Las vecinas la llamaban la Murmullos, a sus espaldas, aunque podrían haberlo hecho a la cara sin que ella se enterara. Desde que enviudó josefina, había cogido el hábito de hablar constantemente con santos y muertos.
En carreteras y caminos desolados; en algunas esquinas, en algunas calles, incluso en algunos cerros de la ciudad. Es ahí donde encontramos una tradición sagrada, que durante años ha persistido como un elogio a los que se han vuelto invisibles después de un accidente: las cruces. En la capital y sus periferias cada vez se ven menos, han ido difuminándose cual la memoria de un pueblo que olvida, por eso es que cuando nos encontramos con una, resulta realmente cautivador atrevernos a imaginar su historia. Josefina desde el primer día que su hijo murió en esa calle, nunca más sus días fueron iguales, la mayor parte de sus horas las pasa en ese camino, frio y desolado junto a la cruz de su hijo Manuel y con casco a sus pies.
Josefina como de costumbre esa tarde volvió junto al cura, chofer al mismo espacio que lo había hecho un ritual, arrodillándose ante esa cruz, colocando su corona de flores y empezar a rezar. Algo misterioso pasaba todas las tardes, y josefina lo sabía, por eso nunca dejaba de visitar esa cruz mortuorias posadas sombre los caminos, se convierten en una especie de ofrenda, un escenario que da lugar a instantes sagrados póstumos, donde josefina llevará flores, veladoras o incluso placeres materiales que solían gustarle al que pereció en aquél lugar.
Las cruces también tienen otros significados. Por un lado está el de hacerle saber a los viajeros que se trata de un sendero peligroso, una alerta, quizás, de que la muerte está presente. Por otro lado, estas cruces se han utilizado como altares “santificados” donde la gente va a pedirle al difunto que, como ser espiritual, interceda en la confabulación de una petición a Dios. También funcionan, al igual que un cementerio, para permitir que el difunto descanse en paz y no divague como alma en pena, congelado en un limbo donde no pueda dejar atrás a quienes abandonó inesperadamente.
Josefina sabía que esa en esa zona de espanto, había algo poderoso que se alimentaba de las almas en limbo, y la única salvación de las almas perdidas eran mantenerla con luz y rezos hasta que puedan entender y logren descansar en paz. En el caso de su hijo Manuel ella con su dolor no dejaba que el continuara al camino que tiene que seguir y era un alma que ella tenía retenida con un dolor de madre.
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Editado: 18.07.2020