Alma Liberada (más Allá de la Muerte 3)

Capítulo 5: Sin tiempo

Pensé que nos encontraríamos con el policía, no sé, en su lugar de trabajo; no a una calle por debajo de la urbanización donde vive mi suegra. Thomas estaciona mi auto del otro lado de la calle, así que toca cruzar la vía de doble sentido. Mantengo mis manos dentro de los bolsillos de mi suéter, la tarde casi noche es más fría de lo normal. Thomas lleva puesta una chaqueta y me agarra de brazo al momento de cruza. Del otro lado, Alfredo ha reemplazado su uniforme de oficial de policía por unos jean desgastados y un suéter de cuello alto y una camisa manga larga a cuadros negros y tonalidades grises que lleva abierta. Me ofrece una sonrisa al verme.

—¿Cómo están, chicos? —pregunta, reclinado contra su coche y los brazos cruzados.

Salto hacia la calzada.

—Soportando una dieta a base de fantasmas —comento dejando entrever mi incomodidad por tener una visión amplia al mundo espiritual. No podía ser algo así como, que se erice la piel ante un fenómeno paranormal, ver una sombra pasar. No, tiene que suceder como una escena de películas con todos los detalles incluidos.

Alfredo se ríe y sus hombros se agitan.

—Tranquila, sobrevivirás a ella.

Tuerzo mis labios es una mueca disgustada, mi vida no tiene botón de retroceso. ¡Que lastima!

—Estamos bien, dentro de lo que cabe —Thomas y él se dan la mano en un fuerte apretón.

“Dentro de lo que cabe”, resume que nadie de nuestro pequeño círculo… se puede decir que familiar, ha muerto. Cristal se encuentra crítica en el hospital, en un coma inducido y sostenida por Danny. Mi cuñada no está precisamente muerta, pero su alma esta… extraviada.

—¿Tienen algo para mí? —inquiere Alfredo.

—Sí, nuestro cataclismo personal estuvo en la casa. Provoco a la niña, y bueno, ya sabes el resto —explica Thomas sin entrar en muchos detalles.

La niña asesino a todos los que se encontraban en su casa, espero a sus padres los elimino y luego se quitó la vida. Fin de la historia.

—Lo supuse, ahora que lo han confirmado. Nos queda intentar detenerla antes de que cause más muertes. Un caso como el de esa familia es alarmante, quien apretó el gatillo era una niña que no tenía ningún problema psicológico que excuse lo sucedido. Se puede manejar un caso, a veces los chicos enloquecen y causan tragedias que no se pueden explicar. La sociedad se alarma los primeros días y luego lo olvida. Pero, si se vuelve reiterativo se creara un miedo colectivo y la situación se puede escapar de nuestras manos —dice, dando a entender lo obvio. Esther es nuestro problema, en realidad de los hijos de la muerte, mas aunque quisiera negarme estoy atada a esta bola de problemas.

Ahora somos soldados en una guerra invisible.

—¿Tienen algún cubo pequeñito que la adsorba? —pregunto teniendo la certeza de que estoy pidiendo un imposible.

—Ves demasiadas películas —responde Alfredo con seriedad.

Sí los fantasmas se hubieran quedado en la ficción de las películas no tendría que preocuparme por cazar uno en la vida real.

—Tenemos que salir y darle cacería —dice Thomas mirándome.

No me gusta esa mirada que me señala en el “tenemos”.

—¿Tú y yo? —pregunto agitando un dedo hacia y luego hacia mí.

A Alfredo se le escapa una risita.

—Siempre somos Nick y yo, puesto que todavía está en el hospital parece que vas a tener que reemplazarlo —afirma Thomas.

—¿Este trabajo de ser hijo de la muerte no tiene una administración donde uno pueda presentar la renuncia? —inquiero.

—Ni siquiera te has iniciado como una y, ¿ya estás pensando en renunciar? —replica Alfredo.

—Vamos, Danna. No puedo decirle a Amaia, porque ya sabes cómo es su resistencia con todo esto, —dejo escapar el aire de mis pulmones. Lo primero que haría mi amiga es salir corriendo, su cercana experiencia al mundo espiritual con mi gemela no le dejo ganas de experimentar con el pasatiempo de su novio. Aceptar que los fantasmas existen no significa que ella va a perseguir uno — y menos a Alexis, el pobre chico se muere de la preocupación por Cristal. Ni hablar de Nick, solo me quedas tú.

Pues sí, no hay para dónde coger. Prefiero ser yo, a tener que involucrar más a mis amigos.

—Pues si no hay de otra.

—Tengo más hijos de la muerte en la zona —anuncia Alfredo—, también van a estar detrás de Esther. A ver quién la alcanza primero.

—Es un juego retorcido—expreso.

—Y aunque no queramos, tenemos que jugarlo —dice Alfredo resignado. —Ahora los dejo, cuídense muchachos. 
Sub a su auto, y nosotros cruzamos la calle de regreso al Ford Fiesta.

—¿Quieres que regresemos a tu casa? —Pregunta Thomas con la puerta medio abierta. —Me gustaría pasar por casa de Estela y verificar que se encuentre bien. 
A mi gustaría asegurarme de que no cometerá ninguna locura, como hacer algo parecido a Cristal por el bien de la familia.

—De acuerdo.


 

 

Pienso que llegamos en el momento preciso para hacerle compañía a Estela. Ella se hace la fuerte, pero puedo ver en su mirada que apenas y puedo sostener sus pedazos en un intento fallido, para que las grietas no sean percibidas. Aunque lo intente no pude ocultarse de mí. Con todo lo que he vivido a mi corta edad puedo hacerme una buena idea de cómo se siente en estos momentos.

Sus dos hijos en un hospital, uno de ellos ni siquiera podemos asegurar que se levantara de la camilla. Su hermano es el actor intelectual de la muerte de su esposo, no fue un accidente laboral, por decirlo de alguna manera, nada que ver. Su esposo fue sacrificado, como se sacrifica a un animal por una razón estúpida. La traición duele, y mucho.

—No tienen que quedarse —dice antes de soplar una humeante taza de té que Thomas ha puesto en sus manos.

De solo ver el cansancio en su mirada, las marcadas ojeras y ese semblante de no quiere ni levantarte del sillón, donde se encuentra justo ahora, me doy cuenta que a pesar de haber salido temprano del hospital hizo de todo menos descansar. Thomas le preparo algo para relajarla, y quizás sedarla un pelín para que pueda irse a dormir. Él sigue metido en la cocina preparándose algo para cenar, ni Estela, ni yo tenemos apetito, así que ambas sostenemos una taza de té.




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