Capítulo 2:
Inquilino
Danna
Me quedo más tiempo del necesario en la ducha. Ahogando la voz de Robert que no para de hablar. Él está sentado en el inodoro parloteando como solía hacerlo en la universidad. Ni muerto deja de fastidiar. Su enamoramiento parece ser perpetuo. ¡Caray! ¡Dios! ¿Qué hice para merecer esto?
Tiene que haber una manera de deshacerme de él. Tengo el presentimiento que será más difícil de cuando lo evitaba en los pasillos. Antes podía rechazarlo, evitarlo, huir de él... ahora nada de eso funciona.
Robert, también, esta enredado en toda la telaraña que desciende de Esther. Si no la sacamos a ella del juego, él seguirá siendo un inquilino en mi casa.
—Si vas a decir algo —me masajeo el cuero cabelludo—, que sea para ayudarme Robert, no para enloquecerme.
Cierro la llave, adiós a la fluidez del agua. No puedo seguir postergándolo. Es momento de asumir que lo veré constantemente en cualquier rincón de la casa. Aquí murió y no tiene ninguna intención de irse, yo tampoco, no voy a mudarme solo porque tengo un enamorado acosador fantasma.
—¿Qué quieres que te diga? —pregunta con su peculiar tono seductor.
Muevo un poco la cortina, lo suficiente para asomarme.
—Algo sobre Esther, algo que la mantenga todavía atada a este mundo que no sea su venganza —tanteo la toalla y me envuelvo en ella.
Un pie fuera de la regadera y lo primero que veo es a Robert, sin camisa y con perforaciones dispersas en el abdomen. Por lo menos, esta vez, no está goteando sangre.
Los muertos... En este caso Robert, tienen un sentido del humor muy retorcido. Cada vez que puede me hace presenciar una pesadilla a ojos abiertos.
—¿Qué ganare a cambio de ayudarte?
No me gusta el trasfondo de esa pregunta, la verdad es que nada que provenga de él me gusta. Es ese instinto natural de advertencia, me impide confiar.
Agarro la otra toalla para secarme el cabello.
—Ah... No lo sé. Irte a descansar en santa paz.
Arquea sus pobladas cejas como si yo estuviera loca, y el descanso eterno no existiera.
—No es lo que quiero.
¡Santa madre! Un muerto que no busque descanso es un problema, uno del tamaño del universo.
—Me importa un carajo lo que quieras o no —él sonríe, como quien trama algo siniestro. Robert comienza a asustarme—. Estas muerto. Lo único que puedes obtener es no sé... cruzar hacia la luz o lo que sea que hagan los muertos.
Robert me saca de quicio. Eso ni la muerte lo ha hecho cambiar. No hace más que reírse de mí, y se me espeluca todo el cuerpo.
—¿Ni siquiera podemos negociar?
Como desearía tener una de esas dagas que tienen los hijos de la muerte para no tener que verlo por un par de horas, hasta unos minutos serian suficiente.
—Mejor olvídalo Robert.
Extiende una de sus piernas hasta bloquearme el paso, como si fuera suficiente para impedirme salir.
—¿Es que nunca me darás una oportunidad?
—Ya tengo hermanas fantasmas, no necesito un novio muerto. Prefiero uno de carne y hueso, y respirando. Si no lo recuerdas ya tengo uno, y se llama Nick.
Retira la pierna. La mención de mi novio no le agrado mucho, su encanto seductor es reemplazado por una seriedad espeluznante.
—Lo único que sigue teniendo Esther en este mundo en su venganza —tengo que nombrar a Nick más seguido—, lo que se traduce a tu madre y la mía, también ese hermano suyo. Del resto, no queda nada de ella.
Camino hacia la puerta evitando su contacto fantasmal y entro a mi habitación, cierro la puerta del baño con la esperanza de que esa barrera de madre le impida seguirme.
Mis esperanzas se rompen como pompas de jabón. Él atraviesa con normalidad mi inútil intento de encerrarlo en un espacio pequeño.
—Si se le hace un exorcismo a mi casa ¿te irías para siempre?
Robert suelta una risotada que me eriza la piel, pasará mucho tiempo antes de que pueda acostumbrarme a su presencia.
—¿Por qué lo harías? —Pregunta con inocencia— no te causó ningún mal. Soy inofensivo, solo te hago compañía.
No me gusta para nada su tono seductor. El casanova ha regresado. Él no tiene ninguna intensión de darme un poco de privacidad, y sí, está muerto y es muy incómodo cambiarme con él parloteando por la habitación.
—¿Te puedes ir? necesito vestirme.
Él fija la mirada escudriñando mis piernas desnudas, algo en su mirada me causa temor.
—¿Por qué te incómoda? —mis labios se entre abren exponiendo mi sorpresa, él sigue parloteando—, estoy muerto, Danna.
Se encoje de hombros. El peso de su mirada no me deja tranquila.
—Lárgate, Robert —gruño. Estar bajo su escrutinio es peor que salir desnuda a la calle.
—Como quieras —alza las manos en señal de paz—. Estaré en la sala, no hay muchos lugares a donde ir.