Capítulo 4

El frío viento abrasaba la silente noche, las luces de la ciudad y su vivaracha alegría nocturna desaparecieron, dejando a los dueños sin más  elección que cerrar sus locales temprano. Solo unos pocos cantinero mantenían vivas esperanzas de que  la fría noche atrajera gente por algo de calor  en sus gargantas. En una sucia cantina de muy mala reputación, se hallaban dos jóvenes (uno con un polo negro y el otro con uno blanco, distinción necesaria de hacer) charlando en un rincón mientras rebozaban sus vasos con Vodka.

Parecía una charla cualquiera de palabrería insulsa y chistes típicos, el tabernero ni siquiera prestaba atención a sus dos únicos clientes por no apartar la mirada del televisor.

El ventilador sobre la cabeza de los dos hombres chillaba sin que ellos, por su ahora alcoholizado estado, lo notaran. Sin embargo cuando este se detuvo inesperadamente alzaron sus cabezas a ver causó tan tridente chillido. 

El segundero del reloj de la pared se quedó trabado en media noche, el dueño del bar se había congelado en ese tiempo a la vez que su televisor mostraba su ruidosa estática.

El joven de polo negro le dio una sonrisa sostenida y penetrante a su colega,  pensando que era obra  suya dijo:

—Sabías que parar el tiempo es causa de destitución —Y dio un último trago. El hombre frente a él seguía observándolo y sonriendo y ya empezaba a intimidarlo— ¿Qué, de qué te ríes?

—Están aquí —susurra, repasando la cantina—. Miralos.

El joven obedece, pero no ve nada. Empieza a sacar su billetera para marcharse.

—Mira...

El joven no lo hace, y sigue contando el dinero.

Las luces parpadean. El televisor para su estática y ahora lanza un fino pitido que duele al ser escuchado. El joven de negro se tapa los oídos y gira la cabeza hacia donde el tabernero yacía inamovible.

Las luces explotan y solo queda la que estaba en el ventilador sobre sus cabezas, alumbrándolos. El resto del lugar era iluminado por el televisor, que era tenue pero perfecto para dejar ver que figuras, como siluetas que al principio iban tomando color grisáceo, llenaban el lugar.

—¿P-por qué están aquí? —pregunta el muchacho aún cubriéndose los oídos.

El sonido para y los humanoides negros por completo, con cuencos por ojos y bocas, balbuceaban una melodía corta e inquietante.

—Logan, basta —ordena el de polero negro al joven que seguía con su sombría sonrísa.

—Ojalá pudiera, amo.

—¿Amo?

—Creo que de han enterado del suceso. Y han venido a alabarlo.

—¡Diles que se callen! ¡Que paren! ¡Paren!

Ese cántico incrementaba su volumen, y era peor que el pitido. Cerró los ojos con fuerza y aplastó sus manos contra sus orejas, cae al piso cuando su cuerpo se vio embestido  por una fuerte corriente  eléctrica, mil pinchazos de agujas se le metían conforme el canto aumentaba, ahora el muchacho temblaba epiléptico en el suelo, y aún así sus manos jamás se despegaron de sus orejas.

Su frente sudaba y  luchaba por respirar, como si el aire se hubiese vuelto frío y espeso obligándolo a inhalar a grandes bocanadas.

De pronto, ya no sólo dolía el oír, ahora su mente dolía.

El balbuceo de las sombras  era una forma de conectar con la mente del joven que se reusaba a oírlos, así que su mensaje era metido violentamente a su mente como imágenes de un apocalipsis: primero la ciudad en llamas, entre lava y fuego los humanos se revolcaban y gritaban suplicantes por el perdón de su Dios. Luego cambia de imagen a una bañera llena de sangre y un cuerpo blanco como la leche, femenino,  flotando boca abajo.

La imagen vuelve a cambiar a luz blanca y, enceguecedora para luego quedar en la más congelante oscuridad.

a última imagen se veía en él, de pie, siendo adorado por las mismas sombras de su realidad. Aclamaban por la nueva era.

El tiempo vuelve a correr y las sombras desaparecen.

~****~

Cuando Aiden comunicó a Ellie sobre la situación que sufrió Dylan, se le ordenó que ella hiciera un informe escrito que sea lo más detallado posible antes de asignarle una cita con el profesor Patterson. Esta lo hizo, suprimiendo datos que a petición del ángel solo empeorará la situación, como mencionar a Blake.

Después de ir al instituto fueron a clases de meditación en los Jardines del Edén, dentro de las murallas de Kinlight pero limitante con Vallis. Era un lugar alto, donde podía ver las montañas nubosas y la vegetación, y más allá, estaba la Montaña de los Muertos, era la más alta de Vallis  y con una de las caras de la cima  completamente negra como si fuese obsidiana, parecía brillar con los pocos rayos de sol que llegaban entre todas esas nubes. Como lo veía ahora, casi nunca salía el sol, o quizás siempre estaba oculto entre las constantes garuas y el cielo nublado.

Los Jardines del Edén tenía una cascada de pronunciada y sonora  caída, Saharan que era la instructora de meditación, se sentó con Dylan sobre unos  cojines azules al lado del agua donde podían oír como caía a la perfección mezclado  con el viento de tan alto lugar.

Llevaban una hora apreciando el paisaje y describiendolo en busca de los detalles más mínimos, eso despejaba  su mente de cualquier otro pensamiento antes de pasar a a la segunda fase de la sesión. Cerró los ojos para escuchar cada sonido a la par con las órdenes de Saharan donde le pedía realizar respiraciones profundas mientras escuchaba la caída del agua.

—Respira un poco más... —indicó. Ahora hablaba con severa tranquilidad, casi susurrándoselo—. Conserva la sensación de elevación y apertura mientras exhalas, relajando los músculos del pecho y la espalda... tres veces.

Aunque todo se resumía a "Inhala, exhala" después de una hora entra en un estado de tranquilidad; las primeras veces se forzaba a sentir algo distinto que solo respirar. Una vez que puso su mente en blanco pudo oír el correr del agua a su lado como si se agudizaran los sonidos al punto de oír el viento chocar plácidamente con las ramas de los árboles,  desprendiéndole las hojitas débiles. Sus oídos eran bastante sensibles, era impresionante porque imaginaba como se producía esos sonidos. Era como verlos en su mente.