Tenía miedo.
Tenía tanto miedo de estar haciendo todo mal. Por el bien de mis hermanas siempre traté de mostrar una buena actitud, pero por dentro estaba muerta de miedo. Aun no sabía qué hacer, aunque la respuesta está cada vez más nítida ante mí. Tenía que dejar la universidad.
Mi cuenta bancaria tenía cada vez menos dinero y una beca junto con un sueldo de mesera de medio tiempo no es que daban para mucho ¿Cómo añadiría la consulta de un psicóloga a mí ya inagotable lista de facturas?
Estaba tan absorta en esos pensamientos que me sobresalté cuando Albert me dio un pequeño toque en el hombro, lo miré extrañada y él me hizo señas en dirección a una mesa.
Allí estaba Eider tan impecable como siempre, sentado con la vista fija en mí. ¿En qué momento llegó?
—Tiene por lo menos cinco minutos sin quitarte la mirada de encima. —Albert respondió a mi pregunta no formulada.
Había pasado una semana desde la última vez que había venido y estaba empezando a creer que sea lo que sea que pasó entre nosotros en esa pista de baile solo había sido imaginación mía. Pero no importaba si ese era el caso, no estaba en busca de novio o nada de eso por lo que no debería importarme ¿cierto?
Dejé de mirarlo y me concentré en atender a un grupo de jóvenes que terminaba de entrar a la cafetería, de igual forma en cualquier momento Eider se terminaría su café, se iría y pasaría por lo menos otra semana sin regresar.
No sabía ni siquiera porque iba a esa hora, antes lo hacía en las mañanas ¿Por qué no podía seguir igual?
Sin embargo y para mi sorpresa, cuando terminé de servir a los chicos Eider se acercó a la barra y me saludó.
—Hola Alexia. —Su voz como siempre profunda y confiada, me llenó de una serie de emociones a las que no quería dar mucha atención.
—Hola Eider.
—¿Cómo estás? — ¿En serio iba a hablarme como si nada? Pues yo también sabía jugar ese juego.
—Bien ¿y tú?
—Bien, supongo. —respondió con solo un atisbo de sonrisa que lo hizo ver tan guapo que provocaba cosas extrañas en mi estómago.
Me aclaré la garganta y traté de evitar el tono ácido de mi voz.
—¿Necesitas algo más?
—La verdad es que sí. —Su sonrisa se hacía cada vez más grande.
—¿Y?
—Una cita contigo. —Me quedé paralizada como una tonta, esa no era la respuesta que estaba esperando y odié la emoción que se instaló en mi corazón.
—¿Puedo saber a qué estás jugando? —Pregunté algo molesta y el colmo fue que pareciera realmente confundido.
—¿Qué quieres decir?
—Pues eso. ¿A qué estás jugando? Pasas tres meses enteros viniendo, te vuelves loco cuando cambio el turno, me invitas a salir, digo que no y te desapareces, luego te veo en ese club, bailamos y te despareces de nuevo, luego vienes, me ignoras y paso otra semana sin saber de ti. Ahora me invitas a salir de nuevo. Y si digo que no ¿Cuánto tiempo pasará hasta que te vuelva a ver?
Cuando terminé mi diatriba me lo encontré sonriendo complacido. Eso me molestó mucho más que el hecho de que me estuviera invitando a salir.
—¿Por qué te ríes?
—Para ser alguien que no está interesada en mí llevas perfectamente la cuenta de todas las veces que nos hemos visto. —Respondió de modo arrogante.
—Claro que no. —Sabía que era inútil negarlo porque tenía toda la razón y eso me hizo sentir tan avergonzada, él notó mi inquietud así que trató de dejar de sonreír, pero no lo logró del todo. Realmente se estaba divirtiendo.
—¿Puedo por lo menos explicar el motivo de mi ausencia?
—No tienes nada que explicar, ni siquiera nos conocemos.
—Tonterías, por supuesto que nos conocemos y yo quiero explicarme. —Se inclinó hacia mí como si me iba a contar un secreto y pude captar otra vez su olor, esa mezcla de algo limpio y masculino que percibí cuando bailamos. — El motivo de esas desapariciones es que tengo un trabajo en el cuál tengo que rotar la guardia y eso hace que se me imposibilite venir todas las veces que quiero.