Querido ser de mi ser:
El destino nos bendijo, como el aire salino que acaricia nuestros rostros al sol. El mar sacudió nuestro muelle y de nuestro amor nació una vida nueva. Le puse Thomas para honrar la herencia familiar y continuar el legado de tu padre. Creí que estaba enferma y desanimada, y que la tristeza me consumía. De forma inesperada, combiné mis patologías sin imaginar que algo tan hermoso y lleno de luz podría nacer de mí; tiene tu mirada y mi risa. Una fusión perfecta entre ser y estar.
Recuerdo las veces en que Thomas encontraba cangrejos en las rocas erosionadas por la brisa y la sal. El rojo intenso de su botecito evoca tu recuerdo y todas las ocasiones en que grité “tierra”, pero la muerte transformada en mar te atrapó. Aunque no estuviste aquí, nuestro hijo tocó la arena en sus primeros pasos en el mismo lugar donde el mar borró los tuyos. Luché como madre soltera y mantuve tu recuerdo en su mente como un hombre bueno; lo alejé del alcohol y guardé tu memoria sobre su repisa con aquella piedra de arcilla donde tú y yo inmortalizamos nuestras manos en nuestra juventud.
Me encantaría que lo hubieras visto comer pasta; tu mirada se delataba al olerla a lo lejos, y el rechinar de las maderas en la habitación anunciaba tu llegada. Lo conservo en VHS, con su obsoleta forma de chispear como lluvia sobre un techo de zinc, en mi memoria. Al igual que una grandiosa fotografía, en mi corazón, cuadro a cuadro, con cada latido de él. Tu hijo nació en el agua, o mejor dicho, tú renaciste en ella. Ese cabello sedoso y rizado que le cubre las orejas y el tono melancólico que a veces se asoma en su rostro al verme llorar por tu recuerdo.
Ahora Thomas es mayor, pero de ti solo puede recordar tu risa y no los espantosos gritos de aquel intoxicado que ahogué en mis lagunas mentales.
Han sido 26 veranos, 26 etapas, 26 descubrimientos, 26 estigmas y dudas sobre cómo ser madre soltera, y aun así lo logré. He criado un hombre de bien mientras la tristeza me devoraba por dentro.
Con cariño,
Brisa.