Aleteos en la oscuridad

Capítulos 9 y 10 (Final)

9

En el fulgor verde azul de las bestias que nos rodeaban, apreciamos mejor nuestro lecho de muerte: una fila de árboles se extendía hacia el arroyo que daba al campamento, y por el otro extremo una caverna por la que al parecer, habían salido las arpías más pequeñas. Los animales elevaron sus cabezas, que se mecían lentamente sobre sus cuerpos alargados, como si se tratara de decapitados meciéndose sobre una enorme y gruesa cuerda en llamas. ¿Se preparaban para atacar? Más aleteos entre los árboles dieron a entender que se aglomeraban más. ¿Cuántas eran? ¿10, 20?

La más grande se acercó abriendo su mandíbula zafada, estiró su lengua y profirió un grito tan fuerte que aún sus crías hundieron la cabeza. La arpía de al lado también gritó y creí que mis oídos sangraban. Aquellos gritos no eran humanos. No eran animales, no eran de un ser que pudiera estar vivo.

Y entonces la madre arpía cayó sin vida al suelo. Las demás criaturas comenzaron a retorcerse, perdiendo el interés en Tita y en mí. Más chillidos ensordecedores nos helaron la sangre mientras los monstruos desaparecían entre los árboles. Otra cayó muerta poco antes de escabullirse y una tercera al golpearse brutalmente contra un árbol.

–¿Qué rayos hacen aquí?– gritó alguien furioso desde la cueva. Una luz anaranjada se asomó, dejando aparecer un momento después al hombre de la máscara de gas, que sonaba más preocupado que nunca.

Tres serpientes emplumadas con cabeza de mujer agonizando en el suelo después de un concierto de gritos diabólicos y aleteos descomunales, ¿Y lo que aquel hombre quería saber era qué hacíamos ahí?

Tita no lo soportó ni un minuto más. Habían ocurrido muchas cosas muy tétricas ese día y necesitaba con desesperación una respuesta, la cual, ya tenía en mente pero sentía la necesidad de confirmarla con sus propios ojos.

–¿Qué crees que haces? No deben entrar ahí, es peligroso– gruñó el trabajador con espanto, al ver que la muchacha pasaba de largo sus gritos y se dirigía al interior de la cueva. El hombre se quitó la máscara y vi su pálido rostro horrorizado mientras mi amiga se acercaba más y más al interior de la cueva. El hombre gritó con más histeria, al borde de un colapso nervioso, pero la muchacha no le hacía el menor caso. Sin embargo, para nuestra sorpresa, Tita se paró  repentinamente. Algo la había hecho detenerse. Una peste superior a cualquier cosa que hubiera olido en su vida. No se trataba de algo podrido ni de las hediondas fragancias que una cueva de zorrillos podía tener. Un brillo fosforescente le congeló la sangre cuando se dio cuenta de que la cueva de la que habían salido las arpías estaba llena hasta el tope de botes de galones de residuos industriales.

Goteando de uno de los contenedores, una sustancia verde viscosa fluía como un río pestilente directo a lo que a simple vista parecía un cúmulo de trapos viejos. Se trataba de un nido de serpientes con al menos 20 huevos, algunos quebrados, otros enteros, y un par de larvas que Tita miró con desagrado. Sus cabezas eran deformes y con rostros casi humanos.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

10

El lunes llegó y en clase todos evitaban mirar a Tita. El campamento de fin de semana había llegado a su fin con la noticia de que un vertedero tóxico clandestino había sido descubierto por una joven estudiante ecologista.

–Al fin se acabaron las risas– pensé. Aunque no me atreví a comentárselo, supuse que mi sonrisa era todo el apoyo moral que necesitaba a partir de ahora.

“Implicados en desastre ambiental tendrán que comparecer ante un juez de la suprema corte por delitos contra la salud de campistas, así como la fauna de una reserva natural que ahora será protegida y restaurada” rezaba el periódico del domingo.

–Excelente noticia– le dije, con una sonrisa de oreja a oreja. –Encontramos a tu hermano sano y salvo, descubrimos un escándalo y lograste hacer que las autoridades se hagan cargo de la reserva de árboles. Todo salió perfectamente bien.

–No del todo– comentó ella, con rabia –Ese es el diario del domingo. Ahora mira el de hoy.

“Trabajadores acusados de conspiración en desastre ambiental de reserva de Oaxtepec salieron libres de culpa, afirma juez. Después del juicio del pasado domingo los trabajadores y su supervisor, el señor Julio Aragón, fueron declarados inocentes y puestos en libertad mientras llega el turno del dueño de la compañía agroquímica de Oaxtepec a declarar su versión de la historia”.

–¿No es ese el hombre que encontramos varias veces en el bosque?– le pregunté, recordando la fantasmagórica imagen del hombre de la máscara de gas que miraba aterrado desde las sombras cómo Tita se acercaba a descubrir su sucio secreto.

–Sí– confirmó ella con disgusto.

–¿Cómo ha hecho para ser declarado inocente?– pregunté incrédulo.

–¿Cómo más?– me contestó secamente, como si un niño pequeño hubiera preguntado algo obvio –Con el poder del dinero.



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En el texto hay: monstruos, niños, bosque

Editado: 21.04.2020

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