Cerré mis ojos con fuerza y sentí como la claridad invadía mi mente.
¿Qué es lo que más deseas en este mundo? Eso había preguntado. Amor mío, utilizó al finalizar su frase, tan sólo esas dos palabras, mundanas, fusiones de una invención humana que tardaron milenios en alcanzar, lo sé. Estuve ahí. Sólo esas palabras eran suficientes para contemplar mi pecado.
No podía ser su amor, sin embargo, ella era mi objeto de adoración. Eso no es de lo que están hechos los ángeles, no podemos elegir. Pero lo cierto es que no elegí amar a la dulce muchacha cuyos cabellos doraros se encontraban desparramados por mi pecho mientras dibujaba pacíficamente círculos en la arena.
Amor mío, mi designio divino no era enamorarte. No respondí, no supe cómo hacerlo si cada momento que pasaba junto a ella sólo servía para que nuestras almas se vuelvan inseparables y eso sólo haría más dura la caída.
Me limité a sonreír, otro de los lujos que aprendí a su lado.
Desearía darte una vida simple, una vida feliz. Besarte por las noches y recordarte todas las mañanas que tu eres la razón por la que estoy aquí. Que nuestras escapadas a la playa sean un ritual de nuestros domingos y que lo hagamos con nuestros niños. Envejecer a tu lado y tomarte la mano hasta mi ultimo suspiro. Quisiera la tragedia y la alegría, el tormento y la paz que representa la humanidad. Quisiera darte lo que jamás podré tener.
Supe que estabas desilusionada ante mis silencios, supe que te hacían daño, pero créeme, este es el menor daño que puedo hacerte.
¿Cómo hemos acabado aquí?
Me sentí débil, mis piernas flaquearon y aparte mis brazos sin más. Fue un simple impulso, quería continuar, quería verlo todo.
—Emma—susurró mientras me sostenía.
—Shh—contesté antes de volver a intentarlo.
La luz cegaba mis ojos, ¿o tal vez era mi mente? No podía entenderlo.
Caminar entre estas criaturas me repugnaba, este cuerpo se sentía extraño, limitaba cada uno de mis movimientos. Sólo debía cumplir la misión y regresaría al paraíso. Jamás entendería que experimentos deseaba realizar mi padre en este mundo, pese a que nuestro deber también sea protegerlos.
De aquí puedo verla perfectamente, la humana sigue atenta su tarea, sin duda algo de divinidad hay en ella. Es la descendiente de Luzbel, es innegable. Porta sus vestiduras amarillas con gracia mientras ayuda a cargar alimentos.
Se volteó hacia mi y curvó sus labios con un extraño brillo en sus ojos. Tal vez esto va a ser más fácil de lo que pensaba.
La luz ciega mi mente una vez más, sus recuerdos inundaban mi ser.
-¡Harriet! —se quiebra mi voz al verlo detrás de ella. Sus ojos cielo se iluminan una vez más. No me queda más que correr hacia ella, a eso me han reducido, sólo puedo intentar alcanzarla antes de que su vida escape ante mis ojos. Hemos hecho todo mal amor mío, daría mi vida por cambiar nuestro destino. Las lagrimas brotan de nuestros ojos a la vez, cómo un solo corazón, el que ella me regaló sin resentimientos ni condiciones.
Su cuerpo se desploma y sus ojos pierden su bendito brillo. El dolor no me deja respirar.
—No me dejes te lo ruego.
Fuiste advertido tantas veces, el amor no es para lo que estás hecho. Aquella voz resuena en mi cabeza, la ignoro como no lo harían el resto de mis hermanos, ya no es un privilegio. Es una condena. Sólo la necesito con vida.
Me aferro a su cuerpo deseando tener el poder para devolverle la vida que le he robado, la vida que merecía, me he equivocado tanto mi amor. Desearía poder hacerlo todo de nuevo.
—Harriet te lo ruego, vuelve a mí. Moriré cada horrible día de mi existencia sin ti. Nadie ocupará tu lugar en mi alma, lo prometo.
—¡Padre! —grité furioso— Te ruego no te la lleves, descenderé al mismísimo infierno si eso deseas.
—¡Castígame! Todo fue culpa mía, ella no debe pagar por mis pecados. Haré lo que quieras, pelearé a tu lado todas tus batallas y no volveré jamás a mirar hacia aquí abajo, no preguntaré por su vida, sólo te ruego que no se la quites—lloré aferrado a su cuerpo sin vida, pude sentir cuándo se iba, pude sentir cada paso que su alma daba. Ese será mi castigo por siempre y mi alma pagará por siglos el precio de este amor.
—¡Pagaré con mi vida esta traición, devuelve la de ella!
Mi dulce niña de ojos cielo, te he dejado sola.
Padre te lo ruego.
Sólo siento el vacío y el dolor, abrazaré su cuerpo sobre la nieve por siglos, reviviré este momento a cada segundo. Tu me diste vida y mi vida se va contigo.
—¡Los maldigo a todos! ¡Malditos bastardos, pagarán su vida uno a uno!
Mi corazón no soporta todo el dolor que Sam atravesó.
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Editado: 14.07.2019