Albino: Bajo la cubierta de sangre Ii

Capítulo IV: Angustia

ANGUSTIA •

Lentamente cerré mis ojos justo cuando sentí una fuerte punzada alrededor de mi pecho, podía sentir todo mi cuerpo estremecerse y paralizarse al mismo tiempo, sin embargo, tenía que resistir.

Sabía que si me desmayaba en este momento todo estaría perdido, yo era la única que podía impedir que este maldito vampiro bebiera de mi sangre, así como también sabía que yo era la única que podía salvar a Edward y a su familia.

Maldición, en estos instantes podía escuchar su dolor y su agonía en el fondo de mi mente.   

Por él, solo por Edward tenía que resistir.

Con aquel deseo tomé sus manos entre las mías, no iba seguir permitiendo que este maldito vampiro nos continuará haciendo daño. Lo maldije por lo alto y el muy bastardo solo me sonrió. Lo vi ampliar su gesto y sin pensarlo dos veces me mostró sus afilados colmillos, dispuesto a alimentarse, aunque el sonido del aire siendo cortado muy cerca de mi rostro se lo impidió.

Al instante, caí al suelo de rodillas, no sabía qué era lo que me había sucedido, pero sea lo que fuera que aquel vampiro me hubiera hecho al mirarme me dejó sin la mayoría de mis fuerzas, sus ojos no solo ardían enrojecidos, tenían algo más que me debilitaba.

Desde el piso, escuché su imponente risa, luego lo miré alejarse de un salto y cubrirse rápidamente el brazo con su abrigo.

Varias gotas de sangre cayeron al suelo.

Inesperadamente todas las células de mi cuerpo se encendieron. Su sangre no solo se veía apetecible, tenía un olor exquisito. Aspiré como nunca antes lo había hecho, incluso ni la misma sangre de los humanos me había sido tan irresistible como aquella que continuaba brotando de su mano.

Enterré mis uñas en el suelo de madera mientras lo veía con un gesto molesto en la superficie de su rostro.

Aquel ser se encontraba mirando a Matthew, lleno de confusión y fastidio. Pensé que lo atacaría, pero no lo hizo, inclinó ligeramente su cabeza y en medio de un movimiento rápido bajo a tomar la otra parte de su mano que estaba a uno de mis costados.

Me sorprendí al mirarlo.

Su arrogancia y hermosura eran perfectas.

—No te preocupes por mí. —Me dijo en un susurro—. Nos veremos muy pronto.

Un fuerte escalofrío me recorrió la espalda cuando lo escuché hablarme en ese tono. No quería volver a mirarlo. Tenía miedo. ¡Maldición! No quería que ese hombre cumpliera con su promesa.

Me sonrió una última vez y en medio de un parpadeo desapareció de mi vista.

Aquel vampiro se había esfumado tan rápido como había llegado, ya no podía distinguir su aroma, tampoco podía sentir su presencia; era como si él jamás hubiera existido, aunque los restos de su sangre y el miedo que había dejado implantado en mí aún estaban latentes.

—¡Mierda!

Me quejé por lo alto.

Todo había sucedido en cuestión de segundos, mi cabeza no lo entendía, la mayoría de todo se había convertido en un completo desastre. Muchas de mis ideas se mezclaron unas con otras sin permitirme pensar con claridad.

Apreté los ojos con fuerza, necesitaba calmarme o de lo contrario sabía que en cualquier momento comenzaría a perder la cabeza. Empezaban a haber muchas voces dentro de mi mente, sobre todo podía escuchar a la de Matthew que no paraba de sonar.

Estaba asustado, lo sabía.

No me fue difícil identificar su miedo. Podía oír lo acelerado de su corazón.

Voltee a mirarlo, sus ojos estaban situados en sus manos.

Me levanté y fui hacia él.

—Está bien. —Le dije con calma—. Dame esto.

Con cuidado retire el hacha de entre sus dedos. Él me miró, aunque no dijo nada, estaba estoico, pensativo.

Suspiré.

Matthew era un chico bastante expresivo.

—¡Deja de pensar!

Le grité.

Sin embargo, no solo Matthew era el único que estaba pensando.

—Edward —murmuré casi al instante.

Me giré hacia él y lo vi, Edward estaba a unos cuantos metros de distancia, aguantando el dolor que le provocaba aquella terrible herida. Mis ojos inmediatamente se cristalizaron, era la primera vez que lo miraba sufrir tanto, su rostro estaba comprimido en más de una forma.   

Victtoria, quien estaba a su lado intentaba tranquilizarlo, aunque no era como si lo estuviera logrando.

Inmediatamente corrí hacia ellos, necesitaba curarlo ya que él, aunque supiera cómo sanarse, en estos momentos era como si no pudiera hacerlo, le costaba trabajo concentrarse, además, la herida en su pecho no estaba cerrando.

Sin pensarlo hice un corte en mi muñeca dejando escapar la sangre que corrió casi al instante, era densa y demasiada, bajé hasta él y la acerqué a su boca.

—Bebe.




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