Albino: Bajo la cubierta de sangre Ii

Capítulo I: Aceptación

ACEPTACIÓN •

En menos de una semana pude darme cuenta de lo mucho que había cambiado y del cómo la oscuridad había cubierto la mayor parte de mi alma. Varios de mis sentimientos humanos desaparecieron mientras que otros más, como mi fuerza y mis sentidos se hicieron más fuertes, haciéndome casi imposible el poder controlarlos.

Mi apetito también había cambiado.

Lawrence, quien era el vampiro que estaba a mi cargo trataba de alimentarme con su sangre, sin embargo, no me era suficiente.

Me resistía a probar la sangre humana, así que había intentado beber de la mía, aunque hacer eso solo complicaba las cosas, además; no era la mejor de mis opciones, tenía que controlar todos mis instintos si es que no quería dejarme seca e irónicamente morir bajo mis propias manos.

Sonreí de forma estúpida.

Lo único que me quedaba era resistir, pero ¿cuánto más podría hacerlo?

¿Horas, días?

En realidad, no lo sabía, sin embargo, una parte de mí se moría por averiguarlo.

Caminé varias veces por la habitación con esa idea en mi cabeza hasta que sin darme cuenta llegué a la ventana. Los rayos del sol que había en estos momentos comenzaron a cubrirme. Gemí con indiferencia, no entendía porque para los vampiros era tan importante sentir algo como el calor de sol, no es fascinante ni tampoco excepcional, pero Lawrence, de alguna manera parecía disfrutarlo.

Lo observé por unos instantes, casi todos los días él se la pasaba ahí afuera, parado junto al estanque, admirando la belleza con la que el sol lo envolvía. Miraba ambas de sus manos, frente y dorso por horas. Parecía asombrado, supongo que extrañaba esa sensación de calor en su piel, y yo también la hubiera extrañado, pero eso era algo que jamás iba saber ya que a pesar de ser una de ellos, de alguna forma logré conservar algunos aspectos de mi vida humana.

Yo podía estar bajo la luz del sol sin que este me afectara en lo absoluto.

Aston no tenía idea alguna de cómo era que yo podía soportar los rayos ultravioleta que producía ese círculo amarillo en el cielo sin calcinarme, tampoco entendía cómo era que al beber otro vampiro de mí, este podía adquirir de cierta forma mi habilidad. Eso aún era un misterio para todos, aunque aún ignorábamos el tiempo que duraba su efecto tanto en mi cuerpo como en el de los demás.

Suspiré.

Al menos Lawrence era el único que parecía divertirse con eso ya que, tanto Arlus como Edward no parecían estar muy interesados en ser perfectos, eran un poco más reservados, casi nunca los veía salir de día, de hecho, casi no lo veía; excepto por los momentos en los que venían a verme.

Por el contrario, a Lawrence lo miraba casi a diario. Ese maldito vampiro se arriesgaba día a día al estar ahí afuera parado, pero poco me importaba.

Chasqueé los dientes.

Aún lo odiaba y siempre lo odiaría a él y a sus estúpidas memorias.

Ahora entendía porque Edward me había dicho alguna vez que, sin él, ellos no estarían aquí, y eso era porque…

—Odio cuando tiñes el color de tu cabello —dijo de pronto a mis espaldas su voz, irrumpiendo mis pensamientos.

Ni siquiera había notado su presencia.

Me giré lento y lo vi.

Edward descansaba a unos cuantos metros de distancia, se encontraba recargado a un costado del marco de la puerta con una pose bastante relajada, observándome; tenía las piernas cruzadas al igual que sus brazos que descansaban sobre su pecho. Me miró por unos momentos más, sus ojos oscuros seguían siendo preciosos y ahora con estos nuevos ojos que yo tenía, podía detallarlos con más claridad, al igual que su sonrisa seria y torcida; amaba cuando sus labios se curvaban ligeramente hacia arriba y de lado.  

—Lo sé —respondí—, pero no dejaré de hacerlo solo porque a ti no te guste. Detesto el color de este cabello.  

Él suspiró.

—Pues a mí me fascina. —Me dijo viniendo hacia mí—. Además, aunque lo hagas no creas que durará por mucho. Tú… eres diferente. Tú cuerpo ya no aceptará ningún otro cambio.

Al escucharlo dejé escapar un pequeño gemido y regresé de nuevo la vista hacia la ventana.

Odiaba que Edward siempre tuviera la razón. Mi cuerpo como él lo había dicho, ya no aceptaba ningún otro cambio, eso ya lo había comprobado. No podía cortarme el cabello o las uñas, tampoco podía causarme algún tipo de cicatriz ya que mi cuerpo por sí solo los hacía crecer o desaparecer. Trace una mueca, yo era perfecta, pero me desagradaba un poco la idea de no poder hacer algunos cambios radicales en mi persona, aun así, al menos agradecía que pudiera hacerme un par de rizos o maquillarme.

Sonreí.

Mi vista aún seguía clavada en mi reflejo. Los tonos oscuros me quedaban muy bien, resaltaban por mucho el color de mis ojos.

Intenté tocar el cristal, aún me era un poco difícil comprender en lo que me había me convertido, sin embargo, me detuve antes de siquiera poder llegar a tocar la superficie.




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