Faltaban solo dos meses para culminar el año lectivo y con ello se acercaban los exámenes finales, es por eso que el consejo de padres de familia había organizado un viaje a Baños, en la provincia de Tungurahua.
Me sentía emocionado puesto que era uno de los lugares que tenía planeado visitar antes de morir. No era desconocido que aquel lugar era un paraíso por la gran cantidad de cascadas y montañas en las que se podrían realizar distintas actividades deportivas como canopy, rafting y canyoning.
El reloj a marcaba las doce de la madrugada y todos los estudiantes nos encontrábamos abordando el bus escolar en el que nos transportaríamos a Baños.
Elegí uno de los asientos del medio y por consiguiente, Viviane se colocó junto a mi, solo que ella pidió el asiento junto a la ventana. Lo normal.
Minutos después, el carro comenzó a moverse y nos despedimos de nuestros padres a través del cristal.
- Bueno, yo dormiré de largo. - comentó Vivi.
- Está bien. Yo leeré un rato y de ahí duermo. Tomé café antes de salir. - avisé.
- Okay, mi chico lector. Que disfrutes de tu libro. - dijo y luego besó mi mejilla. - Usaré tus piernas. - avisó y se acurrucó de lado descansando su cabeza en mis piernas. Me sorprendí de ver cómo se había acomodado de tal manera que entraba perfectamente en el espacio de su asiento y mis muslos.
Ella tenía razón, su estatura era algo favorecedor en alguna ocasiones, más que todo cuando podía tenerla así. Para mí.
Los rayos solares resplandecian a través de la ventana y daban directo en mi rostro. Refunfuñe al despertar puesto que casi no había dormido nada debido a la lectura, pero no podía quejarme; el libro estaba interesante.
Miré a Viviane dormir plácidamente en la misma posición. No entendía como podía hacerlo.
Las cinco horas de viaje habían acabado y en quince minutos estaríamos en nuestro destino. Toqué el rostro de mi amiga tratando de despertarla y surgió efecto.
Ella preguntó la hora estirando su cuerpo y miró por la ventana sonriendo al ver el paisaje verde que nos rodeaba.
- A buena hora traje mi cámara. - mencionó. - ¡Te imaginas las bellas fotografías que podré obtener!
Sonreí por su entusiasmo y le brindé un caramelo mentolado. Ella agradeció y luego procedió a sacar de su mochila, un repostero color celeste. Al abrirlo se visualizaron dos sandwiches de jamón y queso. Mi estómago rugió en respuesta a la vista, ya que no había desayunado y lo que mamá me había mandado para desayunar, lo había digerido en la madrugada mientras leía.
- Toma, traje uno de más para ti. - dijo extendiendo el bocadillo hacia mi.
Agradecí y procedí a comerlo con café caliente que aún tenía en mi termo.
Conversamos sobre los lugares a los que iríamos y ambos estábamos emocionados por conocer la casa del árbol y el columpio del Fin del Mundo.
Una hora más tarde nos encontrábamos en El pailon del diablo.
- ¡Esto es increíble! - Exclamó Gibrán.
- Demasiado. - concordó la pelinegra. - Coloquense juntos para tomarles una foto. - ordenó en dirección a el castaño y yo.
Nos colocamos uno junto al otro dándole la espalda a la gran cascada y sonreímos posando. Luego ella se acercó a nosotros y sacó una selfie.
- Bueno, iré con las chicas. - anunció la pelinegra dándose la vuelta para caminar hacia Roxanne y Flor.
- Deyner - habló Gibrán llamando mi atención, la misma que se había quedado viendo a Viviane posando para las fotos - Más tarde hay un torneo en COD de parejas. ¿Participamos juntos?.
- Sí, dale. Hay que ganar ese pase de batalla.
- Espero no participe Thomas. Ese idiota ha ganado ya dos veces seguidas.
Me quedé pensando en lo mencionado. Era cierto, las últimas veces que habíamos participado en aquel juego, salimos perdiendo, debido a que un chico que vivía cerca de nosotros, también participaba en los mismos torneos y siempre nos terminaba ganando. Está vez quería que fuera distinto y para eso había estado jugando todo el día anterior con el fin de pulir mis jugadas.
- Con fe que ganamos. - respondí.
El sonrió de lado. - Mañana es sábado. ¿Irás a la fiesta de Cassandra?
- No lo sé. Había quedado en ir con Viviane, pero ya no estoy seguro. Siento que llegaré cansado y querré solo dormir. - expliqué.
- Claro. Yo también pienso lo mismo. - concordó. - Ella de seguro ha de ir. Ya sabes cuánto le gustan las fiestas.
Sonreí ante lo mencionado. - Bueno, teóricamente ella solo ama bailar y hacer karaoke. - corregí.
- Es lo bueno de ella. Así no tienes que andarla cuidando de que algún hombre se sobrepase. Digo, ya sabes cómo se ponen cuando ven a una chica sexy bailar.
Lo mire con los ojos entrecerrados. - Lo haces a propósito. - acusé, aunque sabía que él tenía razón.
Era consciente de la sensualidad que tenía que Viviane al bailar. Sabía que no era el único en disfrutar de la vista, así como en tener pensamientos para nada buenos sobre ella, pero no podía hacer más que acompañarla en todo momento y aconsejarla de vez en cuando. Ese era mi papel como mejor amigo.
Pasamos el resto del día nadando en las distintas cascadas y compartiendo entre todos. Existía un vínculo fuerte entre todos mis compañeros de clase. Era inevitable no sentir nostalgia al saber que dos meses después cada uno tomaría su propio camino y aquella etapa de adolescencia se acabaría.
Antes del ocaso, nos encontrábamos en el columpio del fin del mundo. Era sin duda un lugar mágico. El paisaje era digno de un retrato para tener colgado en alguna parte de tu casa por el resto de tu vida.
Este columpio pendía de una casa en un árbol y te prometía una vista asombrosa al volcán Tungurahua. No era un columpio común y corriente, aquella acción era incluso llamada como El vuelo del cóndor, por la sensación que produce el columpiarse a tal altura y con el valle del Parque Nacional Llanganates.