Alone: Juntos en el fin del mundo

Capítulo 4- Intentando olvidarnos de todo

Hagen leía la etiqueta del saco con manzanas en descuento. Un mensaje grande estaba escrito en él. 

"Alimento próximo a caducar. Consumir pronto" 

El joven tiró del saco hasta romperla, tomando una manzana para proporcionarle un mordisco. Después de cinco días, era de esperar el sabor ácido y repugnante de una fruta a medio descomponer, pero Hagen dio un segundo bocado a los segundos. Estaba dulce, como una fruta recién cosechada. Aún así, el recordar que no había sido lavada antes de comerla le hizo escupirla inmediatamente, como el misofóbico que era. 

El neurólogo se había levantado con el mejor de los ánimos desde el comienzo del inusual apocalipsis. Aunque el sentimiento no pareciera ser mutuo, era casi como un sueño para él poder estar en compañía de una persona otra vez, luego de tantos días en la absoluta soledad. Cansado de hablar sólo, temía verse a sí mismo como un lunático en sólo unos días más. 

«Es una pena que mi compañera sea más loca que yo». 

Hagen recordaba con cierta gracia aquella escena. Volvía de su hogar luego de pasar todo el día tirando la poca moral que le quedaba al robar cosas de la tienda como ropa, comida, o cualquier aparato electrónico que no necesitara. De pronto, una figura tambaleante, similar a la de un zombie, corría en dirección a la del sujeto con un bate metálico sujetado firmemente con ambas manos. Lo que fue el cielo para el sujeto en un principio por ver una figura humana luego de cuatro días, se convirtió en una corta y confusa escena de acción mientras la chica le atacaba con el arma. Para fortuna de este, la joven no tenía conocimientos mínimos de la lucha, por lo que arrebatarle el bate y dejarla inconsciente de un golpe en la nuca resultó sencillo. 

En cualquier otro momento habría sido una buena anécdota para contar en una noche de copas, pero en cambio se hallaba en el supermercado del pueblo, el lugar que visitaba día a día para tomar cuanta comida quisiera. Con una cesta en mano, pasaba por el pasillo de frutas en dirección a la zona de comida congelada. Siendo un inexperto en la cocina, era usual verle pasar por ese sitio incluso antes de que las personas desaparecieran. 

—¿¡Ya terminaste por allá, Abril!? —Alzó la voz para que llegara al otro lado del mercado, observando los diferentes tipos de carnes congeladas. 

—¡Aún no, un momento! —respondió de vuelta. 

Finalmente, Hagen metió en su cesta de mercado una lasaña vegetariana de tamaño grande, junto a unas tortillas españolas y latas de gaseosa que se hallaban junto a los congelados. 

«Con unas barras de pan, se puede tener un almuerzo y cena decente —suspiró con cansancio, echando su cuerpo hacia atrás—. Desearía poder llevar más, en vez de realizar esta maldita rutina cada día». 

Sin ganas de darle vueltas a aquel pensamiento nuevamente, Hagen cargó con su cesta hasta la entrada del mercado, en donde diversas cajas  para pagar se hallaban vacías. Frente a ellas, el mayor observaba a Abril tomar diferentes bolsas de caramelos y chocolates dejados en un carrito de mercado. 

—Tu instinto de supervivencia para escoger comida es admirable. 

Abril se encogió de hombros. 

—He tomado todo lo necesario, esto es tan sólo un detalle para mí. 

Hagen observó lo que Abril llevaba en su cesta: varias botellas de agua y algunas de aceite en el fondo. Entre los alimentos, llevaba consigo galletas, legumbres, cereales y frutos secos. También tenía diferentes proteínas como enlatados y barras energéticas. Básicamente, era cualquier tipo de comida perduradera que todo hogar debería tener en caso de ocurrir algún desastre.  

«¿Se está enfrentando a un pueblo desierto o a un apocalipsis Zombi?». 

Abril, de igual manera, se fijó en lo que Hagen llevaba. 

—Es muy poca comida, apenas comeremos un día con eso. 

—Lo sé —. Sin justificar, camina unos cuantos pasos más allá de las cajas registradoras, en dirección a la salida. Se detiene a mirar a su compañera—. ¿Vas a venir? 

Asintiendo, la chica tomó con esfuerzo su cesta y se dirigió igualmente a la puerta automática del mercado. Con su cercanía, esta se abrió de par en par, parecía funcionar perfectamente. Al darse cuenta de la diferencia de pesos entre cestas, Hagen tomó la de Abril por caballerosidad. Esta pesaba más de lo que esperaba, probablemente unos ocho o nueve kilos. «¿Como hizo para poner tantas cosas en una cesta tan pequeña?» 

—¿A dónde vas? —pregunta la rubia, notando que el contrario iba en sentido contrario a ella. 

Hagen observó la dirección tomada por Abril, exclamando una carcajada. 

—¿A caso piensas vivir en el hospital? ¡Hay un montón de urbanizaciones con casas hermosas esperando a ser habitadas por nosotros! 

Abril pareció alarmarse ante la insinuación del hombre. 

—¿¡Dices que allanemos una casa!? 

—No es allanar si no hay nadie viviendo ahí. Además, es la casa más linda de la urbanización... de la ciudad, si me lo permites decir. 

—¿Y cuál sería esa casa? 

Hagen se paró a mirar a Abril, sonriéndole con arrogancia. 

—La mía. 



El viento contra las ventanas de los edificios producían un sonido muy similar a la de un grave y armónico silbido que se hacía oír a un largo rango de distancia. En realidad, este era un sonido que se presentaba numerosas veces hasta en las ciudades más pobladas del mundo, pero debido al constante bullicio de las personas no era posible percibirlo. Hagen disfrutaba del misterioso sonido, aunque no fuese la gran cosa. 

Sus manos ardían. Pasaba la cesta de mano constantemente para descansar sus enrojecidos dedos. Se arrepentía de no haber tomado un carrito de mercado en vez de dos cestas. En algún punto del camino, ambos jóvenes pensaron en la posibilidad de tomar un auto para recorrer el resto del camino, pero a diferencia de las películas, nadie era tan tonto como para dejar sus llaves en la guantera. Ni siquiera tuvieron suerte con los autos abandonados en medio de la calle, como si las personas hubieran tomado las llaves para llevárselas antes de desaparecer. 

Abril recurrió a Google para investigar como encender un auto sin las llaves. Lamentablemente, era más difícil de lo que aparentaban las historias de espías, y Hagen advirtió que el tiempo invertido en buscar las herramientas necesarias y comprender de mecánica les daría tiempo para llegar a su casa hasta cuatro veces seguidas. Aún así, el sujeto consideró la posibilidad para algún futuro cercano. 

—Más te vale tener calefacción, me muero de frío. —Se frota los brazos, buscando algo de calor. 

—Más me vale a mí haber dejado la calefacción encendida, no eres la única al borde de un ataque de hipotermia. 

En los aproximadamente veinte minutos de caminata que llevaban, por primera vez mantenían una conversación casual que no incluyera la situación en la que se encontraban. Hagen hablaba de su infancia con el invierno, como la vez se tiró a una piscina con patines en pensando que estaba congelada. Abril, por otra parte, reía de las anécdotas del chico, lanzando un comentario o burla de vez en cuando. Parecían pasarla bien a su manera, compartían la necesidad de desconectarse del problema que los rodeaba de vez en cuando. 

En cuanto el silencio entre ambos se prolongó, Abril aprovechó la oportunidad de dar un giro a la conversación. 

—Sufro de amnesia. 

Hagen bufó con risa. 

—Sí, he podido darme cuenta de eso en las pocas horas que llevamos conociéndonos. 

—No, no. Literalmente, estoy diagnosticada con amnesia. —Hagen se volteó a verla curioso. Esta, por otra parte, cerró sus ojos con fuerza mientras chasqueaba sus dedos, intentando acordarse de algo—. Dico... dino... ¡Disociativa anterógrada! —exclama por fin—. Amnesia disociativa anterógrada. 

—¿Anterógrada? Querrás decir retrógrada. 

—¿Cuál es la diferencia? 

Hagen se pensó unos segundos alguna explicación adecuada para que entendiera con facilidad. 

—Es la división cronológica de la amnesia. Anterógrada es cuando no puedes recordar cosas ocurridas luego del acontecimiento que te hizo sufrir amnesia, por lo que no puedes almacenar recuerdos a largo plazo. La retrógrada, en cambio, te impide recordar cosas de antes, como tu infancia, identidad, entre otras cosas —explica—. Prácticamente no recuerdas nada de ti, ¿cierto? Tu caso es de amnesia retrógrada. 

Abril pareció analizar la información por unos segundos, llevándose una mano a la sien con la mirada perdida unos instantes. 

—Pero, él dijo anterógrada. Estoy segura. 

—¿Quién? —Arquea una ceja. Ahora temía por la salud mental de la chica... De nuevo. 

—En un sueño, creo que de mi pasado. Era algo confuso, pero recuerdo la mayoría de lo que dijo. —Hagen frunció el ceño. Sus expresiones de esfuerzo por recordar le daban a entender lo contrario—. Era amnesia anterógrada, estoy segura. 

Hagen se encogió de hombros, restándole importancia. 

—Tampoco es un hueco argumental en tu historia, puedes ser diagnosticada con ambos tipos a la vez. 

Abril se volteó con sorpresa hacia Hagen al escuchar lo que había dicho. 

—¿De verdad?  

El chico asintió. Ambos tipos de amnesia podían combinarse para dar a lugar una pérdida de memoria total. Este era un caso más grave que afectaba a los lóbulos temporales medios y al hipocampo, trayendo problemas principalmente con los recuerdos autobiográficos y de largo plazo. 

Era la primera vez que escuchaba de ese tipo de amnesia combinándose con la disociativa. La pérdida de memoria anterógrada solía deberse en gran parte a lesiones cerebrales como un traumatismo craneoencefálico o problemas vasculares. Sin embargo, no conocía un caso en el que se presentara por una experiencia traumática o de estrés. Le encontraba más sentido que ambas amnesias se manifestaran en situaciones diferentes. 

—Pues, una de dos —dice el chico—. O tu “recuerdo” es tan sólo un sueño más, o tienes suficiente mala suerte para experimentar diversos tipos de amnesia. 

—Seguro es la segunda opción, no lo dudes —respondió la chica con fastidio, bufando. 

Una risa escapó de él por el comentario de la rubia. Doblaron una calle que llevaba cuesta arriba, ambos estaban más que cansados, pero Hagen anunció con alegría que era la última cuadra antes de llegar a su hogar. 

—¿Algo más que recuerdes de tu sueño? 

Para sorpresa de Hagen, Abril vaciló bastante al responder, notando como tartamudeaba al hablar mientras sus mejillas enrojecían. 

—Pues, sí —cabecea, hablando en voz baja—. ¿Recuerdas al tipo que está en mi fondo de pantalla? 

—¿Tu marido? 

Abril asiente. 

—Parece que antes de ser mi marido, era mi neurólogo. 

Las pálidas mejillas de la joven se encendieron como luces de navidad mientras escondía su rostro con vergüenza. No le faltaba razón, pues el chico no tardó en reír con más fuerzas de las esperadas. Hagen tuvo que dejar la cesta en el piso para controlar la respiración, que salía violentamente a través de ruidosas carcajadas. 

—Así que... así que —hace una pausa para recuperar el aire, limpiando las lágrimas que habían brotado de sus ojos—. Así que te van los neurólogos, ¿eh? 

—¡N-No! ¡No es eso! 

Abril cubría su rostro con la mano libre que tenía. Estaba muerta de vergüenza. Hagen tomó de vuelta la cesta y continuó la subida. 

—¡Oye! ¡Que yo también soy neurólogo! Lo nuestro podría funcionar. 

La chica inmediatamente dio un pasó de lado con repelús, alejándose del chico. 

—¡Que asco! Pedófilo. 

—¡¿Pedófilo?! —Fingió ofenderse, aunque su enorme sonrisa delataba otra posible carcajada—. ¿A caso tienes quince años? 

—Veinticinco —corrigió—. Deberías saberlo, leíste mi tarjeta de identificación. 

«¿Sabrá lo que es el sarcasmo?» 

—Pues mira, yo tengo treinta y dos. No nos llevamos tantos años. 

Abril sobreabrió los ojos con sorpresa, examinando al chico de arriba a abajo con desconfianza. Ahora sí que se había ofendido. «¿¡Que edad cree que tenía!?». 

El comentario no llega a salir de su boca, callando al sentir la cuesta nivelarse un poco. Mirando al frente, distinguió unas largas y altas paredes de piedras que cubrían varios metros de distancia a primera vista. En el centro, una puerta negra con un tablero al lado estaba allí. Hagen sonrió regocijado mientras sacaba unas llaves de su bolsillo. 

—Hogar, dulce hogar —pronuncia, dejando la cesta en el suelo. 

Movió sus dedos lentamente. Entre el frío y la poca sangre que circulaban a través de ellos, casi experimentaba que no le pertenecían. Necesitó apretar su puño unas cuantas veces antes de poder sentir su mano de vuelta y poder abrir la puerta. Tomó una de las llaves y la introdujo en la cerradura, escuchándose el primer 'click'. Aún no estaba abierta, claro; la puerta poseía dos cerraduras. Se dirigió al pequeño panel con botones que estaba al lado, presionando una serie de doce dígitos para que el segundo 'click' se escuchara. Tomó la perilla y la hizo girar, abriendo la puerta con éxito. 

—Las damas primero —dice en tono elegante, haciéndose a un lado. 

Abril silbó con asombro mientras pasaba a su patio exterior. Su rostro era de lo más cómico, admiraba como una niña pequeña el enorme patio cubierto de un pasto verde bien cuidado, pasando por un pequeño camino de piedras que se separaban entre la puerta y el jardín trasero. 

Cruzaron el patio hasta la entrada de la enorme casa, que a simple vista parecía estar construida a base de piedra, hormigón y madera, con ventanas enormes que debían dar un hermoso paisaje desde lo alto de la montaña. Hagen repitió el mismo proceso de la entrada con otra llave y código, llegando por fin, después de un agotador día, a la comodidad de su hogar. 

—Quítate los zapatos, no ensucies el piso. 

Abril no le hizo el más mínimo caso, tan sólo se quedó observando la casa, que para ella, no era diferente a un palacio. Granito en las mesas, parqué en los suelos, piedra en las paredes y frente a ella un enorme cristal que daba vista a una terraza con piscina de tamaño considerable que se hallaba en el patio trasero. 

—Vives en un puto castillo. 

—Es lo que tiene ser un neurólogo prodigioso. ¿Aún dudas de mí? —Abril negó, aún observando sus alrededores con la boca abierta. Parecía una caricatura—. ¿Que necesitas? ¿Comida, bebida, siesta? 

—Un baño —habló en un tono casi suplicante. 

Hagen asintió, señalando hacia las escaleras que se encontraban a la derecha, a un costado de la cocina. Tan sólo hacia falta un vistazo para saber que era de lo más moderna. 

—Sube un piso y ve a la puerta del fondo, ahí está el baño, sin pérdida. A la izquierda hay un cuarto con ropa de mujer, puede que te sirva. ¡Ah! Y gira todo el grifo para que salga agua caliente. 

A Abril le pareció correcta su explicación. Sin embargo, no había podido evitar enfatizar en cierta frase. 

—¿Por qué tienes ropa de mujer en tu casa? 

Hagen sólo se encogió de hombros. Riendo de forma pícara. 

—Mi novia. ¿Tienes algún problema? 

—¡O-oh! Claro que no. 

Apartó la mirada con algo de vergüenza mientras caminaba en la dirección señalada por Hagen, hacia las escaleras. 

—¡No olvides descansar bien! Tenemos muchas cosas que hablar. 

—Claro, tus teorías —ríe. Casi había olvidado aquella extraña conversación en el hospital. Se detuvo al pie de las escaleras, observando al chico con un semblante más serio—. ¿Por qué tanto misterio? 

—Shh, tú descansa, luego lo hablamos. —una sonrisa de emoción, con grandes aires siniestros se formó en su rostro—. Estoy seguro de que te sorprenderá. 

 



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En el texto hay: soledad, amnesia, romance

Editado: 18.11.2019

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