Almas Coloridas

[CAPÍTULO UNO]

 

Estaba nerviosa. Muy nerviosa, demasiado.

Y no tenía idea si era por que en estaba a minutos de graduarme, para alfin dejar de ser juzgada en la escuela o por que al día siguiente tendría la habilidad de encontrarlo o encontrarla, no me quejaría si me tocara una chica.
Miré a todos los que habían sido mis compañeros de clase, aquellos que nunca me habían dirijido la palabra.

Imbéciles, no sabían lo que se perdían.

Mi vida social no era algo de lo que estuviera orgullosa o bueno, habían solo tres cosas de las que realmente estaba orgullosa. Mis padres, mis calificaciones en la escuela y mis ojos morados.

Eran la única parte de mi cuerpo que se había dignado a tener un poco de color.

Estúpidos estereotipos coloridos, los odiaba.

Me quedé pensando un momento, en si realmente valía la pena graduarme, al fin y al cabo, mamá decía que en el mundo de los adultos, sería mucho más juzgada que en la escuela.

Cuando habían ya habían llamado a la chica que estaba delante de mí, me levane decidiendo que si iría delante, afrontaría lo que fuera.

—Pero miren nada más, la niña incolora esta apunto de graduarse, quien lo diría.—dijo Ambér Green, su nombre decía de qué color era todo lo que llevaba puesto, además de sus ojos.

Me había estado molestando y llamándome la niña incolora desde hacía tiempo, pero al ser yo, no podía quejarme ya que según todos, merecía ese apodo y mucho más.

Solo baje la mirada y estrujé el dobladillo de la camiseta que llevaba.

—¿Es que acaso no dirás nada?

—No tengo derecho—dije en un susurro.

—Ah, veo que las cosas te han quedado bastante claras a lo largo de los años, ¿Pero es que no te enseñaron a que debes mirar a la cara cuando hablas con los demás?

Mamá y papá siempre me habían dicho que debía ir con la frente en alto, demostrando que los comentarios de otros no me afectaban en lo absoluto, pero es que no era así realmente.

Levanté la mirada con vergüenza, pero no me gustaba nada lo que había visto.

¡Veía el color de su alma!

Todo su cuerpo estaba envuelto en una tenue luz verde, pero no cualquier verde.

Verde moco.

Me quedé mirándola, sorprendida. No. ¡Es que no podía ser ella

—¿Qué?—me miro, extrañada. ¿Tengo algo pegado en la cara?

Pues tienes el alma del color de un moco, pero lejos de eso, nada.

—Yo...—aparté la mirada hacia el público, pensando en cómo decirle, pero al hacerle vi muchos colores.

Las familias de mis compañeros de clase, profesores, hasta el señor de la limpieza estaban llenos de colores.

Busqué a mamá y a papá entre la gente. Cuando los encontré, a duras penas, ambos estaban rodeados de amarillo, por mamá y celeste, por papá.

¿Acaso estaban haciéndome algún tipo de broma? Por que no le encontraba lo divertido.

—Rainbow Pieterson—escuché que me llamaba el director. Pero no podía moverme.

¡Eso era de locos!

—¡Eh!—gritó otro de mis compañeros.—¡Te están llamando, incolora!

Lo miré, o eso intenté, ya que mis ojos llegaban a doler gracias a todo los colores que veía a mi alrededor.

—Rainbow Pieterson, suba al escenario.—volvió a llamarme el director.


Realmente no podía moverme, sentía que todos me miraban y aunque ya estaba acostumbrada a eso, era extraño.
 

Cerré los ojos y respiré profundamente.

Cuando los abrí, todo había vuelto a la normalidad.
 

No tenía idea de lo que me estaba pasando, pero no era normal, debieron haber sido los nervios.


 

 

Luego de que la ceremonia de graduación terminó y mis padres me felicitaron y dijeron lo orgullosos que estaban de mí, estaba en casa.

No vivía en una mansión, pero papá era guardia de la ciudad y mamá era la secretaria del gobernador, así que teníamos buena posición económica y, al menos ellos, también social.

Mi casa tenía dos pisos, tres habitaciones y un bonito jardín con flores. Me gustaba, era mi refugio.

—¿Qué a pasado ahí dentro?—preguntó papá.

Estábamos sentados cada uno sentados en un sofá de la sala.

—¿Eh?—dije distraída.

—En tu graduación, Rai. Te quedaste en blanco, pasaron al menos ocho minutos para que subieras al escenario.—dijo mamá, extrañada.

—Yo...emmm...he visto muchos colores.

—Rainbow, explícate mejor. Estamos rodeados de colores.

—Creí ver el alma de todos los que estaban allí.—dije en un susurro.

Ambos me habían escuchado por las expresiones que pusieron al mirarme.

—¿Viste la nuestra?—dijo papá.

Asentí.

—¿De que colores son?

—La de mamá amarillo,—comencé a hablar— la tuya celeste, la de Ambér verde moco, la del director morado, la de...

—¿Pero cómo?—me interrumpió mamá, su rostro tenía una expresión de angustia.

—No lo sé. Solo sucedió.—dije un poco asustada.— aún no entiendo, si se supone que mañana cumplo los dieciocho, además de que solo debería ver la de una persona. No la de todos.

—Debe irse.—le dijo mamá a papá.

—¿Qué...?

—¿Estás segura de esto?—dijo papá, mirándola seriamente.

—Si.—respondió ella sonando decidida.

—¿Me pueden decir qu...?

—¿Pero quieres enviarla ahora?

—Mientras antes, mejor, Leo

—Creo que antes deberíamos explicarle...

—Si no se va ahora, tal vez la encuentren.—dijo ella pensativa.—además sería una buena forma de avisar que estamos bien, han pasado años...

—Es cierto.

Yo los miraba como si estuviera en un partido de tenis, de un lado hacia otro.

—¡Mamá! ¡Papá!

Ambos me miraron sorprendidos. Eran pocas las veces que me habían escuchado gritar.

—¿Qué?—preguntaron al mismo tiempo.

—¿Me pueden explicar qué sucede?

—Ah—dijo mamá haciendo un gesto con la mano, quitándole importancia al asunto.—Es que te debes irte.

—¿Ir donde? ¿Por qué actúan como si no importara que me fuera?—dije un poco dolida.




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