A LOS TREINTA minutos su paciencia se transformó en una mezcla de desilusión y rabia que hervía a fuego lento en su interior.
El lujoso restaurante al que había ido para reunirse con Sean estaba repleto a pesar de la tormenta que no cesaba su intensidad desde el atardecer. Repleto de miradas discretas que la hacían sentir incómoda, y desear estrangular al puma por dejarla plantada.
Pero después de una hora de espera, su frustración pasó a ser preocupación.
Sean no era un hombre impuntual, era extremadamente calculador con el tiempo, ella sabía que de haber surgido un inconveniente demasiado grave como para no reunirse con ella le habría llamado.
Algo pasó, de eso no tenía duda.
Quince minutos más, decidió que no llegaría, dejó el dinero del café consumido sobre la mesa adornada por un mantel blanco bordado con rosas.
Ajustando su abrigo térmico salió al lluvioso exterior, el leopardo se movió alterado, sintió una sensación extraña, como si la tempestad anunciase algo terrible.
Supersticiones.
Decidió ignorar todo, solo era una tormenta previa a la primavera, nada más. Sin embargo la preocupación no la abandonó cuando estuvo en el interior de su vehículo. Ella quería terminar de una vez por todas con el asunto de lo que había entre ella y el puma.
Algo que no tenía nombre ni significado definido, pero existía a pesar de que le costaba admitirlo. Fueron dos largos años en que aquel obstinado hombre no dejó de proclamar sus intenciones, a pesar de sus rechazos, Sean siempre volvía.
—Esperaré el tiempo que sea necesario.
Debería haberle dicho la verdad desde un principio, destruir sus esperanzas antes de que siquiera tuvieran tiempo de echar raíces. Pero no lo hizo, porque pensó que Sean era otro hombre más que veía en ella la emoción de una cacería difícil, Aria pensó que pronto se rendiría.
Estaba equivocada.
El puma había sido honesto desde el inicio de su desastrosa relación de enemigos a amigos, luego a aliados y finalmente... No estaba segura del punto en el que se encontraban.
Suspiró, su aliento salió visible al exterior, la condensación había nublado los vidrios reduciendo su rango de visión. Inclinándose activó los limpiadores, de inmediato sus ojos se desviaron a la fotografía en la gaveta.
Ella se veía más joven al lado del hombre de intensos ojos verdes, cabello negro rizado e incontrolable, tenía una sonrisa cálida que siempre había encendido su alma. Así había sido Noah, el único hombre al que amó, el que sabía que iba a ser su compañero de vida aunque él nunca lo admitiese.
Su corazón latió con nostalgia por el vínculo perdido aquella noche en que casi lo perdió todo, la herida todavía sangraba a veces, los recuerdos de gritos, llantos y sangre no desaparecerían.
Nunca lo harían.
Noah murió para salvar su vida, por seguirla, por quererla.
Y ella le juró fidelidad mientras sentía su cuerpo enfriarse.
Una lágrima recorrió un sendero por su rostro, así era su realidad, las personas que la rodeaban siempre salían heridas de una u otra forma por las consecuencias de sus actos.
Su celular vibró desde la gaveta, Aria tragó saliva enviando los recuerdos y sensaciones a un rincón de su mente. Dejó la fotografía en su lugar y tomó el delgado objeto azul.
El número de Kaylee titilaba en la pantalla.
— ¿Kaylee?
—Aria, tienes que venir es urgente —el pánico en esa frágil voz le hizo entrar en alerta.
—Calma Kaylee, dime qué es lo que sucede.
Encendió el auto, cambió el nivel de acción de los limpiadores.
—Sean tuvo un accidente.
Un rastro de llanto en cuatro palabras que la paralizaron.
Un bocinazo le obligó a poner en marcha y conducir con manos temblorosas, activó el modo altavoz.
— ¿Cuándo?
—Hace dos horas —el tono de Kaylee se estabilizó un poco—. Iba en camino a reunirse contigo por la carretera, no sé con exactitud lo que sucedió pero lo único que sé es que chocó contra un automóvil que iba en sentido opuesto.
Aria guardó silencio, un dolor conocido regresó con furia para azotar la herida de su corazón. La historia parecía repetirse.
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Editado: 23.02.2019