—Eres una persona increíblemente maliciosa, Alex. ¿Alguien te lo ha dicho?
—Si, un par de veces — respondió Alex totalmente despreocupado.
—Eres malvado.
—Me gusta más el término “vengativo” — Alex se puso serio por primera vez en toda la mañana —. Esta es mi venganza por esto — señaló la herida de su mejilla — y por haberme arruinado la noche con Shirley. Así que cállate y déjame comer mi postre.
Alex estaba comiendo una copa de helado de mango mientras que Kate lo estaba mirando (al helado). La copa era tan grande que podía confundirse con un tazón de sopa sin problemas. El tazón contenía cinco bolas (todas de mango), fudge, crema chantilly, trozos molidos de galletas oreo y una cereza en la punta. Cereza que Alex se estaba guardando para el final.
Comió una cucharita a medio llenar. A Kate le desesperaba que Alex fuera tan lento. El día era agradable. El calor del sol se mezclaba con una suave brisa mañanera. Si, el sol no estaba en su máxima capacidad, pero si Alex seguía comiendo con ese nivel de lentitud se iba a tener que beber el helado tarde o temprano.
—Delicioso — dijo Alex, quien tenía la boca marrón. En su copa había casi tanto fudge como helado — ¿Quieres? — le preguntó a Kate que no le miraba los ojos de encima.
Alex llenó una cucharada generosa de helado, fudge, crema chantilly e incluso la cereza y se la ofreció a Kate.
—Anda, es tu favorito.
—¿Cómo lo supiste?
Alex puso una cara que decía a todo pulmón: “¿Es en serio?”.
—Tú me lo dijiste, ¿Acaso lo has olvidado?
Una noche en la que no pasaba nada en la televisión; Kate, que era incapaz de dormir, decidió conversar con Alex. El terminar “conversar” para Kate era: Yo hablo y tú escuchas. Le explicó porque el evento Secret Invasion de Jonathan Hickman estaba sobrevalorado. Entre tantos balbuceos incomprensibles para Alex, Kate le dijo:
—Mis sabores favoritos de helado son: mango, chocolate y lúcuma. El que más me gusta el mango. No tienes idea de cuánto. Sería capaz de matar por un helado de mango.
Luego siguió hablando. Esa información fue lo único que se quedó grabada en la cabeza de Alex, quien apenas durmió esa noche.
El delicioso tren tomó un camino de regreso a la boca de Alex, quien hizo una mueca de satisfacción muy satisfactorio.
—Por favor Alex. Estás comiendo un helado, no te están chupando la…
—Esto no es un helado, es una experiencia — dijo Alex interrumpiendo a Kate —. Lástima que los fantasmas no puedan comer porque esto está sabroso.
—Sé que los helados son sabrosos. No necesito que me lo recuerdes.
El hecho de ver a Kate tan irritada fue mucho más sabroso que el helado, que no era tan sabroso. Prefería el tricolor. Para Alex esto era como tomar un vaso de agua después de pasar cinco días vagando en un desierto. Alex se había rendido, no podía deshacerse de Kate. Por lo tanto optó por irritarla e incomodarla, quizá así se vaya por su cuenta.
Kate gruñó con envidia. Alex atesoraba estas pequeñas victorias.
—¿Por qué sigues aquí? — preguntó Alex directamente —. Ya te dije que no voy a matar a tu padre hagas lo que hagas.
—¿Qué piensas hacer hoy? — Kate esquivó la pregunta.
—Nada. Me quedaré en mi cuarto viendo películas de guerra. Largas, aburridas y deprimentes películas de guerra.
Otra información vital que Kate le dio a Alex era que despreciaba las películas de guerra porque eran largas, aburridas y deprimentes.
—Tal vez ordene algunas pizzas — Alex le señaló un cartel que informaba que la heladería tenía un servicio de delivery.
Alex se quedó callado unos segundos. Kate no le había dicho todo de ella.
—No te lo tomes a mal, solo es una pregunta: ¿Cuál es tu tipo de pizza favorita?
—Aceitunas. Amo las aceitunas — respondió Kate.
—Entonces serán pizza de aceitunas y películas de guerra durante toda la tarde.
Kate soltó un bufido.
—No es necesario que me acompañes.
Ella levantó una ceja y miró a Alex con desconfianza. Kate no confiaba en Alex. Tampoco es que sea una persona digna de confianza. Después de todo es un ladrón y un asesino.
—No pienso dejarte.
—No pienso irme — Alex siguió comiendo y exagerando su disfrute. Un poco de helado se salía de sus labios marrones. El verlo disfrutar el helado de forma tan exagerada la irritaba mucho más que el mismo helado —. No estás obligada a quedarte conmigo. Ve a recorrer la ciudad, la región, el maldito país. Lo que tú quieras, yo te espero. Ya me estoy acostumbrando a tu compañía.
No era cierto.
—Tienes razón. Soy un maldito fantasma. Puedo volar.
El fantasma se elevó por encima de la mesa para probar su punto.
—Exactamente, eres un maldito fantasma que puede volar — Alex resaltó la palabra “MALDITO” —. Es una ventaja porque no tendrías que pagar ningún servicio turístico.