Llevábamos caminando por el bosque aproximadamente una hora tratando de encontrar comida. No sé que tipo de comida él busca encontrar aquí. La noche ya había caído, Frederick me había pedido que esperara mientras él se adentraba más al bosque para así seguir buscando, hasta que de pronto llegó con una pequeña caja de papas fritas. La caja estaba algo sucia y aplastada.
—¿En serio? ¿De dónde sacaste eso?—pregunté.
—La caja la encontré tirada. No pienses que lo hay dentro son papas fritas, la caja sólo la traje para que no tuvieras que ver lo que en realidad hay dentro. Ahora, cierra los ojos y come lo que hay dentro.
Temía por ello, en realidad no sabía lo que había dentro, podía ser el cerebro de un ratón o incluso algo peor. Sin embargo, mi hambre y mi sed eran inmensas, a tal punto que sería capaz de comerme lo que sea. Cerré mis ojos y tomé la caja, Frederick se puso detrás de mí y se aseguró de que no pudiera ver cubriendo mis ojos con sus frías manos.
—¿Qué demonios es esto? —pregunté una vez que ya tenía la caja en mis manos.
—Si te lo digo no querrás comerlo.
Introduje mi mano en la caja, lo que había dentro era suave y húmedo, sin pensarlo dos veces di una mordida, el sabor era fabuloso para mí, y sin darme cuenta, la caja ya estaba vacía.
Frederick retiró sus manos de mis ojos, pero antes de abrirlos Frederick me quitó la caja de las manos y la arrojó lo más lejos que pudo.
—¿Ahora sí me dirás que fue lo que comí?
—¿Te gustó?
—Sólo respóndeme.
—Bueno acabas de comerte el corazón de un pequeño conejo.
Al escuchar eso, el asco no tardó en aparecer en mí.