— ¿Qué pasa aquí? ¿Qué pasa?
La voz de Filch no hizo volver a la realidad. Atraído sin duda por el grito de Malfoy, Argus Filch se abría paso a empujones. Vio a la Señora Norris y se echó atrás, llevándose horrorizado las manos a la cara.
— ¡Mi gata! ¡Mi gata! ¿Qué le ha pasado a la Señora Norris? —chilló. Con los ojos fuera de las órbitas, se fijó en mi—. ¡Tú! —chilló avanzando hacia mi y yo me quedé paralizada—. ¡Tú! ¡Tú has matado a mi gata! ¡Tú la has matado! ¡Y yo te mataré a ti! ¡Te...!
— ¡Argus!
Había llegado Dumbledore, seguido de otros profesores. En unos segundos, pasó por delante de nosotros y sacó a la Señora Norris de la argolla.
—Ven conmigo, Argus —ordenó a Filch—. Ustedes también, Potter, Black, Weasley y Granger.
No quisimos protestar. Lockhart se adelantó algo asustado.
—Mi despacho es el más próximo, director, nada más subir las escaleras. Puede disponer de él.
—Gracias, Gilderoy —respondió Dumbledore.
La silenciosa multitud se apartó para dejarnos paso. Lockhart, nervioso y dándose importancia, siguió a Dumbledore a paso rápido; lo mismo hicieron la profesora McGonagall y el profesor Snape.
Cuando entramos en el oscuro despacho de Lockhart, hubo gran revuelo en las paredes; me di cuenta de que algunas de las fotos de Lockhart se escondían de la vista, porque llevaban los rulos puestos. Me habría burlado del cretino pero en este momento no tenía cabeza para hacerlo. El Lockhart de carne y hueso encendió las velas de su mesa y se apartó. Dumbledore dejó a la Señora Norris sobre la pulida superficie y se puso a examinarla. Mis amigos y yo intercambiamos tensas miradas y, echando una ojeada a los demás, nos sentamos fuera de la zona iluminada por las velas.
¿Quién habrá podido ser capaz de hacerle algo así a un gato? Tal vez la Señora Norris era odiosa y horrible pero no podía imaginar a alguien tan cruel de matarla. Ni siquiera Filch merecía algo así.
Dumbledore acercó la punta de su nariz larga y ganchuda a una distancia de apenas dos centímetros de la piel de la Señora Norris. Examinó el cuerpo de cerca con sus lentes de media luna, dándole golpecitos y reconociéndolo con sus largos dedos. La profesora McGonagall estaba casi tan inclinada como él, con los ojos entornados. Snape estaba muy cerca detrás de ellos, con una expresión peculiar, como si estuviera haciendo grandes esfuerzos para no sonreír. Y Lockhart rondaba alrededor del grupo, haciendo sugerencias.
—Puede concluirse que fue un hechizo lo que le produjo la muerte..., quizá la Tortura Metamórfica. He visto muchas veces sus efectos. Es una pena que no me encontrara allí, porque conozco el contrahechizo que la habría salvado.
Los sollozos sin lágrimas, convulsivos, de Filch acompañaban los comentarios de Lockhart. El conserje se desplomó en una silla junto a la mesa, con la cara entre las manos, incapaz de dirigir la vista a la Señora Norris. Pese a lo mucho que detestaba a Filch, no pude evitar sentir compasión por él, aunque no tanta como la que sentía por mí misma. Si Dumbledore creía a Filch, me expulsarían sin ninguna duda.
Dumbledore murmuraba ahora extrañas palabras en voz casi inaudible. Golpeó a la Señora Norris con su varita, pero no sucedió nada; parecía como si acabara de ser disecada.
—... Recuerdo que sucedió algo muy parecido en Uagadugú —dijo Lockhart—, una serie de ataques. La historia completa está en mi autobiografía. Pude proveer al poblado de varios amuletos que acabaron con el peligro inmediatamente.
Todas las fotografías de Lockhart que había en las paredes movieron la cabeza de arriba abajo confirmando lo que éste decía. A una se le había olvidado quitarse la redecilla del pelo.
Me pareció que hubieran pasado varias horas. Retorcía mis manos con nerviosismo y Will tuvo que tomarlas para que me dejaran de temblar.
Finalmente, Dumbledore se incorporó.
—No está muerta, Argus —anunció con cautela.
Lockhart interrumpió de repente su cálculo del número de asesinatos evitados por su persona.
— ¿Que no está muerta? —Preguntó Filch entre sollozos, mirando por entre los dedos a la Señora Norris—. ¿Y por qué está rígida?
—La han petrificado —explicó Dumbledore.
—Ah, ya me parecía a mí... —dijo Lockhart.
—Pero no podría decir como...
— ¡Pregúntele! —chilló Filch, volviendo a mi su cara con manchas y llena de lágrimas.
—Ningún estudiante de segundo curso podría haber hecho esto —dijo Dumbledore con firmeza—. Es magia negra muy avanzada.
— ¡Lo hizo ella! —saltó Filch, y su hinchado rostro enrojeció—. ¡Ya ha visto lo que escribió en el muro! Ella encontró... en la conserjería... Sabe que soy, que soy un... —Filch hacía unos gestos horribles—. ¡Sabe que soy un squib! —concluyó.
— ¡No he tocado a la Señora Norris! —exclamé con voz potente, sintiéndome incómoda al notar que todos me miraban, incluyendo los Lockhart que había en las paredes—. Y ni siquiera sé lo que es un squib.
— ¡Mentira! —Gruñó Filch—. ¡Ella vio la carta de Embrujorrápid!
—Si se me permite hablar, señor director —dijo Snape desde la penumbra, y me asusté aún más, porque estaba segura de que Snape no diría nada que pudiera beneficiarme—, la señorita Potter y sus amigos simplemente podrían haberse encontrado en el lugar menos adecuado en el momento menos oportuno —dijo, aunque con una leve expresión de desprecio en los labios, como si lo pusiera en duda—; sin embargo, aquí tenemos una serie de circunstancias sospechosas: ¿por qué se encontraban en el corredor del piso superior? ¿Por qué no estaban en la fiesta de Halloween?
Inmediatamente mis amigos y yo nos pusimos a dar a la vez una explicación sobre la fiesta de cumpleaños de muerte.
—... había cientos de fantasmas que podrán testificar que estábamos allí.
—Pero ¿por qué no se unieron a la fiesta después? —preguntó Snape. Los ojos negros le brillaban a la luz de las velas—. ¿Por qué subieron al corredor?
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Editado: 28.10.2019