Kate no se llevaba bien con nadie. Ni con sus padres ni con sus compañeros de colegio (intentó envenenar al perro de uno). La única persona a la que podía llamar “amiga” era Sonia, su hermana mayor.
Su amistad comenzó tres años antes de que el mundo de Kate se congelará. Kate, de diez años, fue regañada por sus padres debido a sus mediocres calificaciones escolares.
Kate recibió un castigo de sin propina por un mes. Eso era un castigo bastante duro para ella porque sus propinas eran de veinte a cincuenta soles al mes. La niña se encerró en su habitación, tomó un recopilatorio de las mejores historias de Batman de su estantería y se puso a leer. Sonia tocó la puerta y entró sin que la invitasen.
—¿Qué quieres? — le preguntó Kate con brusquedad.
—Solo quería saber que estás haciendo.
—Estoy leyendo — respondió Kate con una voz más suave.
—Yo también tengo que leer algo — le mostró una copia de “Don Quijote de La Mancha” —. Me pagaron para hacer una monografía de este libro, así que tengo que leerlo.
Kate sonrió al ver el libro. Por su grosor no debía pasar de las cien páginas. Definitivamente era una versión resumida. Ella recordó a su profesor de literatura decir que la obra maestra de Cervantes era un libro grueso y difícil de leer.
Sonia estaba tomando el camino fácil, igual que yo, pensó Kate.
Sonia puso dos dedos en su cabeza, simulando un arma y disparó.
—Sangre por todas partes — dijo con una voz de zombie.
Kate se río e hizo un espacio en la cama para que se pudieran sentar. Ambas se pasaron más tiempo hablando que leyendo. Sonia aprendió algo de Batman y Kate, algo de “El Quijote”. El celular de Sonia sonó. Era su novio invitándola al cine.
—Tengo que irme. En unas horas continuamos, ¿Te parece?
—Por supuesto.
Sonia entró a su cuarto para cambiarse de ropa. Dejó su buzo y playera vieja a un lado para usar unos jeans ajustados y una blusa rosada. Tenía quince años. Viéndose frente a frente, Kate era una versión en miniatura de su hermana mayor. Ambas tenían el mismo peinado y los mismos ojos. En lo único en que se diferenciaban era en un lunar que Sonia tenía en el labio superior y en qué era más delgada.
En todo el tiempo que estuvieron charlando, Kate se devoró una bolsa de papas fritas.
Sonia la llamó dos horas después. Le contó que su novio estaba enfermo de apendicitis y tenía que ser operado de inmediato.
—Tengo dos entradas para una película de terror, ¿Quieres ir conmigo?
—¿No te parece raro que tu novio se haya enfermado en este preciso momento?
—No realmente. Kevin siempre ha sido muy descuidado y olvidadizo. Una vez tuvimos que cancelar una cita porque se acordó que tenía que recoger a su hermana. Es de esos hombres que perderían la cabeza si no la tuvieran pegada al cuello — Sonia comenzó a reírse —. Hombres, ¿Qué serían sin nosotras, no?
Kate no le prestó atención a la pregunta. Solo se imaginó a su hermana casándose con una cabeza decapitada. El resto de su cuerpo se ha perdido.
—¿Quieres ir o no? Detestaría ver la misma película dos veces.
—Si, si quiero — dijo Kate sin pensarlo dos veces.
—Te estaré esperando en el cine en una hora. Se puntual y por el amor de nuestro patrón Jesucristo date una ducha, ¿Quieres?
Kate hizo todo lo que le dijo. Igual llegó con su vestido manchado de tierra. Se tuvo que esconder detrás de un arbusto para evitar que Esther la viera y la delatara con sus padres. La velada fue perfecta. Kate amó la película. Era una nueva secuela de la saga de “El conjuro”, que resultó ser casi tan buena como la primera. Comieron muchas palomitas y helado y jugaron Hockey de aire hasta que se le acabaron las monedas.
—Imagina todo lo que se ha perdido Kevin — dijo Sonia mientras paraba un taxi.
—Ojalá sufra de apendicitis más seguido. Me he divertido como nunca.
—Por favor Kate no hables así — dijo Sonia seriamente. Tenía una expresión que podría agriar la leche.
Kate se disculpó avergonzada. Miraba sus pies. Sus zapatos rosados estaban manchados de tierras.
—Solo tiene un apéndice. Deberías ser más creativa. Ojalá le dé cálculos renales o un aneurisma cerebral.
Las dos hermanas comenzaron a reírse a carcajadas. Era verdad, Kate no recordaba cuando había sido la última vez que se había divertido tanto.
Esa velada marcó el inicio de una hermosa amistad. En poco tiempo las dos hermanas fueron como una y carne, inseparables. Todos los días Sonia la esperaba en la puerta de su colegio para llevarla a comer helado, o una papa rellena, o una empanada, o cualquier cosa que encontrasen en la calle.
El cumpleaños número 12 de Kate fue celebrado con discreción, no vino casi nadie además de su familia. Sonia estuvo presente.
Ella y Kevin terminaron. Kevin utilizó la misma excusa de la apendicitis para cancelar una cita; Sonia lo encontró sospechoso así que lo siguió. Lo encontró con otra mujer. Le dio un golpe en la barriga, atinándole sin querer al lugar, dónde antes estaba su apéndice.