—¿Podemos saltearnos el postre e ir a la cama ver películas? — pregunté sin dejar de besarlo.
—Lo que mi princesa quiera— dijo haciéndome señas para que camine primero.
La noche fue perfecta, miramos películas sin mirarlas, porque sus besos o sus cosquillas me distraían de las mejores escenas o lo hacía yo dejando en claro que ninguno tenía intención de mirar una película, el simple hecho de encontrarme abrazada a el con mi cabeza en su pecho suponía para mí una alegría inmensa, un sentimiento de paz y de plenitud que nunca antes había tenido.
Cerré mis ojos para disfrutar del momento que la vida nos obsequiaba, Sam me abrazaba y acomodaba mechones de mi cabello, supuse que pensaba que estaba dormida por completo, pero aún no lo estaba, sino que podía sentir sus caricias y sonreír levemente con cada una. No estaba dormida pero no me faltaba mucho más para estarlo cuando lo oí hablar dulcemente por última vez antes de fundirme en el sueño más profundo
—Te amo Emma.
—Te amo Harriet— la voz de Sam sobrevolaba en mi cabeza. Las imágenes se arremolinaban en mi mente como hojas libres en el viento, una enorme escalera, un candelabro, un vestido inmenso, Sam de pie extendiendo su mano hacia mí. Una playa, un pañuelo volando y yo corriendo hacia él. Un profundo beso y una despedida.
Luego todo era blanco por un momento y luego completa penumbra.
El frío y el miedo se apoderaba de mí nuevamente.
Fuego, sangre y yo en sus brazos, por lo que sentía como una última vez.
Sus lágrimas en mi rostro eran lo único cálido de esa noche y sus palabras ya no llegaban a mí.
Y luego la habitación, la habitación mas pequeña y a la vez mas inmensa que alguien pudiera imaginar. Tan blanca que no dejaba ver el completo vacío a mi alrededor, cuánto mas deseaba salir mas pequeña se hacía, eternamente blanca.
Y la voz de Sam era lo único que impedía que no me esté partiendo en mil pedazos.
—¡Emma! ¡Despierta Emma! — su voz estaba ahí otra vez, cada vez más real.
—¡Emma es solo un sueño, tranquila!, ¡despierta por favor!
Abrí mis ojos llenos de lágrimas y no reconocí el techo de mi habitación, la voz de Sam me llevó a la realidad lentamente.
—Emma estaba soñando, tranquila, estás aquí conmigo— tomó mi mano y me observó — ¿Qué has soñado? Estabas llorando— indagó. Intenté calmar mi respiración agitada, el secaba las lagrimas en mis mejillas.
—Soñaba contigo— admití finalmente. Sabía que no debía haber contado aquello, que era lo suficiente extraño como para que yo sola lo sepa, que no era necesario que el sepa que me estaba volviendo loca.
—¿Conmigo? ¿Qué soñabas? — me interrogó.
—Decías que me amabas— dije y las lágrimas volvían a caer.
—¿Y que tiene de malo eso Em? — dijo besando mi frente.
—Yo moría, en tus brazos me desangraba Sam— exclamé. Sam parecía haber visto un fantasma del pasado, no decía una palabra solo me miraba, intentando buscar las palabras para decime que era solo un sueño, pero no lo hacía, necesitaba que me diga que solo era un sueño, necesitaba que me diga que no me estaba volviendo loca.
—No permitiré que nada malo te pase amor mío— contestó dulcemente abrazándome.
—¿Sam? — hablé aprovechando no tener su mirada en mí
—¿Qué más? — preguntó
—Me llamabas Harriet— El abrazo de Sam se endureció, se sintió frío y creí que me soltaría por un momento, como si mi sueño significaría algo para él.
Mi teléfono comenzó a sonar, una llamada tras otra y ninguno se movía ni decía una palabra, Sam no me soltó, pero su abrazo cambió, desea poder ver su rostro para preguntarle que estaba sucediendo. El teléfono no dejaba de sonar, salí de la cama y lo busqué nerviosamente en mi bolso, con una extraña sensación en mi pecho.
—¿Hola?
—Emma tienes que venir a casa, tu padre tuvo un accidente— mi madre hablaba desesperada del otro lado de la línea.
—¿Qué estas diciendo? ¿Qué le pasó a papá? —exigí una respuesta, mis manos temblaban y el teléfono estaba a punto de caerse. Estaba segura de que si una bala me atravesaba el corazón no podría hacerme sentir más dolor que las palabras de mi madre en ese momento, las lágrimas brotaban de mis ojos y no podía dejar de sollozar.
—Está en terapia intensiva, no sabemos que pueda pasar, ni si puede despertar. Em necesito que vuelvas— pidió. El teléfono cayó de mi mano, y yo caí en el piso rompiendo en llanto. Mis mayores miedos se habían hecho realidad, estaba destruida no podría levantarme de allí, no podría recomponer mis pedazos.
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Editado: 14.07.2019