Por todos los cielos, ¿de dónde habían salido todas esas sensaciones adueñándose de mi cuerpo?
Sabes de dónde, Chris. ¡Acéptalo!
Me paralicé al cerrar la puerta de mi cuarto a mis espaldas.
―No ―negué sacudiendo la cabeza.
―¿No qué?
Su voz, a un paso de distancia, me recordó que ella también estaba adentro; me estremecí.
―No debería hacer esto ―siseé en la oscuridad de mi habitación.
―¿Hacer qué, Chris? ―dudó.
―Besarte.
Mi voz salió tan deprisa, tan ligera y mortificada a la vez, que apenas fui capaz de arrepentirme de haberla dejado salir.
―Y no tienes porqué hacerlo. Ya te dije que no es necesario. Me di cuenta que fue muy tonto de mi parte pedir ayuda para... ya sabes, eso.
―Besar ―le corregí mirando sus labios.
―Sí, eso ―asintió.
Aunque la oscuridad nos consumía casi por completo, pude ver cierto sonrojo haciéndose poseedor de sus mejillas.
―Además, Gus ya me ayudó.
¿Gus? Sentí mis manos apretándose hasta formar puños.
―Aunque no lo creas, su ayuda fue más teórica que...
―Olvídate de todo lo que dijo él ―casi rogué. Santana parpadeó un instante―. ¿Puede ser? ―añadí en un susurro.
―Yo... sí ―titubeó con cierto temblor en su labio inferior.
¿Su boca siempre se había visto tan... dulce?
Inhalando con fuerza, y temiendo querer comprobar si sus labios sabían tal como parecían, me aparté de su cuerpo.
Aunque odiara la luz, encendí la bombilla que iluminaba todo mi dormitorio. Al instante, me sentí aliviado. Tener más cosas para mirar era lo que necesitaba.
Vamos, Chris, solo debes mirar hacia otro lado.
―Dijiste que podrías ayudarme con el ensayo de Castacana ―murmuré intentando reiniciar una conversación.
Apenas me giré para mirarla, me sentí débil. Sus ojos estaban iluminados, pero no exactamente con felicidad.
¿Yo había hecho algo malo?
―Te quiero mucho, Chris.
El corazón me llegó a la garganta.
―Ah, uh... yo, esto...
―Eres el mejor amigo que podría tener una chica, ¿sabes? ―continuó con su vista nublada, casi al borde del llanto.
―No soy gay ―intenté bromear.
Fallé en mi cometido; ella no sonrió.
¿Por qué no sonreía?
―Créeme que ya lo sé ―contestó bajando la mirada―. Yo solo quería que supieras que te aprecio y me alegra mucho que hayas aparecido en mi vida.
―Técnicamente, tú apareciste en la mía. Nací primero ―intenté otra vez.
Las comisuras de sus labios apenas se elevaron.
―Supongo que tienes razón ―musitó.
¿Y la sonrisa? ¿Y mi sonrisa preferida?
Dándome cuenta de que algo iba mal, avancé un paso y tomé sus manos. Ella quiso retroceder al instante.
―Oye ―dije en cuanto noté que un par de lágrimas caía por sus mejillas.
―No es nada, solo... ―musitó alzando la mano para borrar aquel débil rastro de tristeza.
―Esto es algo, S ―la detuve quitándole yo mismo las lágrimas.
La tibieza de su piel, sumado a la humedad esparcida por esta, me llevó a acariciar su mejilla con ternura. Pude oírla contener un suspiro.
―¿Sabes que te quiero, cierto? Voy a estar siempre para ti, en las buenas y en las malas, sin importar nada ―le susurré acunando su rostro con ambas manos.
Sus ojos, verdes y repletos de miedos, intentaron enfocarse en los míos.
―Odio ser tan insegura a tu lado ―apenas le oí decir.
Por un instante, quise darle un abrazo eterno, jamás soltarla y asegurarme de que ella siempre estuviera protegida. Me di cuenta, antes de envolver mis brazos a su alrededor, que no hacía falta. Ella ya estaba unida a mí de una manera única y yo nunca dejaría de ser su protector, a pesar de que no le hiciera falta. Sin duda alguna, ella era una de las chicas más fuerte que había conocido en mi vida. Y eso era mucho decir.
―¿Insegura tú? Estoy completamente seguro de que eres muchas cosas menos eso ―murmuré brindándole una pequeña sonrisa. Santana flaqueó―. Inseguras son aquellas personas que se dejan llevar por la multitud, que cambian para encajar, que fingen ser algo que no son. Tú siempre has sido fiel a ti misma.
―A veces finjo ―sollozó.
―¿Sí? ¿Cuándo? Nunca te he visto hacerlo.
Ella sorbió por la nariz y bajó la mirada.
―Porque solo he fingido contigo.
Su voz rompiéndose al final me dejó más desarmado que sus palabras. Apenas fui capaz de inhalar después de haberla oído. Mi pecho se entumeció.
―Te lo dije. Soy una chica insegura y tonta, Chris.
Quise refutar sus afirmaciones, darle mil y un razones que demostraran lo contrario, cerciorarme de que ella cambiase de opinión. Quise asegurarle que, sin importar cuántas cosas incorrectas dijese sobre ella misma, jamás podría verla como una chica insegura ni tonta.
¿Saben qué hice? Solo la miré.
―Tú... tú lo sabes de primera mano, ¿no? Conoces las peores partes de mí.
Y las mejores, quise decir. Esas son más.
―Es decir, me has visto hacer muchas estupideces ―continuó tras un ligero espasmo, dejando que el cabello cayera delante de su rostro y lo cubriera parcialmente―. Ya sabes de qué hablo. Un ejemplo es lo que le pedí a Gus. ¿Qué clase de chica pide ayuda para besar? Soy tan... patética.
Parpadeé.
Tragué con fuerza.
Intenté encontrarme con sus ojos.
―Eres única ―confesé alzando su barbilla con un dedo―, eso eres.
Santana evitó mi mirada.
―Si con única te refieres a una chica que tiene diecisiete años y todavía no ha tenido sexo y ni siquiera ha dado un beso con lengua, entonces sí, supongo que soy... única.
―Está bien esperar al indicado, S. Eso es lo que estás haciendo, ¿no?
Una sonrisa irónica tiró de las comisuras de sus labios.
―¿Está bien? ¿Quién lo dice? ¿El chico que tiene sexo desde los quince?