Estaba aturdida. Tenía la vista nublada y lo único que escuchaba era un constante pitido en mis oídos. Solo podía pensar en que no podía y no debía detenerme. Si ellos llegaban a atraparme, me ejecutarían...
Intenté alzar vuelo, pero fue inútil. Sentí como el dolor me recorrió el cuerpo y antes de darme cuenta regresé al suelo, golpeándome contra los primeros rastros de nieve. Me giré hacia mi costado y vi mi ala izquierda completamente destrozada. No sé cómo hice para no entrar en shock. Quizás fue el sonido de las flechas cortando el viento lo que me ayudó. No terminé de entender lo que había pasado cuando intenté correr de nuevo, pero solo caminar era demasiado esfuerzo. Sentía un dolor muy intenso en una de mis patas y no sabía si me la rompí o si era obra del frío.
Creí que desfallecería, y como pude me arrastré hasta esconderme detrás de unos matorrales y troncos caídos. Hice un esfuerzo por respirar y calmarme, pero la parte de mí que aún era consciente pensaba «Tu padre tenía razón» «Tu padre y todo el maldito mundo tenían razón, debiste quedarte en Roseville»
Dejaron de desperdiciar flechas y quedé sumida en el silencio del frondoso bosque. Silencio que solo desapareció ante las ramas siendo pisoteadas. El viento sopló, arrastrando los primeros copos de nieve e intentando calmar el eco de las voces distantes... Estaba completamente paralizada en medio del frío.
—¿Están seguros de que se fue por aquí? —preguntó alguien, con la voz monótona.
Me encogí más contra los troncos de los árboles, esperando que me hicieran desaparecer. Tenía mucho miedo de que mi tembloroso cuerpo o el frenético latido de mi corazón me delataran ante la guardia real.
—No, pero no creo que pudiera ir tan lejos... —espetó otra voz.
—¿¡Viste esa caída!? —añadió un tercero, casi emocionado—. ¡No puedo creer que haya sobrevivido...!
—Es un alicornio —el primero le restó importancia. Tuve que llevarme una de mis patas al hocico para evitar que escucharan mis arcadas. Funcionó, pero no desapareció el doloroso espasmo en mi estómago—; lo más probable es que ni siquiera siga aquí...
—Es como buscar una aguja en un pajar... —replicó el segundo—. Es mejor que regresemos por velas y abrigos...
Pude escuchar sus voces justo detrás de estos troncos. Mi garganta se secó por completo a la vez que luchaba por recordar cómo se respiraba correctamente...
—¡No podemos volver al castillo si no es para ponerla en el calabozo! —una cuarta voz se hizo presente. Aterrada, histérica, aguda—. ¡El Rey se pondrá furioso...!
—Él no es el único que se pondrá furioso...
Una gélida voz apareció de la nada. Sonaba apenas por encima del susurro del viento, pero la glacial voz fue suficiente para que todos mis músculos se tensaran y perdiera el aliento.
Con horror, me di cuenta de que conozco esa voz. Voz que hizo que mi corazón se saltara un latido.
—¡Teniente Abalev...! —al menos media docena de voces exclamaron a la vez, casi tan asustados como yo.
—¿Son los mejores soldados que el castillo tenía disponibles y no son capaces de encontrar a una niña? —cada palabra sonaba más afilada que la anterior.
—¡N-N-No es eso! —farfulló alguien—. Tememos que ya ni siquiera pueda estar en el bosque...
—Ya envié a alguien por abrigos y lámparas de aceite. ¡Busquen debajo de las piedras si es necesario, pero nadie se va de aquí hasta que aparezca Golden Feather! ¿¡Entendido!?
—¡Sí, señor!
—¡Quemaremos el maldito bosque si es necesario...!
Sus pasos se alejaron cada vez más, aplastando la nieve bajo de ellos. La temperatura comenzó a bajar poco a poco. Unos segundos después, todo volvió a ser silencio y eso de alguna manera me reconfortó. «Solo tengo que resistir un poco más de tiempo...»
No sé cuánto tiempo pasé sola, sin apenas moverme. Me asomé un poco por encima de mi escondite para darme cuenta de que ya no había nadie. Estaba por soltar un suspiro de alivio, pero una fría pata me recorrió la espalda... Se sentía como si me quemaran. Ahogué un grito.
—¿De verdad creíste que nadie podría seguir un rastro de sangre? —la voz habló antes de que me diera tiempo de voltear, y me devolvió la mirada su único ojo color miel.
Palidecí. Lo miré por medio segundo antes de intentar levantarme y correr, pero él me tenía bien sujetada con sus cascos sobre mi cola, y el tirón me sacó otro grito.
—Déjame ir —mascullé, intentando que mi voz sonara como una orden y no como un ruego—. ¡Déjame ir o si no...!
—Si no fueras inútil con la magia, ya habrías hecho algo...
Tenía la garganta seca. Luché contra el nudo que amenazaba con formarse...