Ante ellos había un gigantesco arbusto lleno de hojas completamente verdes, era majestuoso, completamente enorme, sin ninguna forma de ver hacia donde llevaba y, por si fuese poco los gritos desgarradores de Stephanie seguían escuchándose cada vez con más intensidad. Era como si la gárgola supiera que Alex se encontraba ahí y estuviera torturando a su amiga solamente para hacerlo sufrir.
― ¡AYUDA! ―se escuchaba.
― ¿Quién es Stephanie? ―preguntó Nathan.
―Es mi amiga, de hecho, es una de las razones por las que estoy aquí.
― ¿Y cuáles son las otras razones? ―Alex vio que no tenía motivos para mentir.
―Las otras razones... ―dijo Alex―. Son los chicos inocentes que se encuentran aquí, entre ellos mis amigas y mi hermana.
―Pero yo creo que es más por Stephanie ―dijo Ash.
―No es cierto― gruñó Alex.
―De acuerdo ―rio Nathan―. Mejor comencemos. Ash, tu viviste aquí, así que tú dirás... ¿Hacia dónde?
Los chicos voltearon hacia Ash, el cual había estado muy callado, observando el laberinto.
―Este pues... ―dijo Ash―. No recuerdo muy bien. He estado mucho tiempo fuera, cazando para comer. En el bosque. Ya no recordaba lo feos que eran los gigantes.
―Entonces Alex... ¿Qué haremos? ―preguntó Nathan.
El susodicho no sabía que responder, jamás había entrado en un laberinto. Le molestaban mucho los lugares cerrados. Cada vez que entraba a un lugar así se sentía atrapado. Volteó hacia la izquierda lentamente, al parecer el laberinto cubría todo el Camino.
A unos cuantos pasos de ellos, se encontraba la entrada, la cual era solamente un pequeño espacio de tres metros de altura sin hojas. Debían ir por ahí, de otra forma jamás llegarían a los secuestrados. Corrieron hacia la entrada.
El miedo llegó enseguida, ya que un viento apareció de la nada, una especie de brisa. Había dos caminos ahora, no sabían cual seguir, ambos se veían tenebrosos.
―Ash ―dijo Alex―. ¿Por dónde?
―No lo sé ―contestó Ash―. El laberinto ha cambiado.
―De acuerdo ―dijo Alex, recordando todas las películas que había visto, diciendo la frase más típica―. Dividámonos.
―Alex ―dijo Nathan―. Sólo son dos caminos, nosotros somos tres.
―Ash, irás con Nathan. Tomarán el camino de la derecha― dijo Alex después de pensar un tiempo. Sacó unos intercomunicadores de la mochila que les había dado Sam.
―Toma ―dijo a Nathan al entregarle un intercomunicador―. Si acaso tienen un problema, háganmelo saber.
―Vaya ―dijo el pequeño―. Sam ha pensado en todo.
―Alex ―murmuró Ash―. ¿Puedo hablar a solas contigo?
Alex asintió y fue con el dragón a una de las esquinas de aquel pequeño lugar de forma cuadrada en el que se encontraban.
―Alex, hay una cosa que si recuerdo muy bien del laberinto ―dijo Ash.
― ¿Qué es?
―Éste es el lugar más peligroso de todo el Camino de la Serpiente. Aquí no hay lugar seguro. Hay monstruos en cada callejón sin salida y cuando quedas atrapado con alguna criatura, unas puertas metálicas te cierran el paso hasta que uno de los que esté dentro... muera.
―Creo que podré manejarlo Ash. Preocúpate por Nathan, es tu responsabilidad.
―Alex, hay algo que aún no he mencionado.
―Y ¿Qué es?
―Este lugar no solo está plagado de monstruos, también hará realidad tus pesadillas más íntimas, debes tener una gran fuerza interior o perderás el juicio.
Alex sintió un muy profundo y aterrador miedo; no solo porque podía quedar loco ahí, sino porque sus pesadillas eran tan horribles que no quería ni pensar en lo que le esperaba dentro.
―Bien, linda charla motivacional, amigo ―dijo Alex tratando de sacudir el miedo, sin embargo, sus temblores lo hacían titubear―. Comencemos.
Encendieron los intercomunicadores. Nathan y Ash empezaron primero, caminando por el camino de la derecha, sigilosamente, sin hacer ninguna especie de ruido que pudiese delatarlos, y poco a poco se perdieron en la oscuridad, de pronto, el intercomunicador de Alex sonó por primera vez.
―Alex, Alex ¿me escuchas? ― dijo Nathan.
―Te escucho, Nat ―contestó Alex.
―Cuando lleguemos al final del laberinto, ¿Cómo te guiaremos hasta nosotros?
―No lo sé, Nat ―dijo Alex ya que en efecto esa parte la había pasado por alto―. Ya veremos.
En el fondo de la transmisión de Nathan se atinaban a escuchar lloriqueos y gemidos.
― ¿Qué es eso? ―preguntó Alex.
― ¿Eso?, es Ash. No ha parado de lloriquear desde que entramos.
―Bien, ahora entraré yo ―dijo Alex.
Con paso decidido, Alex Reidfield se internó en el laberinto por el sendero de la izquierda. Caminó cinco metros y de pronto, se escuchó un pequeño rugido, Alex no prestó importancia alguna y siguió. Caminó por cinco minutos, no había nada fuera de lo normal.
Fue entonces que su móvil comenzó a sonar.
― ¿Alex?
― ¿Sam?
― ¿Cómo has estado?, ¿En qué parte del Camino estas?
―Estoy bien, tranquila, estoy en un laberinto y... ―dijo Alex, pero a través del móvil se podía oír al padre de Sam lloriqueando de terror. El chico esperó unos minutos y luego prosiguió―: ¿Qué ha pasado?
―Es mi padre, cada vez que menciono el Camino le da un ataque de pánico, pero jamás le había pasado algo así ―una nueva brisa le sacudió el cabello y delante de él apareció una blanca luz.
―Cuida a tu padre, Sam ―dijo Alex perdido en sus pensamientos.
Alex colgó el móvil y lo guardó en su bolsillo. Siguió caminando y el rugido que lo atormentaba desde el inicio de su trayecto volvió a escucharse. No sabía lo que le esperaba dentro del laberinto, pero si sabía que sería horrible ver a sus pesadillas convertirse en realidad. Llegó a una intersección de otros dos caminos, se decidió por el derecho. Caminó cinco metros y dio vuelta a la izquierda, caminó un poco más y se volvía a la izquierda, de nuevo, de nuevo, hasta que de pronto llegó a un callejón sin salida.