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Comencé a darme la vuelta lentamente, aunque ojalá no lo hubiera hecho. Frente a mí estaban tres lobos negros cuyos ojos eran tan rojos que me hacían querer correr lo más lejos posible. Ellos comenzaron a acercarse y yo no sabía que hacer. Tal vez Frederick tenía razón y yo no sobreviviría aquí afuera.

Retrocedí lentamente dispuesta a irme por otro camino, lejos de los lobos. Sin embargo, al darme vuelta pude ver a un hombre, quien parecía que acababa de salir de un incendio. Su rostro estaba totalmente quemado y cubierto de un tono negro que parecía ser de humo; no tenía cabello, y sus ojos también eran totalmente rojos. Yo estaba justo en medio de los lobos y del tipo quemado. Sin saber que hacer y esperando que mi final no fuera tan doloroso, pero en un impulso corrí tan rápido como pude lejos de ahí, aunque sabía que tarde o temprano tendrían que alcanzarme.

Seguí corriendo, pero de pronto comencé a sentir que mis pies ya no podían seguir más. Miré detrás de mí para darme cuenta que ni los lobos, ni el hombre quemado estaban cerca. Seguí avanzando de espaldas hasta que choqué con un cuerpo.

—¡Bu! —dijo una voz.

Así es, ahí estaba la única persona que podía bromear incluso cuando yo estaba apunto de morir. Frederick.

—¿Qué haces aquí? ¿Por qué no sólo me dejas morir aquí? —pregunté.

—Es exactamente lo que yo me pregunto.

Los lobos regresaron y detrás de ellos estaba aquel hombre. Por alguna extraña razón ahora que Frederick está aquí me siento un poco más segura. Frederick se acercó a los lobos, y basto con sólo una mirada para que estos se fueran lejos. Después Frederick se acercó al hombre, ambos se miraban fijamente a los ojos, parecía como si estuvieran en una batalla de miradas. Finalmente, después de unos segundos así, el hombre quemado pareció rendirse y se arrodillo ante Frederick mostrándole su respeto.

—Mira, deja de hacerte la valiente y ven conmigo.

Después de lo que había ocurrido estaba tan asustada que no tuve otra opción y fui detrás de él.