Tú, mi amor, eres el viento que no supe prever y que ha soplado con más fuerza de lo que nunca hubiera imaginado. Tú eres mi destino.
(Nicholas Sparks)
«Hijo»
Una sola palabra había bastado para congelar a Alejandro. ¿Hijo? ¿Qué hijo?
De repente una idea horrible cruzó su mente y sintió un nudo en el estómago. Michael no tenía hijos, ¿cierto?
No recordaba si habían tocado el tema, pero estaba seguro que Michael le hubiera comentado algo tan importante si fuera el caso.
La mano de Michael seguía en su rostro, tanteando con ternura, como un ciego leyéndolo a través de su piel. Alex respiró y se relajó, apretando más su mejilla contra su palma caliente, se frotó un poco y casi quiso llorar por tener la oportunidad de volver a sentirlo.
Su alma se estremecía y no supo cómo no lo había entendido antes. Su alma, definitivamente su alma ya había sido atrapada; pertenecía a Michael Owl, este hermoso brujo que ahora lo necesitaba…
Alejandro suspiró antes de poner su mano sobre la de Michael, esperó que su voz fuera firme cuando preguntó: —¿Qué hijo?
Michael lo miró en silencio. Esos ojos de plata tan intensos que Alejandro recordó sus primeras no-citas, los primeros encuentros que intentó disfrazar de casuales o “artísticos” –sólo para retratarlo–, aquellos en los que una simple mirada o sonrisa de Michael lo tenían ruborizado o balbuceando.
Tuvo que luchar demasiado para no llevarse la mano libre al rostro, porque casi estaba seguro de que estaba ardiendo de nuevo. Tan ridículo, ruborizarse ahora cuando se conocían –literalmente– en cuerpo y alma, cuando había cometido necromancia por él, cuando acababan de dormir juntos...
Michael estuvo a punto de preguntar si le había llamado “Mi amor”, su corazón acelerado ante la posibilidad aunque no sabía por qué, pero lo dejó pasar porque seguramente fue sólo su imaginación… Dios, ¿por qué su cerebro se dispersaba en un momento así?
¿Qué tenía Alejandro Stevens que, después de sentir que se moría en uno de sus sueños, lograba no sólo hacerlo sentir mejor sino hacerlo desear imposibles?
Se aclaró la garganta y trató de pensar cómo explicarlo. Era…extraño, más que una pesadilla se sintió como algo que hubiera estado ocurriendo en otra realidad, algo…real.
Y eso lo asustaba.
De momento no recordaba mucho, pero sintió que él no era de los que se asustan fácilmente.
Alejandro sintió su ceño fruncirse ante el silencio de Michael. Olvidando su timidez repentina, sin siquiera ordenárselo a su cuerpo, se encontró acercándose más a él, hasta que se sintió estremecer por la cercanía.
Él quería… Dios, quería aferrarse a él, besarlo y ser suyo como su última noche.
—¿Estás…? —se interrumpió cuando sintió el pulgar de Michael acariciando bajo uno de sus ojos. Su respiración tartamudeo; sí seguían así, no iba a poder contenerse mucho más.
Michael se había perdido en los ojos de Alejandro, en su reflejo… No en un sentido narcisista, fue más bien que… —Mis ojos.
Alejandro se hizo para atrás por la sorpresa. No entendía.
Pero Michael aclaró: —Mis ojos… Mi sueño… ¿Eran mis ojos? ¿Era yo? —su mano tembló antes de alejarse del rostro de Alex. No quería hacerle daño.
Aunque no tenía sentido, ¿por qué él mismo se haría daño?
Además mientras que su mirada parecía un poco perdida, confundida, la de su sueño daba escalofríos. Había algo incorrecto en ella.
Alejandro detuvo su mano, atrayéndola de regreso hacia él, hacia su pecho, su corazón. Si antes tuvo la más mínima duda de quién atacó a Michael en sueños, ya no. Sólo los brujos Owl tenía ese tono de plata en la mirada.
—Oh, cariño —no supo qué más decir mientras lo envolvía en un abrazo apretado. ¿Ahora a quién demonios le pedía ayuda?
Supuso que sólo había una opción: Cris.
* * *
Cris sintió como si algo se encendiera dentro de su pecho. Ardía y era dulce, tan extraño, y se fue expandiendo a cada rincón de su cuerpo, como corriendo por sus venas hasta inundarlo por completo. Y más. Parecía salir de su cuerpo.
Oh Dios. Gimió en el beso, sosteniendo a Theo por la nuca mientras sus labios se rozaban más suavemente. Era su alma.
Estaba sintiendo su alma. Por primera vez en un siglo, era consciente de algo más que su cuerpo.
Empujó hacia arriba, sin pretender nada sexual, simplemente buscando más contacto. Necesitaba sentirlo. Lo necesitaba.
Era tan extraño. Él y Theo no podrían ser más diferentes, como el agua y el aceite, siempre chocando, atrayéndose y repelándose, pero sin poder evitarse demasiado tiempo. ¿Por qué no lo sintió antes?