Am-Arte

Bloqueo artístico

Muchas personas aman la lluvia, y hasta cierto punto yo también, pero si estas personas estuvieran en mi situación seguramente no la amarían tanto. Cualquiera puede amar este clima desde la sequedad y calidez de su cama, viendo una serie de Netflix con mamá alcanzándote chocolate caliente. Yo por otra parte, me encuentro en el portal de una casa donde al parecer nadie vive, empapada, helada y sin paraguas a la mano.
Me arrepiento una y mil veces de no haber ahorrado cuando conseguí mi primer trabajo a tiempo parcial el año pasado. Me habría podido comprar un auto. Pero no, lo desperdicié en ropa hermosa nada útil ahora mismo.
 

¡Venga ya! ¿Quién espera semejante torrencial a finales de marzo?

Al parecer todo el mundo porque soy la única sin paraguas. Mi mejor opción es llamar a Dean. No son ni siquiera las cinco y mis padres aún trabajan. Dean aparece a los pocos minutos y aparca su 4x4 negro frente a mí.

—Hey, Cami. Venga sube que te confundirán con un gato mojado—me saluda con su entusiasmo habitual y ríe de su propia broma mostrando su cuidada dentadura.

—Muy gracioso—pongo los ojos en blanco mientras abro la puerta de copiloto.

Al sentarme a su lado, posa su mano sobre la mía y la aprieta con una tímida sonrisa. En realidad me hace feliz verlo bromear, luego de la ruptura estuvo casi un año sin dirigirme la palabra.

Conozco a Dean desde los ocho años, cuando se mudó a mi barrio. A pesar de ser un año mayor y que no estudiamos nunca en la misma escuela, nos hicimos amigos al instante. Él es este amigo tan bueno y cercano que cuando te dice que está enamorado de ti, te debes a tí misma intentarlo, darle una oportunidad. Nunca sentí más que un fuerte cariño y una gran amistad. Me castigué a mí misma durante mucho tiempo. No sabía qué pasaba conmigo, ni por qué no sentía lo que debía sentir. Hubiera sido la clásica historia de mejores amigos enamorados, un cliché muy gastado.

—¿Aún no has comenzado el cuadro para la beca?—pregunta, los ojos fijos en la carretera.

—No, solo tengo algunos bocetos e ideas, no me decido aún.

—¿Sabes? Si quieres, me los muestras y te ayudo a decidir.

—Jajaja ¡Vamos, Dean! Sabes que mis dibujos no los ve nadie hasta que no estén listos. Además el objetivo es hacer una pintura por mi cuenta para así demostrar mi libertad creativa. En Italia las academias de arte son muy exigentes y la competencia es gigantesca, se presentan estudiantes de todo el continente—solo de mencionarlo me pongo nerviosa.

—Bueno aún tienes mucho tiempo, he visto muchos de tus dibujos y son geniales.

—¿Dónde has visto mis dibujos?—frunzo el ceño esperando su respuesta y me mira fugazmente, meditando si debería contarme o no.

—Un día estábamos jugando a las barajas en tu habitación, bajaste a buscar algo de comer y los encontré en el primer cajón de tu cómoda.

¡Lo dice tan tranquilo!

Abro mi boca en señal de asombro y lo empujo con mi mano indignada.

—¿Que hacías rebuscando entre mis cosas?—ataco.

—¡Cuidado! Estoy intentando manejar—lo dice entre risas, intentando ignorar mi pregunta.

—¿Y bien?—insisto alzando mis cejas.

—Estaba buscando tu diario porque... quería saber si sentías lo mismo que yo.—suspira y me mira directo a los ojos, los suyos cargados de melancolía. Seguro esto ocurrió en una época en la que todavía no éramos pareja—En fin... deberías mejorar tus escondites—añade para cambiar el ambiente que se había tornado incómodo.

—No se supone que sea un escondite, nadie debía abrirlo.

Nos adentramos así en nuestras familiares peleas. Él dice algo para molestarme, yo le devuelvo el gesto y así ha sido nuestra relación desde un principio. Luego de quince minutos de camino, entramos por fin a la calle Grenette, nuestra calle. Me bajo del coche, por suerte ya no llueve tan fuerte. Adentro mi cabeza por la ventanilla para despedirme de él.

—Gracias Dean, te debo una.

—En realidad, me debes unas cuantas—replica con sarcasmo. Respondo con una sonrisa forzada y sacando mi dedo del medio para él—No olvides tu salida de mañana—me recuerda poniendo el auto en marcha y pongo los ojos en blanco.

—Solo si tuviera un deseo de muerte—respondo y se ríe, conoce a Georgina tan bien como yo.

No miento, Georgina en verdad me mataría si falto a esta salida. Hace una semana está insistiendo, quiere presentarnos a su nuevo “amigo” y no ha podido pensar en un mejor lugar para encontrarnos que un club nocturno.

—Llámame—es lo último que dice y desaparece como un rayo salpicando las partículas de agua del suelo.

Entro corriendo a las escaleras del edificio donde vivo. Todo el alojamiento tiene la misma onda antigua de ladrillos rojos gastados y los pasamanos de las escaleras negros. Mi apartamento es en el segundo piso, saco mis llaves y finalmente entro.

Veo las luces encendidas y un familiar olor a salsa me invade las fosas nasales. Tiro las llaves y la mochila sobre uno de los muebles de la sala de estar.

—¿Mamá?—llamo entrando en la cocina.

Mi madre está cocinando su salsa para espaguetis. Mmm... ya me está gustando la cena de hoy.

—Hola, cariño—me saluda sin mirarme, está concentrada en su salsa. Me acerco y la beso en la mejilla.

—Estás toda mojada—me regaña al sentir mi rostro mojado.

—¿Que haces aquí tan temprano? Tuve que llamar a Dean para que me salvara de la lluvia. Te hubiera llamado a tí de haber sabido que estabas aquí—le pregunto y me cruzo de brazos, observando lo que hace.

—Es que tienes celular para nada, Cami.

Tiene razón, soy idiota, no pensé en llamarla. Pero vi la hora y siempre está trabajando en este horario, así que tal vez no soy tan idiota.

—Se supone que estás en el trabajo hasta las seis y solo son—observo mi reloj—pasadas las cinco.

Camino hasta el frigorífico y saco una tarta de chocolate que ayudé a hornear anoche.

—¿Por qué no te das un baño antes de comerte eso?—pregunta al ver mis intenciones agarrando un cuchillo.



#16045 en Novela romántica

En el texto hay: romance, amorverdadeo

Editado: 04.10.2022

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