subiendo a su pegaso—. No es necesario que vengas con nosotros.

—¿Perdón? —dijo Galec ligeramente irritado—. Creo que es necesario que vaya, si va a dividir a las tropas es conveniente que estas no se queden solas y haya alguien al frente de una de ellas —necesitaba descender al plano de los humanos sí o sí.

Si había algo que molestaba a Tiarsus era que alguien lo contradijera, y que Galec; alguien inferior a él lo hiciera le hacía hervir la sangre.

—A partir de aquí me haré cargo —se limitó a decir y tirando de las riendas del pegaso salió del establo.

La ira comenzó a fluir rápidamente a través de Galec haciéndole punzar la cabeza, su plan acababa de ser derrumbado sin siquiera haber comenzado.

*

PLANO DE LOS HUMANOS.

ACTUALIDAD.

Ragastra preparaba la poción en la cocina mientras Giselle terminaba de quitar los rastreadores a los troneines con ayuda de Eroan.  En un principio los troneines se negaron, ya que no creían en lo que la bruja les decía, pero al verlo con sus propios ojos de inmediato hicieron fila.

—Es increíble, jamás se me hubiese ocurrido que tuviéramos algo como eso —dijo Eroan cerrando la herida del último troneine—. Quiero decir, ¿no se supone que somos libres? —gruñó el ángel.

—Merecen la libertad, Eroan —le respondió Giselle golpeando el rastreador en el suelo con una piedra—. Desconozco el motivo por el cual se los han puesto, quiero creer que fue para protegerlos…

—¿Protegernos?, ¿protegernos de qué? No creo que haya sido por eso, creo que lo hicieron para controlarnos, porque no encuentro de qué exactamente nos estarían protegiendo —le interrumpió Eroan.

—En lugar de estar creando teorías deberían esperar a que Barakiel regrese y preguntarle ustedes mismos —dijo Ragastra metiéndose en la conversación—. Giselle, ven un momento. Necesito que me ayudes con algo.

Giselle asintió y con una cálida sonrisa se despidió de Eroan. Caminó hasta la cocina y se adentró en esta.

—Dime.

—No deberías meterte en eso—regañó Ragastra—. Sabes que es de mala educación difamar a alguien —le dijo sacando el cucharón con el que estaba revolviendo la mezcla.

—Lo lamento, abuela. —dijo caminando hasta su lado—. Pero tienes que aceptar que el ponerle un rastreador a alguien es violar sus derechos y su libertad —dijo con voz baja para evitar que Eroan escuchara.

—¿A caso eso y lo que nosotros hacemos para localizar a alguien no es lo mismo? —cuestionó Ragastra, colocando los botes donde vertería la poción—.

—Sí, pero nosotros solo lo hacemos cuando alguien está en peligro y…

—No te confundas, Giselle —la interrumpió Ragastra—. Ellos tienen sus motivos al igual que nosotros, así que deja de meterte en ellos y mejor ayúdame a sostener los frascos y a cerrarlos —dijo dando fin a la conversación.

Aunque Giselle, quiso continuar con la conversación decidió no hacerlo, ayudó a Ragastra con los frascos y al terminar los metió al fondo de la alacena. Para Giselle preparar pociones no era lo que más le gustaba, pero desde pequeña demostró tener una gran capacidad para hacerlo, por lo que Ragastra, decidió enseñarle absolutamente todos sus conocimientos sobre pociones. Lo que más le gustaba a Giselle, era la invención de nuevos conjuros y la aplicación de estos para la defensa contra la magia oscura, gusto adquirido gracias Katherine, su madre.

Al recordar a su madre miró a través de la ventana de la cocina con melancolía y se percató que en el cielo había algunas grietas en color naranja, lo que significaba que estaban atacando la barrera desde la otra dimensión.

—¡Abuela! —gritó Giselle de prisa—. ¡Están atacando la barrera!

Ragastra corrió de inmediato hacia la ventana. En efecto algo o más bien alguien estaba atacando el vecindario desde la otra dimensión.

—Rápido trae el amuleto, está en el cajón junto a mi cama y ven al jardín.




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