A Pandora no le importaba ser inexistente dentro del mundo de Damien. Le bastaba con admirarlo, pues él significaba toda la existencia para aquella mujer que estaba enamorada hasta los tuétanos.
Lo vio perderse en el pasillo, sin siquiera fijarse en ella.
Pobre.
Lo más triste de todo, es que Pandora siempre solía ser una de las desafortunadas que no recibía ni un asentamiento de cabeza de su parte, ya que se encontraba al final de la fila, justo cuando su jefe ya se encontraba en la cumbre de sus pensamientos y se desconectaba del exterior.
Al menos eso le daba la oportunidad de verlo mejor. Cada sol naciente solo mejoraba el aspecto de su guapo jefe.
—Leroy.
Respingó al escuchar su apellido. Su jefa la miró con las cejas alzadas. Se ruborizó.
—Señorita Reina. Perdón, estaba un poco distraída.
—Lo noté. ¿Hiciste el informe de la mañana?
—Sí.
—¿Está listo el traje?
—Sí. El chofer ya viene a traerlo. El sastre me envió una foto de cómo quedó. Está perfecto. El jefe se verá muy bien —sonrió como una tontuela. Reina enarcó aún más su ceja. Pandora carraspeó—. También le envié la foto a usted.
—De acuerdo. Una vez que termine esta reunión, necesito que vayas al hotel y te asegures que toda la organización del evento marcha según lo planeado. Hoy es un día demasiado importante para el señor Lucák. No puede haber ningún error.
—Entiendo.
—Otra cosa más.
—Dígame.
—Por el amor al que todo lo puede, disimula un poco cada vez que lo mires o todo el mundo se enterará de que se te cae la baba por el jefe.
Agachó la mirada y asintió, sin caber, en su propia vergüenza. Reina se marchó sin darle demasiada importancia. No era novedoso que alguien en la empresa no enloqueciera por el jefe.
¿Quién podía resistirse a un rubio de ojos dorados con decenas de ceros a la derecha en su cuenta bancaria?
Y para agregarle más sazón al caldo de huesos y músculos, tenía una personalidad encantadora. Era la clase de persona que era amado hasta por los ancianitos.
Lo dicho; para Pandora, él iba más allá de un imposible.
Tal como su jefa inmediata se lo había ordenado, Pandora se dirigió al hotel donde se llevaría a cabo una fiesta exclusiva para empresas innovadoras en tecnología. Esa misma noche, Damien Lucák recibiría un premio de excelencia por su enorme atribución a la humanidad en el campo de innovación tecnológica, además de recibir un reconocimiento en honor a sus labores filantrópicas.
Pandora se aseguró de que todo estuviese perfecto. Revisó minuciosamente cada detalle en el hotel, incluso el sabor de cada una de las bebidas. Se mareó un poco debido a eso. Cuando todo estuvo listo, fue a su departamento para ponerse el vestido que había comprado especialmente para la ocasión; un vestido semiajustado color negro y de mangas cortas. No tuvo oportunidad de maquillarse y pidió un taxi.
No había tardado demasiado en arreglarse y, sin embargo, el hotel se llenó en cuestión de menos de dos horas. Reina la sujetó para arrastrarla por todos los lugares en donde se necesitara de ella y no la dejó ir hasta que consideró que todo estaba relativamente listo.
Finalmente, cuando pudo tomar un respiro, se dirigió al sótano del hotel. Era el lugar más inusual para tomar un descanso. Pandora sabía que nadie en su sano juicio iría al sótano y por esa razón era el sitio más idóneo. Si bien estaba acostumbrada a trabajar para personas demasiado influyentes e importantes, las multitudes y los grupos de personas le generaban ansiedad. Ser cordial y sociable con tantos al mismo tiempo no le resultaba imposible, pero sí era demasiado agotador para ella.
Sacó de su sostén unas píldoras para el cansancio físico, cerró sus ojos y tomó una profunda bocanada de aire.
De seguro, Damien ya se encontraba en el hotel. Debía verse guapísimo con su nuevo traje puesto.
De seguro, también habría llegado con su prometida y con Victoria y Berenice, sus dos hijas.
Suspiró con pesar.
Colocó sus manos frente a su rostro. Ambas unidas. Imaginó que la llama de su deseo seguía entre ellas.
Quizás…
—Vaya, pensé que no habría nadie en este lugar.
Pegó un grito ahogado. Retrocedió, espantada. Una figura enorme emergió de las sombras, poniéndole los vellos de punta.
Retrocedió, sin poder creer lo que sus ojos contemplaron.
¿Era un espejismo?
¿Era su deseo?
¡Pero si no había alcanzado a pedirlo!
Lo miró de arriba hacia bajo, ojiplática. Él también se miró a sí mismo, preocupado.
»¿Tan mal me veo? —inquirió él.
Su corazón casi estalló al escuchar su voz.
Negó, aun sin poder creerlo y siendo incapaz de decir algo.
¡Damien estaba frente a ella!
Solo Dios era testigo de las incontables veces que se había imaginado aquel momento. Lo supuso de una y mil formas, incluso hubo un escenario en donde aparecían delfines y payasos, pero jamás imaginó que se cruzaría con él justo en ese momento y en un sótano.
—¿Te encuentras bien? Puedo irme si te sientes incómoda
—¡No, no! —salió de su involuntario estado de mutismo. Negó con sus manos, efusiva—. Qu-quédese
Damien asintió, sonriéndole agradecido. Pandora sintió que en cualquier momento caería patas hacia arriba, como Condorito. No pudo dejar de mirarle ni un solo segundo. Su jefe se asomó por la pequeña ventanilla que se encontraba unos treinta centímetros por debajo del techo. Sonrió, nostálgico.
—Aún no puedo creer que esté aquí.
—¿En el sótano? Yo tampoco —comentó Pandora, sin pensar. Él sonrió divertido, sonrojándola—. ¡Qui-quiero decir…! Es increíble que usted esté en este sótano cuando es el invitado especial de la fiesta que está sobre nosotros.
—Bueno, disfruto de las fiestas, pero…, esta noche me entró cierto aire de nostalgia. Quise recordar viejos tiempos… —comentó, meditabundo—. Cuando dije que no podía creer que me encontraba aquí, me refería a todo lo que he logrado hasta ahora… Hubo una época en la que el sótano eran mi único lugar seguro. El sótano que frecuentaba no era tan espacioso como este, pero era acogedor para mí. La ventana no era tan grande como esa —señaló la ventanilla—, pero siempre sentía que podía ver el mundo entero desde allí con tan solo subir tres escalones de la escalera oxidada del conserje del edificio. Tampoco estaba iluminado, pero siempre, extrañamente, había unas velas encendidas que iluminaban todas mis noches… Cada día, imaginaba el momento en el que lograría lo que soñaba, pero en ninguno de ellos me imaginé en un sótano —se carcajeó. Pandora sonrió, con la vista nublada—. Los humanos somos tan extraños… Después de ansiar tanto el futuro, extrañamos el pasado… Lo siento, no sé por qué terminé contándote todo esto —dijo, apenado.
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Editado: 14.06.2023