Nunca una espera me había parecido tan larga ni el tictac de un reloj tan agonizante. El sanador Iyasu llevaba dentro del cuarto de mi madre los 15 minutos más largos e importantes de mi vida, sabía que por más que su título fuese “sanador” él no estaba aquí con una cura para ella, sino para decirnos a mi padre y a mí cuanto tiempo nos queda juntos, además de suministrarle algunas pociones para que en los últimos momentos ella esté parcialmente sedada y no sienta dolor. Pese a que soy consciente del poco tiempo que le queda, una pequeña porción de mí quiere creer que el hombre que se encuentra tras esa puerta podrá descubrir alguna cura milagrosa o al menos darle un poco más de tiempo. Envidio a los humanos, ellos siempre tienen algo en que creer, alguna entidad superior y sobrenatural a la que se aferran en este tipo de momentos pidiendo piedad y consuelo, nosotros no, sabemos cómo todo funciona, no hay más allá, no hay dioses, todo es energía, magia que está en constante cambio, ojalá hubiese algo o alguien con suficiente poder como para cumplir mis plegarias y darme más tiempo con mi madre, pero la realidad me golpea cuando la puerta de la habitación de mis padres se abre dando paso a una imponente figura envuelta en una bata celeste, mi progenitor es el primero en acercarse, su cara refleja terror puro mientras formula la pregunta más corta y a su vez, la más dolorosa.
—¿Cuánto?
—Una semana, quizá menos; lo lamento— respondió el sanador.
En ese instante todo a mi alrededor comenzó a girar, sentía las paredes cerrándose al igual que mi garganta, las lágrimas comenzaron a brotar de mis ojos con tal intensidad que no podía ver, lo último que sentí es a mi padre atrapándome en el aire y gritando mi nombre antes de que todo se tornara oscuro.
Esto sucedió hace cuatro de los siete días que me quedan con mi madre, mi padre lo lleva mejor que yo, a su modo, claro, se la pasa en la cocinando todo tipo de postres para mi consentirla. Por mi parte aún me cuesta estar con ella y no romper a llorar, me propuse compartir todo tipo de momentos juntas dentro de lo posible, el otro día decoré la habitación como Umanshi, una de las ciudades más lindas de nuestro mundo, le traje flores silvestres de Awari, el azul y amarillo llenaban la habitación de arriba abajo. Pero pese a todos mis esfuerzos siento que no es suficiente, ella me dice que todo estará bien, que debo ser fuerte; pero es imposible. Hoy tengo mis exámenes que determinaran si paso al siguiente año en la academia, odio ese lugar, pero me esfuerzo porque mis padres creen firmemente que la mejor forma de destacar son mis estudios, aunque a mi parecer ya lo hago bastante para mi gusto debido a mi falta de alas, una notable particularidad en mí, los de mi raza, los Ayeri, surcan los cielos con grandes alas de plumas de un sinfín de colores. Si bien la tribu tiene una zona de tierra para los visitantes que no poseen alas o para aquellos ayeris que por su avanzada edad se les dificulta volar grandes alturas o largos periodos de tiempo, la mayoría, por no decir toda la tribu, se encuentra en los grandes árboles de Saria, las casas están construidas en sus gruesas ramas que raspan las nubes, el único modo de desplazarse por la ciudad es volando, por lo que mi “defecto de fábrica” se dio a notar en cuanto comencé a moverme por los alrededores, más allá del patio de casa. Papá es un gran ingeniero, diseñó un aerodeslizador que utiliza gravedad inversa, ahora está tratando de encontrar inversionistas para poder producir más y que sea un invento de gran ayuda. Volviendo a la academia, en la primera mitad de la jornada son estudios teóricos, historia, ciencia, matemáticas; pero en la segunda, es hora de la magia, en esa instancia aprendemos a desarrollar nuestro poder. Todos tenemos un núcleo de energía dividido en dos, una mitad la posee cada habitante, independientemente de que tipo de criatura sea, esta energía nos permite realizar hechizos simples pero útiles, por otra parte, está la magia característica de cada tribu, el núcleo de los Ayeri nos permite controlar el clima, el día y la noche. Debido a mi ausencia de alas los únicos hechizos que puedo realizar son los simples, otro punto en la interminable lista de cosas por las que mis compañeros por llamarlos de alguna forma, me hacen la vida imposible, una vez hasta me escondieron el aerodeslizador y mi padre tuvo que llevarme a casa cargándome, luego de ese evento él diseñó una pulsera que cada que aprieto el botón el deslizador viene hacia mí. Pero dudo que el acoso que sufro sea algo interesante o por lo menos relevante en estos momentos. La academia aceptó mi ingreso como una excepción ya que mi madre es una de las mayores benefactoras de esta, asisto solo a las clases de magia básica y las teóricas. Los exámenes de este año son extremadamente complicados, pues de pasarlos, el año próximo sería el último. Debo admitir que una de mis más grandes preocupaciones es el hecho de que en mi título va a figurar que no pasé los exámenes de magia avanzada y dudo mucho que vayan a contratarme en algún trabajo importante teniendo esa deficiencia.
En la mañana me despedí de mis padres y fui a la academia luego de revisar cinco veces mis pertenencias tratando de no olvidar nada importante. En el turno matutino se realizan los exámenes básicos y de magia común, dejando la tarde para los exámenes avanzados, por lo que al terminarlos y confiada de que probablemente me haya ido bien, regresé a casa para el almuerzo. Platiqué con mis padres acerca de qué venía en las pruebas, además de comentarles que mañana tendría que ir a buscar los resultados. Luego de juntar todo lo del almuerzo, me dediqué a pasar la tarde con mi madre leyendo un libro acerca de los humanos, ella tenía un particular interés en ellos y en cada invento que desarrollaban, por mi parte había actitudes que me desagradaban, como su avaricia o el hecho de que contaminaban solo con respirar, supongo que no heredé su cualidad de ver la bondad en los lugares donde a mi parecer es imposible que esté. Cuando estaba anocheciendo mi padre volvió de trabajar con una noticia que perturbó mucho a mi madre, nuestra soberana la reina Catalina falleció. No era un secreto que desde hace un tiempo no gozaba de buena salud y al no poseer herederos se anunció que el título pasaría a su hermano Dimitri, vi por la tele-espejo como lo entrevistaban, cualquiera con dos dedos de frente notaría claramente que ese hombre no sentía en lo más mínimo la muerte de su hermana, lo cual siendo sincera me produjo un sentimiento horrible, pues si no es capaz de sentir ni una pizca de tristeza por su muerte ¿cómo sería capaz de sentir empatía por su pueblo? Anunciaron que mañana sería un día de luto y que todo permanecería cerrado, por lo que mis resultados tendrían que esperar. Durante todo el informe de los acontecimientos mi madre lloró desconsoladamente, era consciente de la admiración y respeto que sentía por su soberana, pero nunca imaginé que sería hasta tal punto. Luego de la cena fui a mi habitación a dormir, pero en la madrugada desperté sedienta al levantarme para ir a tomar agua pasé por frente al cuarto de mis padres y la vi escribiendo mientras lloraba desconsoladamente, me dijo que no me preocupara, que estaba por irse a dormir. Siendo sinceros yo estaba más dormida que despierta por lo que no le di importancia y volví a dirigirme a la cocina, luego de saciar mi sed regresé a mi cuarto.