Ese hombre me definitivamente me estafó, la casa -si es que se le puede decir así- se estaba desmoronando, parecía que desde hace un tiempo nadie vivía allí. Mínimo si me iba a engañar solo para cobrar la fortuna del viaje, que me dejase en un lugar donde podría encontrar alojamiento, pero no, ni en eso tuvo consideración. Frustrada me acerqué al azulejo del portón donde estaba la dirección, al leer lo que decía me di cuenta que mi teoría de la estafa era mejor que la realidad; esta sí era la casa del contacto de la reina. Mil ideas cruzaron por mi cabeza, justo cuando me convencía de que esto era real, las cartas, la gema, las pociones, esto no podía estar pasando, no sabía cómo sentirme, por un lado estaba furiosa, todo para nada, estoy en un puerto perdido en quien sabe que parte de Hyridion, y el supuesto contacto de la reina no se encontraba en la dirección que estaba anotada en el diario; pero por otro mi preocupación crecía descomunalmente, pues estaba sola y no tenía albergue, además que no tengo idea de por donde comenzar a buscar la gema. Mientras pensaba una solución una mujer de unos cuarenta y pocos se acercó a mí.
-Disculpa muchacha, ¿Puedo ayudarte en algo? ¿Estás perdida? - preguntó curiosa.
- Hola, verá... acabo de llegar desde la capital y me dijeron que tenía que venir a esta dirección- dije enseñándole el papel - Tomé un transporte desde el puerto y me trajo hasta aquí, pero parece que nadie vive en esa casa desde hace un tiempo. La dirección está bien, pero me dijeron que Doña Alberta vivía aquí- respondí tratando en vano de ocultar mi creciente desesperación.
- ¡Oh! Doña Alberta, pobre mujer. Efectivamente, ella vivía ahí pero lamentablemente falleció hace un tiempo y la casa quedó abandonada. ¿Eres su pariente? - comentó con pena
-Ya veo, es una pena. Y no, no soy pariente de ella. Solo me dijeron que si algún día quería venir a Hyridion podría quedarme con ella- respondí rendida.
- Si bien el portón está torcido gracias a los constantes intentos de robo, la puerta principal está cerrada por lo que no puedes entrar, pero podrías fijarte si en la pensión de Doña Camelia tienen un cuarto disponible, es barata, acogedora y tiene las comidas incluidas; está en la esquina a dos cuadras derecho por aquí, no tienes forma de perderte. Dile que Carmen te envió y no te hará problema para hospedarte; lamento no poder hacer más, pero tengo que irme, mis hijos están solos en casa. Fue un placer...
-Katherine, y gracias por la recomendación es de gran ayuda. Voy a probar suerte en la pensión. Nos vemos- Nos despedimos con la mano y fui rumbo a mi plan B de hospedaje. Afortunadamente papá me dio dinero extra para este tipo de situaciones.
Al llegar se notaba que el edificio era sencillo, pero no por eso parecía malo. Afuera había una reja y en el lateral la casa de un dixie, una pequeña criatura que protegía la casa y también servía para anunciar si alguien venía.
-Buenas tardes, quisiera hablar con Doña Camelia, me recomendaron esta pensión y me gustaría saber si tienen habitaciones disponibles.
-Hola amiguita, enseguida baja- contestó la pequeña criatura para luego meterse en su casita.
Pasaron unos dos minutos y una mujer de unos cincuenta y pocos bajo la escalera que daba a la puerta limpiándose las manos en el delantal. Estaba bien vestida, sencilla, su piel era azul marino pero un poco desgastado producto de la edad, su pelo era completamente blanco y en su nariz descansaban unos lentes. Me recibió con una sonrisa al abrir el portón.
-Buenas tardes querida. Me comentaron que estabas buscando una habitación, tenemos espacio, anda pasa. – me saludó abriéndome paso.
-Gracias. Sí, me encontré una mujer, Carmen es su nombre, ella que me comentó de su pensión y decidí venir a probar suerte. - comenté mientras subía la escalinata.
- ¡Oh sí! Carmen, que bueno que te lo dijo, en esta época es difícil encontrar alojamiento. Bueno, la pensión funciona así: Se paga por adelantado, si se paga la semana entera tienes 10% de descuento. El desayuno, almuerzo y cena están incluidos en el precio estos se sirven a las 8 am, 1 pm y 9 pm respectivamente. El baño funciona por horarios, al lado de este hay una planilla con diferentes turnos disponibles, anotas tu nombre ahí y para esa hora el baño es tuyo. No se permite la entrada de nadie ajeno a los que están hospedados aquí. Puedes contratar o no el servicio de limpieza de cuarto diario, las sábanas se cambian una vez a la semana, eso ya viene en el precio. En cuanto a lavandería está al final del pasillo, las maquinas funcionan con monedas, por lo que su costo depende de que tan seguido lave su ropa. Estoy por servir el almuerzo ¿Gusta acompañarnos?
La repentina cantidad de información me dejó un tanto mareada, Doña Camelia era una mujer de palabra rápida, pero supuse que era normal después de repetir el mismo discurso para cada persona que se hospedase allí. Asentí expresando mi gratitud y traté de sacar el dinero para pagar mi estadía, pero ella me detuvo, explicándome que podría pagarle luego de comer, que nunca caía bien dejar el bolsillo ligero antes de comer; reí ante sus ocurrencias.
Acto seguido aplaudió dos veces y una criatura que no logré identificar apareció, la mujer le pidió que llevase mis cosas a la habitación 9, asintió para luego dirigirse a mi pidiendo mediante gestos mis pertenencias, se las di y desapareció en un simple puff.
Doña Camelia entrelazó su brazo con el mío y nos llevó hasta el gran comedor donde había ya unas cuantas personas instaladas con claras ansias de atacar la comida perfectamente acomodada, debo admitir que hasta a mí me dieron ganas de sacar mi lado más salvaje, todo se veía sumamente delicioso. Doña Camelia hizo amablemente las presentaciones, Rosa, una señora mayor de piel violeta y ojos amarillos que parecían más grandes de su tamaño real gracias a unos lentes rojos con lunares, una interesante elección. Julio, un hombre adulto, bastante alto a mi parecer, con una barba de unos pocos días y orejas en forma de aleta que sobresalían bastante, según comentó era profesor en una academia cerca de aquí. Beatriz, y su hija Camila, ellas vivían en la pensión desde que la niña era una bebé, ambas eran muy parecidas, celestes y de ojos violetas la diferencia estaba en que el tono verde del pelo de Camila era un poco más intenso que el de Beatriz, pero salvo por ese detalle ambas eran idénticas. Y por último Celso, un hombre mayor de unos sesenta años que charlaba con Rosa, me fue imposible no pensar que hacían una pareja verdaderamente adorable.