Agradecido, el cernícalo se despidió y retomó su búsqueda desde lo alto, mirando en todas direcciones, atento. Y entonces distinguió algo: un cuerpo peludo, anaranjado, más grande que un zorro y más pequeño que un lobo, saltando entre los matorrales.
Plegó sus alas, descendiendo velozmente hacia él. Pero al verlo más de cerca volvió a extenderlas, interrumpiendo abruptamente su descenso para sobrevolar al animal, extrañado.
—Tú no eres Dac.
La hembra de dhole alzó la vista, observándolo con interés.
—¿Este es el amigo del que me hablabas? —le preguntó a alguien más, y otro dhole se acercó a ellos.
—¡Dac! ¡Al fin te encuentro! —exclamó aliviado—. ¡No sabía qué te había pasado¡ ¡Ni si volvería a verte!
—Lo siento, no pensé que fueras a preocuparte. Si no, te habría avisado. Al despertar esta mañana olfateé un aroma nuevo y no pude resistirme a seguirlo. Así la encontré. Te presento a Dixa. —Sonrió, dando un lengüetazo a su compañera—. Ya no estoy solo, amigo. Y ella tampoco.
El cernícalo se posó sobre el lomo del dhole, batiendo sus alas con alegría.
—Ahora entiendo por qué sonrió el elefante, ¡y por qué sonríes tú! Ojalá los demás animales supieran también que hoy, el bosque, el pastizal y la ciudad entera, tienen un motivo más para sonreír.
—¿A qué te refieres? —preguntó Dixa.
—A que todavía están a tiempo de conocer a unos amigos tan maravillosos como vosotros.
FIN
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Editado: 12.04.2024