Siento mi cuerpo sacudiéndose con brusquedad y unas manos frías apretándome. Abro mis ojos lentamente y cuando mi vista se hace clara, me encuentro con Jack, quien me zarandea.
— ¡Demonios!—me sobresalto, me zafo de sus manos y subo el manto hasta mi cuello— ¿Cuál es tu problema? ¿No ves que estoy desnuda?—frunzo el ceño con enfado.
Lleva una armadura de cuero rojizo que combina con sus profundos ojos, y un abrigo de piel oscura.
—Lo siento, pero has dormido desde ayer—me sonríe como si la situación fuera normal—. Incluso pensé que estabas muerta.
Bien sí, me había quedado en la habitación descansando desde ayer. Me desperté sólo una vez, por el ruido de una mujer que me había dejado algo de comer.
—Demonios contigo—le bramo, aferrándome al manto.
—Tranquila—ríe, caminando a la ventana que presenta un cielo luminoso—. No te he visto nada—me guiña un ojo y yo le hago una mueca.
—Idiota—musito bajando de la cama, bien cubierta.
—Bueno, tú entraste a mi habitación en Verano—se apoya en la ventana con los brazos cruzados—. Estamos a mano—arquea una ceja.
—Ay no puede ser—ladeo mi cabeza poniendo los ojos en blanco—. Eso es diferente, tú eres chico—lo señalo—, yo soy chica—me señalo con el pulgar.
—No entiendo—sonríe pícaramente—. Aun así, eso no te justifica—levanta las cejas. Yo río con rabia.
—Eres un idiota Jack—le escupo y me dirijo al armario—. Sería genial si te voltearas—le canturreo abriendo ambas puertas.
—Claro—alarga él. Me volteo para confirmarlo, y sí, esta con una mano apoyada en la ventana y su vista hacia ella.
Me río en tono bajo y busco algo que ponerme. Aquí había bastante variedad, opte por unos pantalones negros y una camisa blanca junto con el abrigo de piel azul cobalto. Y en cuanto a los pies, me pondrías mis botas, ya que las que aquí había eran demasiado grandes. Tome mi camisón interior del suelo.
—Carajo—digo entre dientes.
— ¿Pasa algo?—brama Jack.
—Creo que deberías salir de la habitación—le respondo.
— ¿Por qué?—ríe—. No me volteare—dice en tono coqueto. Yo resoplo.
—Necesito que salgas porque no hay un vestidor en la maldita habitación—gruño, cruzándome de brazos. Él se voltea y mira el alrededor.
—Bien, tienes razón—camina hacia mí—. Te espero afuera—sonríe y desaparece por la puerta.
Hoy estaba de mejor humor, es un tonto sin dudas. Me quite el manto y empezó a ponerme la prenda transparente que me queda colgando. Luego seguí con los pantalones, los cuales estaban bien apretados. Proseguí con la camisa blanca, me calce las botas, ate los cordones y abroche el abrigo. Estaba bien abrigada, lo cual me relajaba.
—Ya termine—grito para que Jack me oiga. Pasaron unos segundos y él entro. Se apoyó en la puerta con una sonrisa de labios cerrados.
—La punta de tus orejas están coloradas—le informo.
—Tus mejillas también—me señala, yo me las toco y sonrío.
—Bueno, el frío aquí es peor que en casa—digo temblorosa. Él asiente con expresión risueña. Me doy vuelta y finjo acomodar mi armadura. Estar con él a solas, me producía nervios desde lo que paso en la colina.
— ¿Estas enojada?—me musita. Yo me quedo quieta, respirando por la boca—Siento comportarme como un mentecato—aclara.
— ¿Un mentecato?—me doy vuelta con los brazos cruzados.
—Cómo un bobo—susurra.
—Te comportaste peor que un bobo—frunzo el ceño—. Fuiste un cretino.
—Un cretino, exacto—se acerca—. Lo siento.
— ¿Lo sientes?—digo sarcástica rodando los ojos.
—Perdón Ali, a veces me dejo llevar por mis sentimientos—confiesa y se me escapa una risa.
—Supongo que también lamento haberte empujado—sonrío con las cejas levantadas—. A veces me dejo llevar por mis sentimientos—me pongo seria.
—Bueno—se encoje de hombros—, tenemos algo en común—ríe y no puedo evitar imitarlo. Nos quedamos mirándonos a la distancia, sus ojos están de un tono carmesí entrecerrados, le caen mechones plateados en la cara y su rostro esta paspado por el frío.
—Jack, debo confesarte algo—suspiro y me dejo caer contra la cama, llevando mis rodillas al pecho. Él vacila unos segundos entre acercarse o quedarse ahí.
—Adelante—hace lo primero y se acurruca a mi lado. Yo me miro las manos pálidas.
—Prométeme que no te burlaras de mí—musito.
—Lo prometo—dice él.
—Tengo miedo—le ronroneo y lo miro con el ceño fruncido.
— ¿Miedo?—susurra a lo que yo asiento— ¿De qué tienes miedo?—duda en mi oído.
—De no poder hacerlo, de que ella gane—siseo—, de que me mate, de que nos mate—corrijo y vuelvo mis ojos hacia los suyos con una expresión de cobardía. Él me mira unos segundos y expresa una sonrisa de labios cerrados.
—Espérame, ya regreso—jadea, levantándose del suelo.
— ¿A dónde vas?—lo miro extrañada. Él se dirige a la puerta y hace señas de que espere, yo asiento con expresión dudosa. Pasan unos minutos, la puerta se vuelve abrir y Jack entra con aire misterioso. Se arrodilla frente a mí y me mira profundamente. Yo tengo mis manos en el pecho, él toma una con delicadeza y deja una piedra blanca con detalles esmeralda sobre mi palma. La reconozco al instante.
—Ay por los demonios—me río, echando mi cabeza hacia atrás.
— ¿La reconoces?—ríe. Yo asiento acariciando la piedra.
—Como no reconocerla, casi muero por esta piedra—tartamudeo con gracia, mordiéndome el labio inferior. La risa se va y me queda una sonrisa de oreja a oreja.
—Es tuya—aclara—, tú la conseguiste, tú te la quedas—se apoya a mi lado.
— ¿No esta maldita, cierto?—arqueo una ceja y este niega.
—Le dicen la piedra de la prudencia—me informa y yo escucho con atención—. Según las criaturas de Uliacia, es mágica y siempre te ayudara en tus decisiones—susurra. Lo miro con las cejas unidas.
—Y, ¿por qué me dejaron quedármela? Suena a que es poderosa—objeto.
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Editado: 20.11.2021