que me marchara. Únicamente tomamos el té y me preguntaba acerca de mi vida en el orfanato, debido a que su padre regresaba pronto.
Cuando regresé al orfanato me esperaba en la puerta la señorita Elizabeth, acompañada de un espíritu con apariencia de un niño más pequeño que yo.
"¿Robaste ese libro?", preguntó la señorita Elizabeth.
"Robar no es uno de mis principios. Me lo prestó una amiga y se lo regresaré la semana que viene", expliqué.
La señorita Elizabeth me regaló una tierna sonrisa y procedí a ir al árbol más lejano. No deseaba que la señora Blair viera que tenía en manos un libro del cual nunca haya visto en el orfanato. El nombre del libro era casi impronunciable "Shoukoku Hyakumonogatari", debía ser chino o japonés.
Tras mencionar el nombre en voz alta, sentí la presencia de alguien más detrás mío. Con la adrenalina al 100% y el corazón en las manos, con el temor de que fuera la señora Blair y compañía, volteé hacia atrás; era el niño fantasmal que aguardaba con la señorita Elizabeth en la entrada y un chico asiático del orfanato que acostumbraba a desaparecerse constantemente.
"Parece que viste un fantasma", dijo el asiático.
"Y sí...", suspiré aliviado y dirigí mi mirada hacia el chico fantasmal. "¿Qué hacen aquí?"
El asiático me miró confundido y posteriormente miró hacia ambos lados.
"¿Hay alguien más aquí?", preguntó el asiático.
"Olvídalo.", exclamé y posteriormente pregunté: "¿Cuál es tu nombre y qué haces aquí?".
"Murazaki", el chico hizo una reverencia.
Tuve una conversación larga con Murazaki acerca del porqué siempre se desaparecía de la vista de los demás. Por un momento me hizo imaginar que estaba hablando con un fantasma, aunque la razón de sus constantes desapariciones era debido a que realizaba un proyecto innovador que cambiaría al mundo, ¿qué podría hacer un niño de 14 años que fuera a cambiar el mundo? En fin, decidí creerle en ese entones, aunque no plenamente.
El chico fantasmal que había llegado con él, se mantuvo todo el tiempo en silencio, observando a Murazaki.
Pospuse la lectura del libro hasta que cayó la noche y fuimos a dormir. Cuando finalmente tuve la oportunidad de abrir el libro con ayuda de la luz de una vela, escuché como la puerta de la habitación que compartía con 9 niños más, era abierta. Rápidamente apagué la vela y oculté el libro debajo de mi almohada, así fingiendo estar dormido.
De pronto sentí que alguien tiraba suavemente de mi cobija alrededor de dos veces y posteriormente esa criatura metió su mano en mis sábanas y picó mi costilla.
"Hansen", era a voz de Murazaki.
Murazaki encendió la vela de mi habitación y preguntó sobre el libro que tenía en las manos cuando nos conocimos. Al confesarle el nombre, Murazaki me explicó que ese libro provenía de un juego. La curiosidad nos llevó discretamente fuera de la habitación y corrimos al escondite de Murazaki; el lugar donde estaba su fabuloso proyecto que cambiaría el mundo.
Murazaki me pidió esperar en el oscuro cuarto y que no tocara absolutamente nada mientras iba en busca de los materiales para el juego. Según mi compañero, iría solo por dichas cosas, no obstante, era acompañado por el niño fantasmal. Dada la apariencia de ese espíritu me quedaba afirmar que era el difunto hermano de Murazaki.
Murazaki tardó una eternidad en volver. Pensé que estaba jugándome una broma y que quería abandonarme toda la noche ahí o quizá toda la vida. Sin embargo, enojo y pesimismo se fueron cuando lo vi entrar.
Murazaki se disculpó conmigo por la tardanza, haciendo una reverencia. Encendió una vela y me la entregó para así poder retirar las cosas que llenaban una vieja mesa de madera.
Colocamos 100 velas sobre la mesa, formando un círculo, las encendimos y frente a ellas pusimos la pieza final; un espejo.
"Me da mala espina", comenté.
Murazaki volteó a veme despreocupado y ladeó la cabeza.
"Siempre he imaginado que este juego sería peor si fuéramos capaces de ver fantasmas", Murazaki explicó.
Pensé: "Bien, definitivamente no podré dormir por el resto de mi vida, por el estúpido Murazaki. ¿Por qué tuve que hacerle caso? Esto no es nada bueno para mí, ni para nadie".
Murazaki tomó el libro que Isabelle me había prestado y sin previo aviso, comenzó a leer. Durante la lectura tuve una lucha entre el miedo, la adrenalina y yo, no obstante, todas esas emociones que me habían envuelto, se combinaron y se agrandaron cuando Murazaki terminó la lectura y una de las velas se apagó. ¡No había ninguna ráfaga de aire en la habitación y ninguno se había movido de su lugar hasta que Murazaki se asomó a través del espejo, cuando la vela se apagó!
Vi fantasmas de todo tipo y escuché de las más tiernas voces hasta las más siniestras y, aun así, tenía pavor de ese juego. Era un cobarde.
Cuando Murazaki me pidió leer la siguiente leyenda, me temblaban las manos y no sentía las piernas, mi corazón latía tan fuerte que incluso creí que desgarraría mi piel para poder salir de la habitación.
El único consuelo que recibí de Murazaki fue un "No te asustes, apenas vamos en la vela uno de cien".
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Editado: 03.09.2020