Con tan solo catorce años de edad había terminado en prisión lo que restó del fin de semana. Es uno de los lugares más tristes y perversos en los que llegué a pisar a lo largo de mi vida. De no haber sido porque Isabelle abogó por mí, no sé cuánto tiempo más estaría encerrado tras las rejas, cuidando mi trasero cada vez que quisiera levantar el jabón al bañarme. Pero claro, esto no termina con un final feliz en donde el señor McLaughlin me acepta como soy, nos perdonamos y voy diariamente a la casa de Isabelle a tomar el té.
La condición de mi libertad fue tenerme cautivo en el orfanato del pueblo hasta que cumpliera la mayoría de edad o alguien me adoptara; seamos sinceros, ¿quién quisiera adoptar a un chico que fue arañado con un rosal y tiene un historial criminal?
Nuestra despedida fue... bah, no fue triste, más bien, esperanzadora. Estar cautivo en un lugar con más niños no era impedimento para darme a la fuga de vez en cuando para visitar a Isabelle, así que recurrí a hacerle la promesa que volveríamos a vernos todos los sábados.
Cuando llegué al orfanato, no era muy diferente al lugar que imaginaba; de estructura gótica y con niños con mis mismos problemas, parecidos, mejores o peores. Había de todo. Fue la primera vez que conviví con muchos niños. Preferentemente escogí la soledad en el orfanato como compañía.
Las personas que nos cuidaban no eran ni malas, ni buenas. La señorita Elizabeth era un ángel con todos nosotros, dicen que era así de buena porque siempre anheló tener el hijo que la infertilidad le oponía. La señora Blair, una mujer que estaba por entrar a la tercera edad, era una bruja. Cualquier niño que estuviera frente a ella, inclusive la señorita Elizabeth, sería víctima de sus malos tratos. Recuerdo que cuando llegué, ella observó de mala gana al mayordomo de los McLaughlin, que le había hecho el favor al padre de Isabelle de traerme y no sólo fue el único en recibir un mal trato de la señora Blair como primera impresión; me observó de la misma forma y preguntó:
"¿Nombre?"
Ya que no respondí la primera vez, ella volvió a repetir su pregunta, alzando el tono de voz.
"Este chico no...", respondió el mayordomo y no obstante lo interrumpí.
"Hansen".
La señora Blair rodó los ojos y con la mala actitud con la que nos recibió, sacó de un montón de papeles amarillos por lo viejos que estaban, una hoja sin usar.
"Demasiado anticuado, te llamarás Aaron".
La señora Blair tomó una pluma de cuervo que reposaba sobre su escritorio y mojó la punta en un tintero viejo, antes de que pudiera escribir algo sobre la hoja corrí hasta ella y la tomé del brazo.
"¡Quiero Hansen!".
Por gritar ese nombre recibí una cachetada por parte de la Señora Blair. Ella rio como lo haría una bruja.
"Eres rebelde. En mi orfanato se hace lo que yo quiero".
Aquella frase me hizo suponer que mi querido nombre sería cambiado por uno que no tenía sentido alguno, pero no fue así; la hoja de la señora Blair tenía escrito "Hansen" y posteriormente me pidió más datos, tengo que aclarar que casi ninguno tenía respuesta.
La señora Blair nunca cambió su temperamento. Según la señorita Elizabeth y algunos de los chicos más grandes del orfanato, decían que el carácter de la señora Blair era así de pesado porque su difunto marido había asesinado a su único hijo, otros decían que era porque sufría lo mismo que la señorita Elizabeth, más sin embargo que reaccionaba de manera opuesta.
Gracias a la bondad de la señorita Elizabeth, pude cumplir la promesa que le hice a Isabelle.
En una de las ocasiones que fui de visita a mansión de Isabelle, ella me llevó a su biblioteca tan rápido como bajé el muro de rosales.
"¿Hay algo que no aprendí a leer?", le pregunté a Isabelle, confundido.
"Hay algo que no leíste", respondió Isabelle.
Señaló con su maltratada mano uno de los libros que no estaban a su alcance, instintivamente bajé el libro y se lo entregué, aunque ella me lo devolvió, así apegándolo sobre mi pecho, sonriendo como siempre.
"No lo leas aquí, hazlo cuando estés en el orfanato, ¿Sí?".
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Editado: 03.09.2020