Am-Arte

El partido de volley

Despierto un poco más temprano que de costumbre. Quiero desayunar con mis padres antes de clases, no he pasado mucho tiempo con ellos últimamente.

—Cami, ¿de pie tan temprano?—dice mi padre y da un sorbo a su vaso de leche.

—Ya descansé lo suficiente.

Me uno a ellos en la mesa y mi madre habla cuando me estoy sirviendo unos gofres.

—Tenemos que hablar.

¡Oh, no! Por lo general las conversaciones que comienzan con esa frase, no terminan bien.

—¿Qué pasa?

Se miran entre ellos dos y yo alzo las cejas, esperando la respuesta. Mi padre es quien rompe el silencio.

—No podemos seguir pagando tu taller—dice y no me mira, sino que sigue comiendo, muy tranquilo.

—¿Qué? ¿Por qué?—no entiendo nada y necesito una explicación.

—La cafetería está mal, ya lo sabes. Despedimos a Adrien y aún así no mejora. Tenemos que dejar de gastar en cosas innecesarias.

Siento una tristeza interna. Me van a quitar lo único que hacía por mí. Lo único que me gusta hacer de mi rutina. Una vez a la semana puedo aprender, mejorar mi talento, divertirme mientras lo hago y siento que crezco. Ahora, debo que ver cómo eso se esfuma en un segundo.

—Si la cafetería está tan mal ¿por qué no la venden?—propongo molesta. Mi padre resopla, como si hubiese dicho un disparate enorme.

—¿Perdiste la cabeza? ¿De qué vivimos?

—De un trabajo como las personas normales—digo fusilándolo con la mirada.

—No quieres entenderlo, perfecto, no tienes que hacerlo. No hay más taller y punto.

Mi madre nos mira discutir sin decir una palabra. Nunca le han gustado las discusiones, sobretodo cuando estamos en la mesa.

—Lo que no entiendo es porqué el sacrificio tiene que ser mío.

—¿Sacrificio? Niña, no sabes lo que es un sacrificio. Nosotros sí nos hemos sacrificado toda la vida por tí.

Me dirijo a mi madre, buscando su ayuda para parar esto.

—Mamá, por favor. No dejes que me saque del taller—suplico tocando su brazo.

Ella simplemente baja la vista a su plato ignorándome.

—Ya está hecho, Camille. Hablé con Louise anoche.

Al escucharlo decir eso me levanto de forma brusca de la mesa y me marcho a mi habitación. Me lanzo en la cama, con los ojos llenos de lágrimas, enfadada. Sé que parezco una niña que le quitan un juguete, pero es más que eso. Se trata de mi futuro, de mi formación como pintora, todo se ha arruinado. Mi teléfono vibra y seco mis lágrimas para agarrarlo.

Adriano: Espero en verdad verte hoy :)

A pesar de las lágrimas, su mensaje me hace sonreír. Incluso ha mandando una carita sonriendo.

Yo: Yo también.

Increíblemente su mensaje me ha subido el ánimo, así que me pongo de pie y me preparo para ir a la escuela. Nunca he tenido tantas ganas de ir como hoy.

                                                ...

Las gradas parece que van a caer de tantos estudiantes en ellas. Las animadoras hacen sus coreografías. El partido de hoy es el final del campeonato escolar, por eso todos están aquí, apoyando nuestra escuela. Faltan quince minutos para las tres y Lorenzo, nuestro capitán, nos da palabras de aliento.

—¡Chicos, escuchen! No podemos perder contra esa... esa escuelucha. Esta es la final y somos mejores que ellos. ¡A ganar!—grita.

Aplaudimos y gritamos dándonos ánimo unos a otros. Vemos cómo se acercan los competidores de la otra escuela y el público abuchea. Marie, una de mis compañeras se acerca a mí.

—Hay chicos muy guapos en el equipo contrario, será difícil concentrarse—me río de su observación pero me permito mirar un poco a los chicos.

—Pues intenta concentrarte o Lorenzo te matará.

—Mira, aquel. El alto de pelo rizo, está muy bueno.

Busco con la mirada al chico que me señala y abro los ojos sin poder creérmelo. Es Adriano, con un uniforme del equipo contrario. Me acerco a él con la boca abierta y al llegar me besa en la mejilla.

—¿Qué haces?—le digo con una sonrisa de incredulidad.

—Dije que vendría ¿no?

—Sí, pero... ¿vas a jugar?

—Claro, ¿no me queda el uniforme?—brome y se da la vuelta para que lo mire.

Pongo los ojos e blanco ante su arrogancia, no me puedo creer que de verdad vaya a jugar. Se ve tan guapo con la cinta que a puesto en su frente para evitar que el pelo le caiga sobre esta.

—¿Cómo vas a jugar? No eres estudiante.

—Bueno, conozco al director del equipo. Es gran admirador de mi trabajo. Con una llamada estuvo más que de acuerdo en dejarme participar.

—Pero... ¿por qué quieres hacerlo?

—Para hacer una apuesta contigo.

—¿Una apuesta? ¿En serio?—arqueo una ceja.

—Umju. Si yo gano, tienes que concederme una cita.

—Ya tuvimos una cita—le recuerdo y me cruzo de brazos.

—No, no. Una cita de verdad, solos tú y yo.

Es cierto que nuestro encuentro en el cine no fue una cita y las demás veces que nos hemos visto han sido puras casualidades. Nunca hemos tenido una cita oficial.

—Vale. ¿Y si yo gano?

—Tú eliges—se encoje de hombros.

El árbitro principal suena el silbato y miro hacia el terreno. Ya están todos tomando sus posiciones. Cuando me volteo, me cuesta reaccionar para notar que Adriano me besa. Es un beso rápido y tierno. Yo me quedo con los ojos muy abiertos. No me lo esperaba, para nada.

—Para la buena suerte—me dice sonriendo y se marcha corriendo a su parte del terreno.

¡Qué mono! Me quedo allí parada, viendo cómo se aleja. Una de las cosas que más me gusta de Adriano es como puede ser tan adorable a la vez que maduro.

Me uno a mi equipo y no dejo de mirarlo al otro lado de la cancha. La primera en hacer el saque soy yo. Golpeo la pelota lo más fuerte que puedo y un oponente la recibe pasándosela al chico debajo de la red. Este se la lanza a Adriano, quien con un impresionante salto, golpea la pelota con fuerza, en un remate que choca contra el suelo emitiendo un sonido sordo. Me guiña un ojo con una sonrisa altanera al anotar el primer tanto.



#16113 en Novela romántica

En el texto hay: romance, amorverdadeo

Editado: 04.10.2022

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