Capítulo 02: Fuera de control
“El príncipe de Liam caminaba tranquilamente por los bosques encantados de Eahlmund. El lugar parecía un paisaje tétrico cliché de las películas de terror.
Buscaba la piedra zafiro que uno de los sirvientes del malvado Elinor le había robado.
Con estela en mano se aproximó hacia El Gran Árbol y tocó el tronco con sus manos, como acariciando el rostro terso de una mujer. No sabía cómo ni cuándo había nacido de las tierras fértiles de Eahlmund aquel árbol, nadie tenía la cuenta de cuántos años había estado de pie custodiando el reino y tampoco estaban enterados de su propósito en el bosque encantado. Parecía ser que era la “construcción maestra” de algún hechicero de magia blanca, pues ningún árbol en todo el mundo era tan grande como ese, ningún árbol brillaba como bañado en diamantina dorada. El joven príncipe soltó un suspiro cansado y prosiguió en su búsqueda.
Sus sentidos alertaron la presencia de un ente de magia negra y desenvainó a Lora, su espada mágica, la cual fue regalo de su padre hacía ya algunos años. Sus orbes azules exploraron el lugar inmediatamente y una enorme esfera de magia negra fue lanzada hacia su dirección. No tuvo oportunidad de reaccionar y fue despedido con fuerza contra el enorme árbol a sus espaldas.
Gimió adolorido y se levantó a penas. La enorme esfera había debilitado el joven príncipe dejándolo sin energía que utilizar para luchar contra lo que fuera que lo estuviese atacando en esos instantes. Se sentía como si hubiera luchado en una guerra terriblemente larga. Maldijo en voz alta y un enorme kremlin saltó sobre él. Forcejeó unos segundos hasta que una lanza atravesó la cabeza de la criatura.
Sus guardias habían llegado a su rescate.
–¿Se encuentra bien mi príncipe? –inquirió uno de ellos ayudándolo a levantarse.
El príncipe asintió.
–Díganle a los grandes magos que maten a cualquier criatura mágica en este bosque –ordenó–. ¡Ahora!”
Lo que sea que hubiese sido esa cosa, de verdad lo había asustado mucho a tal punto de casi orinarse en los pantalones. Afortunadamente sus padres llegaron a tiempo para ayudarlo. La espesa neblina bajó un poco más, todo a su alrededor se veía más claro, y el patio de su casa ya no se veía tan aterrador como hacía unos minutos.
–Mamá, había algo ahí… –señaló alguna parte del jardín poco visible por la capa blanca que cubría el ambiente.
–Estás imaginando cosas, cariño –su madre acarició su cabello negro y siguió caminando hacia la enorme casona para descansar de una buena vez por todas.
–Ya eres mayor, Ryan –dijo su padre en tono autoritario–. Deja de comportarte como niñito tonto, no había, ni hay, nada ahí, hijo.
–¡Te digo que vi algo en ese lugar! –gruñó con las cejas alzadas.
Sus padres siempre habían sido así. La mayor parte del tiempo nunca le prestaban atención porque estaban trabajando o en reuniones con sus amigos del trabajo, y cuando estaban en casa a lo único que se dedicaban todo el tiempo era a estar trabajando inmersos en sus computadoras portátiles, o viendo programas basura que pasaban por la televisión en sus horas de descanso.
Estaba molesto de que nunca le pusieran atención y de que jamás estuviesen atentos a él ni nunca lo tomaran en serio. Era verdad que con el paso del tiempo se había acostumbrado a tales tratos por parte de sus padres, pero había algunas veces en las que estaba harto y cansado de esa actitud. En las cosas más importantes para él, en la vida habían estado. No importaba cuántos logros obtuviera, sus padres nunca estarían ahí para verlo.
Tragó saliva con dificultad y vislumbró todo el jardín delantero en busca de alguna otra cosa extraña, luego siguió caminando detrás de sus padres para entrar a la casa.
–¿En serio? –Inquirió, bloqueándoles el paso al llegar a las pequeñas escalerillas que conducían dentro de la casa– ¿No van a creerme? –meditó un poco más aquella pregunta y sus padres, en cierta forma, tenían razón. ¿Quién el mundo iba a creerle que una sombra maligna había querido atacarlo? Eso sonaba de locos y probablemente sus progenitores tomarían la decisión de mandarlo con un loquero por tales soserías que salían de su boca.
Los mayores se miraron el uno al otro, como pensando lo mismo…
–Mmm… Ryan, cariño –comenzó su madre a decirle–, me parece que… –la mujer buscaba la mejor forma de informarle a su hijo que necesitaba ayuda “psicológica”.
El de orbes aguamarina percibió antes de tiempo el mensaje que su madre trataba de comunicarle, y de repente se arrepintió de haberles comentado lo que había sucedido hacía minutos atrás e instantáneamente ideó un plan de escape.
–Mamá –enserió su semblante–. Perdóname… –bajó la mirada, fingiendo arrepentimiento– Yo sólo… quería buscar tu atención porque nunca me la prestas, mamá no estoy loco… perdón por mentirles –los miró a ambos con la mirada baja.
A su criterio, parecía un completo idiota fingiendo ser un niño pequeño en busca de la atención de sus padres. A estas alturas ya estaba acostumbrado a la inexistente atención de ellos y aparentemente ya no la necesitaba, era autosuficiente y bastante mayor como para ocuparse de sí mismo.