A los 8 años vivía de las sobras de los demás, no robaba, era uno de mis principios, algunas veces trabajaba y esos trabajos no perduraban.
Cuando cumplí trece años hubo una temporada en donde no conseguía trabajo, a cualquier lugar donde iba a rogar porque me contrataran tan siquiera una tarde, era echado con insultos o con agua sucia. En aquel tiempo la lástima era más cara que un trozo de pan.
Sé que dije que a los ocho años tenía un principio y este era el no robar, pero por primera vez el hambre que me carcomía me orilló a dejar mis principios y mi orgullo del lado. No me arrepiento de hacerlo, ese día además de conocer a una de las personas que más aprecié en esta vida, obtuve la respuesta a mi pregunta o al menos llené una pequeña parte de ese vacío que sentía a temprana edad.
Recuerdo que era una casa lujosa por fuera y por dentro debía ser mucho mejor. Para entrar al jardín trepé un muro lleno de rosas rosas y al bajar aún me esperaban más de ellas, igualmente cubiertas de espinas. Fue tan dolorosamente difícil tocar el pasto con mis desgastados zapatos. Mi cuerpo estaba lleno de rasguños y sangre, no obstante, eso no iba detener mi hambre. Di pocos pasos, fueron lentos y débiles.
DE un momento a otro me sentía bien y luego fatal. Mi vista comenzó a nublarse y cuando levanté la mirada pude visualizar a una chica pelirroja, de vestimentas finas, desposando una taza de té, acompañada de un plato de galletas con diversas formas y colores.
Estaba por morir, me dio igual si envestía su hora del té y eso hice. Tomé con ambas manos puñados de galletas y comencé a comerlas como si no hubiera probado nada en años. La pelirroja sobresaltó de su asiento y su voz fue robada por mis acciones. Cuando recuperé mi consciencia, el plato de galletas no tenía nada más que moronas. Dirigí mi mirada hacia la chica, quien estaba estupefacta. No supe que decirle al respecto, decir "lo siento" sería deshonesto, porque realmente no lo sentía. Me di la vuelta y antes de poder correr hacia el muro, la voz de la chica me detuvo.
"¿Quién eres?", fue lo primero que pude escuchar de ella.
Volteé a verla nuevamente. Esta vez la miré detenidamente. Al principio creí que la merienda que había devorado en minutos, era de una chica bella, pero no. La piel de esa pelirroja estaba cubierta de vendas y algunas partes de su rostro y de sus manos que no estaban vendadas, eran pintadas con horrorosas marcas.
"Cadáver viviente.", señalé a la chica, haciendo alusión a su piel.
La chica bajó la mirada y mi atención visual terminó en su bello sombrero blanco.
"Si no me dices quién eres, temo avistarte que llamaré a mis padres. No puedes estar aquí, puedes terminar como yo", la chica levantó su cabeza y el único ojo que no era cubierto por las vendas, hizo contacto visual con los míos."
"No sé quién soy", balbuceé.
La chica no avanzó hacia la entrada de esa hermosa casa, sino hacia mí y en su desastroso rostro se tiñó una sonrisa.
"Hansen", dijo la pelirroja.
"Han...sen", repliqué saboreando las palabras.
"Te llamaré Hansen", explicó la chica y posteriormente agregó: "Nos conocimos el día en que supe el nombre de la enfermedad que tengo". La chica hizo una delicada reverencia, "Mi nombre es Isabelle, Isabelle McLaughlin".
No exigí por otro nombre más agradable. Hansen me gustó; era serio, formal y parecía ser el de una persona con un buen futuro. Finalmente obtuve mi primer nombre, ahora tenía que saber quién era Hansen.
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Editado: 03.09.2020