15. Especial Alex Holworth.
Alex
Cierro mi casillero después de dejar mi mochila dentro y me recuesto sobre este mientras espero que ella aparezca. Doy un bostezo al aire por mi cansancio. Hoy me había levantado una hora antes de lo habitual y el cansancio comienza a hacer sus efectos. Además, de que ayer llegué a casa a altas horas de la noche y puedo contar con los dedos de una sola mano cuantas horas he podido dormir.
Observo con aburrimiento como los estudiantes pasan por mi lado para dirigirse a la cafetería y las miradas curiosas que me dan, al verme recostado con los brazos cruzados y esperando a alguien. No suelo esperar a nadie.
¿Tanto tiempo le puede llevar recoger sus cosas?
Vuelvo a dar un bostezo en el momento exacto que su cabellera rubia aparece en mi campo de visión. Está concentrada en la pantalla de su celular, observando algo y tecleando con velocidad mientras camina hacia donde todos los demás se dirigen ahora.
Espero que se acerque lo suficiente para llevar a cabo lo que tengo en mente; molestarla un tiempo. Me doy media vuelta, dándole la espalda y fingiendo que cierro mi casillero. Cuando su aroma tan peculiar llega a mis fosas nasales sé que está cerca. Muy cerca. Vuelvo a girarme para colocarme en el camino y fingir caminar por los pasillos. Su cuerpo se estampa contra mí, provocando que una maldición salga de sus labios cuando su celular se estrella contra el suelo.
Es tan tonta, creí que iba a poder salvarlo.
Me coloco de cuchillas antes de que ella lo haga y tomo el aparto electrónico en mis manos. Observo como la pantalla se ha hecho añicos al estamparse contra el suelo y niego con un movimiento de cabeza.
—Que torpe eres —comento, observando como sus mejillas se encuentran coloradas. Su ceño se frunce ante mis palabras.
—Tú te cruzaste en mi camino —me acusa, y me sorprende el hecho de que me observe a los ojos mientras dice aquello.
Cuando me tiro su estúpido batido en mi playera favorita no podía ni verme a los ojos del miedo que tenía, y no la culpaba. Después de todo, ese día no fue bueno para mí y ella termino pagándolo al colocarle la frutilla del postre a mi día de mierda.
—¿Yo? —pregunto con incredulidad, señalando mi pecho—. ¿Ahora es mi culpa que las personas estén más concentradas en estás basuras y no, en sus caminos? —Alzo su destrozado celular para que sepa que estoy hablando de está basura.
Me irrita demasiado cuando las personas están concentradas en las basuras tecnológicas las veinticuatro horas del día, que caminen en las calles con la vista en sus pantallas y te lleven por delante como si nada y no se disculpen por casi dejarte sin brazo o sin pie, cuando te lo pisan por no estar concentrados en el camino. Me irrita saber que hay accidentes de tránsito que son causados porque todo el mundo cree que es más importante atender una maldita llamada telefónica que prestar atención hacia el frente.
Soy un chico de diecisiete años que vive en un mundo donde la tecnología es indispensable y bla bla bla, pero la detesto.
—Déjalo —dice, restándole importancia a lo que sucedió. Ella da un paso hacia adelante, dispuesta a tomar su celular pero me hago hacia atrás para impedir su cometido. Suelta un bufido —. ¿Ahora qué?
—No sé, dímelo tú.
Su frente vuelve a arrugarse.
—Alex, dame mi teléfono —pide.
—¿Para qué vuelvas a llevarte a alguien por delante, como a mí? —pregunto.
—Ese no es problema tuyo —habla sin titubear.
Sonrío y observo hacia un lado.
—Me parece a mí o, ¿ya no te intimido tanto? —inquiero, volviendo a posar mis ojos en ella.
Sus mejillas vuelven a tornarse de un color rojizo. Claro que la sigo intimidando, como el primer día.
—No-o —miente.
—Claro —digo y avanzo un paso hacia delante. Ella retrocede uno hacia atrás. Vuelvo a dar otro paso, seguido de otro antes de que ella reaccione y se aleje—. Pero, ¿estás segura? —pregunto, estando frente a ella y a escasos centímetros de su rostro. La rubia alza su cabeza para encontrar mis ojos. Valientemente, termina por asentir. —¿Completamente segura? —susurro.
Sus ojos no dejan de observar los míos. Quiere parecer segura pero por dentro es un manojo de nervios. Lo sé. Puedo sentirlo. Sus labios se entreabren para responder y no puedo evitar observarlos. Ella los remoja y eso hace que tenga que apretar mi mandíbula para no lanzarme y estamparla contra los casilleros.
—Sí. —Su cálido aliento golpea mi rostro, cuando susurra las palabras de la misma manera.
Las risas de un grupo de chicos parecen sacarnos de nuestro ensimismamiento. Ella quiere alejarse cuando se percata que personas se están acercando, pero la tomo de la muñeca para que se quede en su sitio.
Giro mi cabeza para observar como el grupo de idiotas caminan con más lentitud de la normal cuando pasan por nuestro lado, lanzándonos miradas pícaras y risas estúpidas. Les lanzo una mirada para que se metan en sus asuntos antes de que les parta el rostro, y parecen comprender mi mensaje porque sus pies se alejan con velocidad, siguiendo de largo el camino.