La pregunta que destrozaba la epifanía de la dulce estadía, y el margen que desata la inmensidad de las ideas; Elm arrojando pétalos con la mirada, los moribundos sueños escribían versos y las miradas cortantes solo hablaban de experiencias que desgarran la piel ceñida con la luna y las pulsaciones que hacían temblar las piernas.
Las ocurrencias de las personas al preguntarse qué quiere la vida de mí, son infinitas y son mil hipótesis que por la cabeza pasan; hacen que pesen más las cosas y se envuelven en la idea de conocer para qué llegaron al mundo y encontrar salidas, pero no siempre encontramos respuestas y si las hayamos quizás no sean las que el corazón pretendía.
Y los sueños se vinculaban, trazaban el horizonte y hacían que las cosas pasaran, al menos en la imaginación y la imaginación sería el motor de arranque para decir que no puede ser posible porque si cabe en la mente debe caber en la vida, así como el águila vuela por la cúspide de las montaña abrazando su mirada a un todo, los sueños son como entender por qué estamos donde estamos, el primer trazo para soportar la idea del qué quiere la vida de mí y es que su complejidad es como la oscuridad del triángulo de las Bermudas, indescifrable.
24 de septiembre, el cielo era pálido las nubes guardaban el peso de sus almas hasta el momento que ya no aguantaran, permanecía sentado, inquietante por sentir algo, con poca inspiración, pero con una historia que tatuaba los oídos al escuchar; ¿música de fondo? Sí, ¡era necesaria! Y tomaba un sabor a embriaguez que los labios se excitaban y las manos sentían que podía tocar el cielo y la textura de los árboles a la lejanía, -respiró profundo_ el día se desvanecía poco a poco, y solo era el movimiento de los planetas en manifestación que la luna saliese a acariciar la oscuridad y hacerla sensible a la humanidad.
¡Ya basta de problemas! grita el alma queriendo estar lejos, en medio de las montañas, fuera del bullicio y de los pasos acelerados de una nación en vía de desarrollo, era una tranquilidad, los relámpagos atenuaban y pintaban más el frío, un bostezo necesario y unos ojos medio llorosos, y Dios comenzó a susurrar a su oído y sus palabras sabían a rocío, ¡qué sublime! Parecía mentira o un cuento de hadas, pero nada de eso, porque estaba pasando debajo de la piel en medio de las venas y frente a las bahías que atormentaban al meteoro.
La vida parecía lejanía, parecía kilómetros, pero cada cauce tenía su resplandor, tan difícil era comprender la razón de las cosas y no sentir miedo, que aunque no exista, la fantasía la hicimos cierta, y debía de ser controlada hacia el margen de los suelos y el sueño.
Las desgarradoras pasadas a las que todo hombre puede pasar, tantas miles de millones de situaciones que pueden moldearnos, pesadumbres que alimentan las partes del cuerpo y hacerlas estrellas que palpiten a los bosques para que sigan sonriendo.
Nada era cierto, incierto parecía un poco más fascinante, y como un tsunami la realidad se complicó; y luego el juego de la vida comenzó. A Elm le inquietó un poco su mente una pequeña molestia que sintió en la parte inferior derecha de su estómago, pensó que solo fue un mal movimiento, y que debía ya no estar luego, y los días pasaban como las aguas de los ríos, hasta que volvió a sentir la misma molestia y ahí, las aguas se detuvieron, y comenzaron a retroceder para iniciar el desastroso tsunami; y se estaba desatando, sentía que algo le estaba estorbando, y ¿qué sería? no era la gran cosa de seguro y lo tomó por alto, pero luego iba creciendo, se alejaba y lo veía aún más horrible, con cada segundo que pasaba era más detestable, pero aun así lo hacía algo sin importancia, ya comer era un infierno, cereal era lo único que podía pasar por su garganta con destino a su estómago, caminar ya era algo más complicado, aun así él siguió en sus cosas, y era difícil, mirar a sus amigos caminar libremente sin temor, irse e incluso olvidarlo, dolía, pero ¿qué otra opción tenía? no había más, las noches se estaban volviendo un martirio, su cuerpo dilataba síntomas que no lo dejaban siquiera sonreír, no podía dormir ya y así se fueron ocho días amargos, y eran pesadilla, su madre preocupada, por ver como su cuerpo temblaba, y lo único que podía hacer era abrazar sus pies, y calentarlos por si era frío, y su amor se veía reflejado, verla así era como caer de un edificio de diez pisos y aun estar con vida, sintiendo el dolor de los huesos, ver la sangre como un océano, hasta que un viernes decidió averiguar qué era lo que le había quitado la paz, debía ir al doctor, y así lo hizo, porque no podía más, la noche anterior se había derrumbado en lágrimas porque ya no soportaba tal dolor, lloraba como un niño sin su juguete, y pedía a Dios mejor morir y ya no sentirse así, y ¿qué nefasto era para pedir eso?, al final se postró ante Dios y pidió con fe, y en la oscuridad una luz irradió su mirada y volvió a dormir después de tanto tiempo sin no hacerlo.