—Está bien, pero no te va a gustar lo que vas a oir. —Advierte. —Porque a mí no es una historia que me facine. La verdad es algo dificil de aceptar. —¿Acaso es capaz de tomar en cuenta también mis sentimientos? Si a ella le duele, ¿Por qué no se pone en mis zapatos? Toda esta situación me tiene confundida y devastada.
—Dudo que sea peor de lo que ya es. —Suspiro frustrada, con un gran nudo en la garganta y las lágrimas amenazando con salir.
—Todo empezó hace más de veinte años. Fue una época en la cual todo tomó un curso demasiado favorable para mí. La empresa creció y tuve que encargarme de más asuntos, claro, tú padre siempre estuvo allí para guiarme. No era precisamente la esposa perfecta, reconozco que discutiamos con más frecuencia y siempre por simplezas, que al final de cuentas a ninguno afectaba. —Desvía la mirada hacia la ventana. —De repente ya no podíamos hacernos cargo ambos de los mismos asuntos y nos empezamos a distanciar, abriendo un gran hueco en nuestro matrimonio, que llenabamos con pláticas forzadas, que ocurrian con menos fecuencia.
—¿Pensaban divorsiarse? —Interrumpo.
—Realmente nunca lo hablamos y no quería, me importaba más la opinión de los demás. Sé lo que piensas, "Esa estupidez ni sentido tiene". Pero tenía miedo, a ser juzgada. Siempre tuve en cuenta que era mi culpa, mis inseguridades me ganaban y me negaba a ser cariñosa con tu padre, a pesar de sus esfuerzos. —Se lamenta. —Entonces nos sentamos a platicar y llegamos a la conclusión de tener un hijo. Lo sé, no era de las ideas más brillantes, pero estaba desesperada. Y te diré una cosa, los hijos no solucionan una relación que está rota.
—Creo que el tiempo no me alcanzará para tener hijos. —Intento que suene como una broma, pero simplemente asiente con tristeza.
—Como te iba diciendo... —Continúa, al no saber qué contestar. —Fuimos a consultar con un especialista, porque tu padre se ilusionó más de lo que debería. Lamentablemente, luego de tantas pruebas dieron el diagnóstico, soy esteril. —Suelta amargamente. En este momento me siento peor, pero no me puedo desmoronar, necesito terminar de oirla. —Eso fue peor.
—Lo siento, no tenía idea. —Al verla tan expuesta a mí, me atemoriza.
—Debí decirte antes. —Suspira. —Me encerré en mi mundo, apartandolo de mí, cada vez más. De repente ya no podía ver a tu padre a la cara, me dolía saber que nunca podría cumplir lo que le había prometido.
—¿Y adoptar? —Parece más una sujerencia que una pregunta.
—Estaba tan deprimida que no contemplé opciones. Me fuí a vivir con mi hermana, que también estaba triste porque su emabarazo se tornó toda una odisea y al final el bebe murió, antes de nacer. Con esa pequeña vida también se fueron todas las oportunidades de intentarlo nuevamente. —Su tristeza es evidente, no quisiera presionarla a continuar. —Y logramos superarlo, con dos meses de terapia, mucho helado y alcohol. Se nos fué olvidando poco a poco lo inútiles que somos al no poder hacer algo tan elemental como procrear.
—No te acomplejes, ya somos tres. —Sonrío con evidente esfuerzo, realmente no me siento en condiciones de reconfortar a nadie.
—Tienes razón, pero tus tios si pudieron recomponer su relación, la de nosotros seguía cayendo en picada. —Así es, "Los padres de Allan", son la hermana de mi madre y el hermano de mi padre. —Nuestra sirvienta extrañamente empezó a engordar, pero no era algo tan usual como subir de peso, ella estaba embarazada.
—No me digas que... —Dejo la afirmación al aire, al no saber cómo continuar.
—Así es... Tú padre tuvo una aventura con la sirvienta, en tantas noches de ausencia de mi parte. —Continúa amargamente. —Eso me terminó por devastar, pero me negué a la idea de dejar ir a tú padre. Él se mostró arrepentido y confié en sus palabras. Ella no deseaba tener hijos, la razón la comprendí hace poco tiempo.
—¿Cuál razón? ¿Cómo se llama? ¿Cómo era? ¿Nos parecemos? ¿Dónde está? —La bombardeo con muchas preguntas que me surgen al instante.
—Pretendía abortar, pero se lo impedimos. —Hago un puchero por no contestar mis preguntas. —Cuando termine lo comprenderás todo. —Afirma. —Como decía... Decidimos que nos hariamos cargo del bebe, nos trajo de vuelta esa ilusión extinta y en cuestión de segundos todo el dolor desapareció. La acojimos en casa y le seguimos pagando, ella debía conseguir dinero para ayudar a su hermano enfermo. Le dimos lo necesario, sin siquiera dudarlo, ¿Por qué? Fácil, ella nos haría padres. —Hace una pausa, que para mí es eterna. —El embarazo avanzaba con nosmalidad y a los tres meses nos sijeron que serían gemelos... Bueno, mellizos.
—¿Por que mellizos? Nunca oí que alguien de la familia tuviera por lo menos gemelos. —Digo algo emocionada, creo que es el punto crucial de la historia.
—Por lo que ella nos dijo, su abuela tuvo mellizos, así que eso nos lo explica. —Suaviza su expresión con algo de ternura. —Tu tía se enteró de todo y quiso que le dieramos a un bebe. Para mí era una alegria tan grande que quise compartirla con ella, logrando convencer a tu padre de darles al que naciera segundo.
—¿Osea que soy mayor que Allan? —Mi corazón se acelera, siempre quise se mayor que él.
—No... Tu padre dijo que al ver cómo lo sonreiste no permitiría que te apartaran de él ni un segundo y yo acepté, después de todo eran sus hijos. Por cierto, Allan es cuatro minutos mayor que tú. —Aclara, es algo frustrante. —El parto no se dió con normalidad, tuvieron serias complicaciones y al final Amanda, así se llamaba, murió. Casi una hora luego de haberlos visto por primera y última vez. La noticia no cayó como un balde de agua fría, no queriamos algo así. Y cuando buscamos a su hermano, porque no pensabamos dejarlo desprotegido, al fin y al cabo ella vivía por y para él, nos enteramos que había muerto de un paro cardiorespiratorio.
—¿Murió? —Digo con la voz ahogada.
—Dió la vida por ambos. —Vocaliza con calma. —Y nos dió una razón para continuar con la nuestra. —Sonríe levemente. —Ocultamos el hecho de ser hermanos, pero por un capricho de tu padre la foto que tienes en la mano existe.