Aún con mis ojos apenas abiertos logré leer la alerta en mi celular con la palabra "mudanza" y esperé mientras mi cerebro me regresaba a la realidad otra vez. Si no fuese porque desde que tengo memoria ese tipo de sueños tan vívidos me hacen despertar llorando aún estaría exaltada. Pero aquel día era muy importante para mí como para dejar que las pesadillas lo arruinen, ese día empezaba por fin mi último año en la universidad, un año de paz antes de perder el control de mi propia vida y eso a los veintiún años asustaba más que toneladas de nieve y cuchillos.
O al menos eso es lo que yo pensaba antes de conocerlo y que mi mundo cambiase por completo. Pero no quiero adelantarme en la historia.
Me levanté de la cama, no sin antes revisar las redes sociales porque como Lola siempre decía «es hasta más importante que el desayuno», de hecho, normalmente debo pasarlo por alto ya que tengo la tendencia a ser la persona más impuntual de la faz de la tierra. Me distraje por un momento mirando los libros que ya estaban empacados y guardando en las cajas viejas fotos de la infancia donde toda mi familia está sonriente, tome mi favorita donde estoy poniendo caras mientras sostengo a Maggie recién nacida convenciéndome a mí misma de que ser su hermana mayor me daba el derecho a tomarla prestada.
Escaleras abajo mis padres preparaban el desayuno y Maggie ya sentada en la mesa comenzaba a parlotear sobre el nuevo video de su cantante favorita disfrutando de la atención de toda la familia, más que su hermana muchas veces lograba sentirme su madre por la diferencia de edad que teníamos, pero a sus 6 años debía admitir que era una niña muy atenta a todo lo que pasaba a su alrededor y se había ganado el lugar más grande en mi corazón desde el primer momento.
Mientras revolvía el tazón con cereales me perdí mirando hacia la ventana recordando cada detalle del sueño de esa mañana, no es como si fuera la primera vez que lo tenía, pero cada vez se sentía más real, de hecho, solían pasar meses sin tener esa clase de sueños, pero muy a mi pesar siempre regresaban. Con el tiempo comencé a ignorarlos, pero aquel sueño tenía un detalle que lo diferenciaba de todos los anteriores y que me tendría reproduciéndolo en mi cabeza durante todo el día. Era la primera vez que podía ver el rostro de aquel hombre con tanta claridad sin que la nieve se interponga. Y puedo asegurar que le quitaría el aliento a quien sea que tenga la oportunidad de ver a través de esos ojos.
Intenté recordar con demasiado interés si se trataba de una persona que alguna vez conocí, pero seguramente recordaría a un hombre así. Concluí que quizá había sacado la imagen de aquel hombre de un modelo de un anuncio de fragancias para contrarrestar lo horrible del sueño y después de un rato pensándolo esa fue la idea que logró convencerme, una idea no muy inteligente si consideramos que era una estudiante en el último año de medicina. Me reí de mi propia ocurrencia y noté que mi madre estaba hablándome, aunque no recordaba haber oído ni una palabra.
El resto del día pasó rápidamente, papá estacionó al llegar al campus y todos nos detuvimos para admirar el lugar, siempre que llegaba tenía la sensación de por fin pertenecer a algo mucho más grande que mi misma.
Tuve la suerte de que Lola, mi mejor amiga, estudiase en la misma universidad que yo, aquel día en que nos enviaron las cartas de aceptación nos abrazamos y lloramos sin poder creerlo, y el padre de Lola se encargó de que todos los años compartiéramos apartamento. Él decía que lo hacía porque me adoraba como a una hija, yo en el fondo sabía que esperaba que cuide a Lola de su explosiva personalidad.
—Emma— dijo mi papá cuando agarré mi maleta sacándome de mis pensamientos—. Quiero que sepas que estamos muy orgullosos y que esto es todo lo que siempre deseamos para ti, intenta disfrutar al máximo tu último año, ¡pero no demasiado! Soy muy joven para ser abuelo—mamá lo miró avergonzada y no pudo evitar reír de la falta de filtro que mi papá tenía al hablar—. Vamos a extrañarte pequeña Em, pórtate bien—dijo y un nudo se formó en mi garganta, las demostraciones de amor siempre causan ese efecto en mí y comenzaba a sentir esto como una despedida, aunque temporal, lo cual era algo que odiaba.
—Gracias papá, ¡saben que no deberían preocuparse por eso, yo también voy a extrañarlos!
Mamá me miraba con lágrimas en los ojos como el primer día que empecé el colegio y tuvo que dejarme en el mar de niños pequeños que sólo sabían gritar.
—No hay nada que deseemos más que tu felicidad, cuídate mucho, no te saltes los desayunos, y no tomes mucho alcohol, que ya sabes que no es lo tuyo— dijo mamá riendo, que al igual a mí no era buena con las despedidas, en ese momento no había cosa que deseara más que decirles cuánto los amaba, pero las palabras no lograban salir de mi boca. A veces me pregunto cómo es que aquellos sentimientos que arden con mas fervor en nuestros corazones son los más difíciles de poner en palabras, al menos sin comenzar a sentir aquella horrible sensación de angustia.
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Editado: 14.07.2019