Aunque trataba de evitarlo, había ocasiones en las que me era inevitable no pensar en mamá, supongo que era normal recordar los momentos especiales que compartimos, los pequeños caprichos que tenía como su amor por los tacones, su fascinación por el baile o como amaba preparar postres y llevarnos al parque cada fin de semana, imaginaba su rostro claramente en mi mente, su largo cabello rubio y su hermosa sonrisa. Me concentraba más que nada en todo lo que disfruté con ella y que mis hermanas no lograrían tener. Yo la tuve conmigo durante diecisiete años, tuve suerte, fui bendecida con ella.
Cuando esos pensamientos embargaban mi mente, ya no sentía tanta tristeza, al contrario, me alegraba porque tuve la mejor madre del mundo aunque haya sido por poco tiempo. Y eso era mejor que nada.
Me puse en pie para empezar mi día con una enorme sonrisa en el rostro. Sí, ya no teníamos a mamá, pero mis hermanas me tenían a mí y aunque habíamos pasado por mucho, eso no significaba que no haría lo que sea por ellas.
Trataba en lo posible no pensar en papá, el parecía no querer formar parte de esto, así que un día simplemente empecé a omitirlo de mi cuadro de familia feliz. Abril y Amy me tenían a mí y aunque era poco, esperaba que fuera suficiente.
Cómo cada mañana acompañé a Amy al colegio y cuando me estaba despidiendo de ella se me acercó la maestra que estaba recibiendo a los niños en la puerta.
—Hola buenos días. Eres la hermana de Amy ¿no? —Preguntó con una expresión bastante seria en el rostro.
—Sí, así es.
—Mucho gusto, yo soy Caroline Cook psicóloga del colegio. ¿Podríamos hablar un momento?
La verdad no tenía mucho tiempo, ya estaba llegando tarde a mis clases, pero que esa psicóloga quisiera hablar conmigo me puso inmediatamente en alerta, por un momento todos los pensamientos que embargan mi mente me impedían responder ¿psicóloga? ¿Qué podría querer hablar conmigo? ¿Habría hecho Amy algo malo? No, Amy no era así.
—Sí, por supuesto. —Extendí mi mano torpemente. —Alexia Miller.
—Es un placer Alexia. Acompáñame por favor.
Hizo señas a otra persona, supuse que a otra maestra para que se quedara en la puerta y luego me condujo por un largo pasillo lleno de puertas cerradas. Al final se detuvo ante una que supuse sería su oficina. Abrió la puerta y me invitó a pasar, era una habitación pequeña ocupada sólo por un escritorio con dos sillas delante de él, una de las paredes estaba llena de libros y otra llena de frases motivacionales, detrás su silla destacaba su título universitario.
—Toma asiento por favor. —La seriedad que mostraba la psicóloga me tenía desconcertada, no sabía lo que iba a decir, pero por alguna razón sabía que era algo malo y a esas alturas no estaba segura de poder soportar otra mala noticia. Sentía mi corazón latir fuertemente dentro de mi pecho y mis manos no dejaban de temblar, así que entrelacé mis dedos en un intento de evitar que se notara tanto.
—Gracias. —digo con una voz bastante débil.
—Bien Alexia, Iré directa al grano para evitar quitarte mucho tiempo, ¿Sabías que he estado viendo a tu hermana durante el último año?.
—No, no lo sabía. —Pues eso sí que fue directo.
—Lo supuse ¿Y tu papá lo sabe?
No entendía a que venía esa pregunta, ¿Acaso ella sabía lo que pasaba en casa? El miedo que sentía desde que se presentó en la puerta del colegio incrementó.
—Creo que tampoco lo sabe.
Me miró con el ceño fruncido, revisó unos papeles que tenía en la mesa y luego volvió a mirarme.
—Después de la muerte de tu madre, empecé a trabajar con Amy, ya sabes para ayudarla a manejar la pérdida.
Asentí enérgicamente sin poder emitir ningún sonido y Caroline continuó hablando.
—Pasado un tiempo parecía que a pesar de la dura perdida y de los cambios que supongo habría que implementar en tu familia, tu hermana lo estaba tomando todo muy bien. O lo mejor que se podría esperar en esta situación, sin embargo, le pedí que le dijera a tu padre que viniera cuando pudiera para informarle sobre lo que había estado haciendo con Amy y brindarle un poco de asesoramiento. Pero él nunca se presentó.
En ese punto las manos no solo me temblaban, también me sudaban y mucho. Tragué saliva y me moví inquieta en mi asiento, pero no respondí a su pregunta no formulada. ¿Por qué mi padre nunca vino? Aun así ella siguió hablando.