El sol comenzaba a colarse entre las rendijas de la cabaña, filtrando una luz dorada que acariciaba los cuerpos entrelazados sobre la manta extendida cerca del fuego. April abrió los ojos lentamente, sintiendo la tibieza del amanecer y el calor familiar de Alan junto a ella. Sus dedos aún descansaban sobre su pecho, sincronizados con el latido de su corazón.
Todo era silencio, paz… y certeza.
Por primera vez en su vida, April no tenía el impulso de correr, de escapar o de cuestionarse lo que sentía. No había dudas, no había puertas abiertas a nuevas opciones. Alan se había convertido en su epicentro, en la gravedad que mantenía sus pensamientos y emociones en equilibrio.
Se giró para observarlo, y su pecho se llenó de una ternura intensa al ver cómo él dormía profundamente, sin la tensión habitual en su rostro. Se notaba distinto, más humano, menos perfecto. Y eso lo hacía más real.
Se incorporó lentamente, envuelta en una de las sábanas, y caminó hacia la pequeña ventana. Afuera, el bosque aún estaba cubierto por una neblina suave. El mundo parecía detenido, como si también él contuviera la respiración ante lo que había nacido entre ellos.
Y entonces lo supo. No podía regresar.
No solo porque su cuerpo y su corazón se habían entregado a Alan, sino porque, en el fondo, no quería regresar. El otro mundo… ese donde la soledad era una elección, donde las conexiones eran momentáneas y el amor se podía deshacer como un lazo mal hecho… ya no le pertenecía.
La puerta crujió suavemente detrás de ella. Alan, con el torso desnudo y el cabello despeinado, se acercó y la rodeó con los brazos.
—¿Estás bien? —preguntó en voz baja, besando su hombro.
April asintió, recargando la cabeza en su pecho.
—Creo que estoy más que bien. Solo… no pensé que esto sería tan fuerte.
Alan cerró los ojos un segundo, inhalando profundamente como si esa declaración lo tranquilizara. Luego se separó un poco para mirarla.
—Lo que pasó anoche… no fue solo un encuentro físico, April. Lo sentí en mi sangre, en mi alma. Fue como si… por fin encontrara la pieza que me faltaba.
Ella sonrió, asintiendo lentamente.
—Yo también.
Pero la calma duró solo un instante. Alan se puso serio.
—Tenemos que actuar, ahora. Sé que vendrán por ti. No sé cuánto tiempo tenemos.
April lo miró, sorprendida por el cambio repentino.
—¿Tienes un plan?
Alan asintió y fue hacia una vieja mesa donde tenía extendidos varios dispositivos antiguos y mapas digitales.
—En este mundo, todo está monitoreado. El sistema de rastreo se activa cuando detectan una conexión no autorizada, y tú, April… no estás registrada. No existes en su base de datos. Eso es un error para ellos. Una amenaza.
—¿Y qué haremos? —preguntó ella, acercándose y observando los planos con atención.
Alan señaló un punto al sur del mapa.
—Hay un sitio fuera de cobertura: un nodo muerto, una antigua estación de transferencia que fue clausurada hace décadas. Allí podríamos hackear el sistema y registrar tu alma… crear una entrada falsa. Necesitaremos acceso al código genético central.
April lo miró con incredulidad.
—¿Puedes hacer eso?
—No solo puedo… debo hacerlo. —Alan levantó la mirada y tomó sus manos—. Te prometo que no voy a dejar que te arrebaten de mí.
April sintió una oleada de emociones: miedo, sí, pero también una extraña y poderosa determinación. Ya no era una visitante, ni una fugitiva de otro mundo. Era parte de su mundo, del mundo de Alan.
Y ahora, lucharían juntos.
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Editado: 10.06.2025