Alex y Kate

Capítulo 3

Alex estaba durmiendo en paz hasta que sintió un aire frio tocando sus mejillas, su barbilla y su hombro. Abrió un ojo para encontrarse con una figura fantasmal.

—Disculpa que te moleste, ¿Podrías decirme que hora es?

Alex revisó su muñeca vacía.

—Lo siento. He perdido mi reloj — dijo arrastrando las palabras por el sueño.

—Lastima.

El ladrón volvió a dormir, por medio minuto. Cuando se dio cuenta de con quien estaba hablando abrió los ojos de par en par como una caricatura japonesa. El sueño lo había abandonado. Ni siquiera tres tazas de café y dos inyecciones de adrenalina podrían despertarlo tanto.

Miró al fantasma. Kate levantó la mano en señal de saludo.

—Hola.

Alex gritó y retrocedió hasta que no hubo más espacio en la cama. Se cayó.

—¿Qué estás haciendo aquí?

—Decidí darte diez minutos de tranquilidad. Quería que saborearas la victoria, aunque sea por un breve periodo de tiempo — la sonrisa de Kate se fue haciendo más grande hasta poder competir con la de un tiburón. El fantasma se rio a carcajadas —. ¿Por qué hiciste eso? — preguntó entre risas —. Ahora las ratas son diez mil soles más ricos.

—Creí que nuestro vinculo desaparecería al deshacerme del reloj.

Las carcajadas de Kate se hicieron más sonoras. El fantasma aparecía y desaparecía como si fuera un holograma en malfuncionamiento. Lo que si estaba en malfuncionamiento era la paciencia de Alex. Quería estrangularla. Causarle una segunda muerte.

—¿De verdad creíste eso? — Kate silbó con admiración —. Eres más estúpido de lo que pensaba. Eso me lo he inventado. En realidad lo saqué de un comic que leí cuando estaba viva. Pero me gusta decirle a los demás que me lo he inventado. Soy muy original.

Alex sentía que su corazón se detenía; una serpiente llamada “sudor frio” recorría su espalda y un par de gotitas de sudor adornaban su frente. El fantasma mantenía una expresión de inocencia, como si le dijera: Todo lo que te ha pasado en estos últimos días no es mi culpa, cuando es todo lo contrario.

Parecía que no había ninguna solución para deshacerse de ella. Alex no quería creer que se estaba volviendo paranoico, pero “la cicatriz de guerra” estaba latiendo. No la tiene porque un soldado enemigo le pateó una granada en la cara, o porque le dio un par de disparos no letales en la cara. Esa cicatriz es un producto de un accidente en una Barberia. El barbero que afeitaba a Alex estaba haciendo un trabajo excepcional, la barba espesa de su cara estaba por desaparecer. De repente la silla en la que estaba sentado descendió varios centímetros.

Ese repentino movimiento hizo que la cuchilla cortara algo más que barba. Todo el filo quedó manchado de sangre y jabón de afeitar. Un trozo generoso de carne cayó en el regazo de Alex. El barbero retrocedió espantado, con la cuchilla ensangrentada se parecía a un asesino de la mafia. Un novato porque llenó todo el suelo de vomito y su objetivo todavía seguía vivo.

Más de la mitad de su cara y toda su ropa quedaron manchadas de sangre. La sangre fue motivación suficiente para que los clientes se fueran del establecimiento. Alex trató de detener el sangrado con la bata que tenía amarrada en su cuello, no sirvió de nada, la tela era demasiado corta.

Un pequeño clip flotó frente a sus ojos. La figura de Kate se hizo visible.

—Encontré este clip en la silla — dijo el fantasma. Notó la herida y la sangre —. Esto va a dejar una marca.

Alex casi se desmaya. El barbero fue por una toalla para detener el sangrado. Pisó la sangre y el vómito y resbaló golpeándose la cabeza. Lo que el ladrón y el fantasma escucharon fue algo parecido a un huevo cayendo desde el segundo piso.

—Ve por una toalla — le ordenó Alex a Kate.

Kate regresó con dos toallas.

—¿Cuál quieres? ¿La azul o la rosada?

—¡La que sea! — exclamó desesperado.

—No, primero hay que ver el nivel de absorción y la calidad de la tela para poder elegir la mejor toalla.

Alex le quitó la toalla rosada y la pegó contra su mejilla rebanada. Salió tambaleándose de la barbería al hospital más cercano. Kate lo siguió como si fuera su sombra.

Alex se tocó la cicatriz, aunque el doctor le había dicho que no lo hiciera.

—Te pareces a Jonah Hex, ¿Sabes? — le dijo Kate apenas salieron del hospital.

Alex no tenía idea de quien era ese sujeto, así que lo tomó como un insulto. La miró con odio.

Cinco puntos. En la cara.

—¿Por qué yo? ¿Por qué estás aquí? — le preguntó Alex mientras se levantaba del suelo.

—Te lo dije la primera vez que nos vimos.

Alex no pudo salir del país. Ese precioso Rolex, del cual se había enamorado, y un maletín repleto de dinero se lo impedían. Hoy era el día en el que las cosas salían mal para Alex. La persona que le iba a ayudar a transferir el dinero a una cuenta secreta tuvo un colapso nervioso. Asesinó a toda su familia y luego se suicidó.

—¿No podía hacerlo mañana? — se preguntó frustrado.



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En el texto hay: ladron, humor negro, fantasmas y venganza

Editado: 10.08.2024

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