Alice Black 1: La híbrida de los vampiros

Capitulo 13: Los tormentos de Ana Burgos

Narra Ana Burgos:

Sabanas purpuras circulaban por mis piernas, siendo consagrada por la pasión. Desbordándome entre caricias e incomprensibles extremos de mi cuerpo que solo un varón irresistible como Eduardo Lemoine podría dedicarme. Dueño de cada respiro que emitía, amo de todo lo que conocía y desconocía. Era mío, el hombre por que tanto rivalice pronto contraería nupcias matrimoniales conmigo. Y con ello la corona ante mi pedestal tendría. Vanidoso se inflamaba mi corazón, aunque lóbregas dudas desplomaban mi confianza de mujer. Puesto que el aura de la doncella que correteaba por la casa me era muy familiar y distinto al mismo tiempo. La infinita intriga me consumía. Preexistía una amenazante atracción desconocida entre mi comprometido y la niñata.

—¿En qué tanto meditas? — tres chasquidos risueños me aturden. Eduardo Lemoine, sonríe plenamente cubriendo sus dotes con una simple toalla impertinente. —¿Qué ocurre? — planta un beso meloso, iniciando a coquetear con mis ondas rojizas.

—Quiero conocerla — tosca, respondo. Su cuerpo se tensa acompañado de un rostro ceñudo y cero articulaciones. Era claramente evidente la pesadumbre. Notificándome sobre un hecho transcendental ocurriendo en la casona. — ¿Qué tanto atesoras en ella? — Cierro los puños aborreciendo sentirme impotente.
— Dejad los celos — vuelca mi cuerpo con astucia, conduciendo sus manos a mi recién bañada espalda — Terminemos lo que empezamos — mortificación, lo olfateaba. Conocía al hombre que dominaba mi cuerpo con sus chupones mal intencionados, para no conocer cuando sus miradas lascivas me mentían. —¿Qué te pasa? — se aleja apesadumbrado con mi arrogante actitud, optando por vestirse apresuradamente para evitar una discusión que florecía con gran rapidez. — Maldita sea tus recelos. — ¿Recelos?, Ana Burgos Belén necesitaba todo de él. Sus besos, caricias, cada noche haciéndola suya. No obstante, la distancia afectó gravemente. Ni por casualidades del destino coincidíamos en las misiones asignadas por su padre, el Gobernador.

—¿Dónde has estado todo este tiempo?

El sonido de una puerta abrirse se hizo destacado entre nosotros. Ambos atajamos atentos hacia la mocosa atrevida de cabellera larga y sombría. Que olía trágicamente a licántropo recién bautizado.

— Allanando la privacidad de los aposentos como si fueses la dueña de la mansión. ¡Marchaos insolente! — desciende aún más su cabeza hacia el suelo. La gentuza se debía mantener al margen. — muñeca inservible.

—¡Más respeto! — eleva la voz el hombre que jamás vislumbre que se revelaría — ella es la dueña, merece obediencia — ¿¡Qué!? — platicaré luego con Roxana, puedes retirarte si te apetece. — se allega en contexto extraño a la adolescente que alza como instinto su rostro.

—Lo lamento, me retiro. — pronuncia quejosa e dolida, elevando su rostro. Acción que fue más hiriente que un impacto de bala en mi delirante corazón. Mi pecho se estrujaba a tal extremo de que mi respiración se entrecortaba, emergiendo un odio vigoroso. <¡está viva! >

Camino atolondrada hacia el monstruo de mis recónditos miedos. Presto atención a una silueta mortal de nombre proscrito. El diablo debía renegarme para devolver al mundo a la mujer que más odiase en todo el universo, deseando doblegarme ante una horripilante reencarnación.

— Te devolveré al infierno. — precipito a saltar sobre su cuello, exponiendo mis colmillos. Sin embargo, la joven retrocede aterrada reprimiendo un chillido desgarrador.

— ¡Detente! — Interponiéndose la única entidad masculina que existía en la habitación, detengo mis pasos por breves segundos.

Dos animales ávidos ante una sola carnada, uno defiende, otro ataca. ¿Quién debía ganar?, ¿el cazador o el lobo?

Deslizo mi cuerpo hacia la izquierda para esquivar a Eduardo, trincando los brazos de la damisela que pronto sería degollada con mis finos e inmemorables dientes. Un brazo arrollador agarra mi cintura con fuerza bruta, tomándome inadvertida.

—¡Soltadme! ¡Mataré a ese retoño del demonio!

— ¡Tranquilízate!

— ¡Ese hombre es mío!

— ¡Apacigua esa condenada obsesión!

— ¡Cuido lo que me pertenece!

—¡Es la hija de Alicia Rubí! — ¿Hija? ¿Acaso escuché bien? — te presento a Grecia Kirchner — estática como un tempano de hielo, intento procesar la información. — Calma Ana — susurra, liberándome con lentitud. Rozando mis hombros sabiendo lo áspero que esta noticia era para mí.

— Esto no puede estar ocurriéndome — Era demasiado complexo asimilarlo y más cuando el parecido con su matrona era inigualable — Eres cosa de otro mundo. — Es contundente que Alicia Rubí desde el más allá se estaba vengando.

— Amor, puedo explicarlo.

— ¡Por supuesto que lo aclararás! No todos los días conoces a: La Mestiza Perdida — murmuro la última oración atolondrada. La impresión fue colosal.

— Lo siento tanto, perdón — La niña sale expulsa corriendo con sus pómulos empapados de lágrimas. Hubiera había sido un símbolo de victoria de no ser testigo de la acción descabellada de mi amado de correr tras ella, dejándome en estado deploradle.

Nunca me había abandonado por alguien más.

—Te aniquilare Grecia Kirchner.

Te maldigo a ti y a toda tu descendencia.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.