Alex y Kate

Capítulo 11

Los secuestradores estaban reunidos en un almacén abandonado. Agustín tomó la escopeta de su padre y sin dar mayores explicaciones (él era el único que sabía que Sonia había sido secuestrada) fue al rescate de su hija. El almacén tenía las paredes manchadas con grafitis ofensivos y óxido en las columnas. La puerta parecía estar siempre abierta, y con las ventanas destruidas parecía la cabeza agonizante de un monstruo celestial.

Agustín entro. El interior era amplio, pero vacío. Solo había una mesa ocupada por cinco hombres que estaban jugando a las cartas. No tuvieron tiempo de reaccionar, mucho menos levantarse. Agustín disparó. No mató a ninguno, eso solo le causaría problemas con la policía. Mucho papeleo. Muchos sobornos. Problemas. Solo les dio en los pies, y a uno en la entrepierna por ponerse de pie.

Por unos minutos se había convertido en la versión peruana de Liam Nesson en Taken.

Pasó por encima de los cuerpos adoloridos y agonizantes hasta llegar a una puerta debilitada por el óxido. De una patada consiguió partir la cerradura. La puerta se abrió sola dándole la bienvenida. Dentro había un pasillo. En ese pasillo había dos puertas juntas. Con su poderoso pie abrió la primera. Ahí estaba Sonia, su mayor orgullo, la única merecedora d imperio de su padre. La había criado para ese fin.

Sonia estaba sentada en una silla negra. Con las manos atadas en la espalda y una venda en los ojos. La venda estaba mojada por las lágrimas. La desató. La abrazó. La cargó hasta su auto (dándole una bien intencionada patada en la cara a uno de los secuestradores). Condujo lo más rápido que pudo, violando algunas leyes de tránsito en el proceso, hasta el hospital más cercano.

Apenas la pusieron en una cama en una habitación privada, Sonia miró a ambos lados y habló:

—¿Dónde está Kate? También fue secuestrada conmigo. No me digas que la olvidaste.

Kate estaba en la segunda habitación, en las mismas condiciones que su hermana. Salvó por la diferencia que tenía dos mordazas en la boca. Trató de balancearse y se cayó de espaldas.

La silla se hizo pedazos. Era de muy mala calidad, como todo lo que había en el almacén. Kate se levantó débilmente.

Salió de la habitación. La puerta no estaba cerrada porque no tenía cerradura. Kate caminaba con pasos de ciego, preguntándose donde estaba. Las manos seguían atadas a su espalda y, por lo tanto, no podía quitarse la venda de los ojos. Esto le recordaba a ese experimento que hacía con los juegos de plataforma. Los jugaba con los ojos cerrados, imitando las películas de artes marciales en la que los discípulos entrenaban con los ojos vendados para no depender de sus sentidos y dejarse guiar por su mente.

Siempre perdía.

Al salir de la puerta escuchó varios gritos de dolor. Kate siguió caminando pensando que estaba en un panteón repleto de almas en pena.

¿Acaso me morí y ahora estoy en el infierno?, se preguntó a sí misma.

Los secuestradores apenas podían moverse. Los disparos les destrozaron las piernas y los tobillos. Uno de ellos tenía el tobillo colgándole de un pedazo de carne tan delgado como un fideo. Todos estaban tan ocupados sufriendo que no vieron a la niña ciega y muda que caminaba con pasos torpes.

Kate escuchó un grito que aumentaba exponencialmente hasta volverse agudo para luego desaparecer. Le estaba pisando el hueso descubierto de la pierna a un secuestrador. Se había apoyado ahí el tiempo suficiente como para partirle la pierna en dos. El secuestrador se desmayó de dolor.

Kate siguió moviéndose hasta pisar unos limones pasados. Se trataban de los testículos de unos de los secuestradores. Convertidos en engrudo por el disparo de Agustín. Después del pisotón de Kate, sus posibilidades de descendencia se redujeron a menos cinco.

Sus pies dejaron unas huellas rojas. Kate se resbaló con una botella de cerveza. Se cayó y se golpeó la cabeza. Recuperó la vista y parte de la conciencia cuando Agustín le quitó la mordaza.

—Onni… — Kate intentó hablar, pero todavía tenía las mordazas.

—Qué bueno que estás bien — le dijo su padre con una voz carente de emoción. El primer viaje fue un rescate; el segundo, un compromiso. La sangre cubrió por completo los ojos de Kate. La niña se desmayó por segunda vez en todo el día.

La llevó al hospital con las mordazas puestas y las manos atadas. Fue un viaje muy agradable. Ambas hermanas fueron puestas en la misma habitación. En la televisión pasaban las noticias. Agustín Cárdenas se había convertido en un héroe tras el rescate de sus hijas. Una periodista veinte años más joven lo entrevistaba. Lo miraba de la misma forma que Kate miraba una butifarra con mucho jamón: con mucha hambre.

Agustín narraba su historia, adornando la con la mayor cantidad de detalles posibles.

Sonia miraba el reportaje con moderado interés, mientras Kate leía un tomo recopilatorio de Civil War.

—No puedo creerlo — dijo Sonia. Al escuchar que Agustín decir que había rescatado a las dos hermanas en un mismo viaje.

—¿Qué cosa?

—Que se haya olvidado por completo de ti.

—Tal vez estaba más concentrado en proteger su inversión — dijo Kate con la voz seca. Tomó un poco de agua y siguió leyendo. Abrió los ojos de par en par cuando llegó a la escena en la que Thor asesina a Goliat. Había leído esa historia más de 50 veces y esa escena seguía fascinándola.



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En el texto hay: ladron, humor negro, fantasmas y venganza

Editado: 10.08.2024

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