Domingo. Día en que las personas se quejan de estar aburridos en casa. Por lo general paso los domingos dibujando, leyendo y durmiendo, pero este domingo es diferente. Tengo una cita. Mi primera cita real con un italiano que roba mi aliento. Muchos se imaginan la primera cita como una cena. Restaurante de lujo, vestido de gala y velas en las mesas. Mi primera cita será todo lo contrario. Algo informal, fueron las palabras de Adriano en su último mensaje. Un paseo a un sitio de la ciudad que no quiere revelar, aumentando así mis nervios.
Salgo a despedirme de mamá que está en el balcón, leyendo cualquier libro de cocina que se encontró por ahí.
—Mamá, me voy—le informo.
Se quita los lentes y me mira de arriba a abajo, con una ceja arqueada.
—¿A dónde vas?
No le he contado sobre Adriano. Para ella solo es un amigo que está interesado en mí. Aprendí con todo el rollo de Dean, que mi madre se encariña demasiado con los chicos que traigo a casa, así que no quiero ilusionarla sin motivos.
—No te diré—sonrío.
—Sabes que puedo prohibirte ir ¿no?—amenaza pero sé que bromea.
—No lo harías—entrecierro los ojos, medio riendo.
—¿Te vas a ver con ese chico? ¿Aquel con el auto increíble?
—Sí.
—¿Lo traerás alguna vez?—pongo los ojos en blanco.
—Alguna vez.
Le doy un beso en la mejilla y siento el motor inconfundible del auto de Adriano. Miro mi reloj, las dos y media, muy puntual.
Bajo las escaleras y lo veo acercarse a mí. No sé por qué estoy tan nerviosa. Es como si lo viera por primera vez. Está tan guapo como siempre, pero trae unas gafas de sol que no me dejan mirar mi rasgo favorito de su rostro, sus ojos.
—Hola—digo al llegar a él. Me besa en la mejilla con una sonrisa y yo inhalo su olor ya familiar.
—¡Buenas tardes, señora Roux!—grita él hacia mi madre que se encuentra en el balcón como una guardiana.
—¡Buenas tardes...—mamá se queda en blanco, no le he dicho su nombre. Tampoco es que lo haya preguntado. Adriano me mira arqueando una ceja y finge estar dolido.
—¿No le has dicho mi nombre a tu madre?
—No ha venido al tema—me encojo de hombros.
—Debería saberlo, es mi futura suegra—me guiña un ojo y me derrito.
—¡Adriano Coppola!—le grita con una sonrisa.
Mamá asiente con una sonrisa y antes de darme cuenta Adriano agarra mi mano y me guía al auto, incluso abre la puerta de copiloto para mi. Luego le observo dar la vuelta y subirse. Me mira y sonríe para calmar mis nervios.
—¿Lista?
Asiento con la misma dulzura que pregunta y me siento muy cómoda. Lyon parece pequeña en el mapa, pero me adentro en calles preciosas que no conocía. Llevamos un rato conduciendo y sigo sin tener idea de adónde me lleva.
—¿Adónde vamos?—le pregunto.
—Confía en mí.
Me resulta inquietante la idea, pero confío en él. Esto es nuevo para mí porque soy muy desconfiada con la mayoría de las personas, pero con él es diferente, me transmite una confianza increíble a pesar de conocerlo hace solo unas semanas.
—¿Te gustaba viajar cuando eras niño?—pregunto. Me da mucha curiosidad saber cómo fue su infancia. Conocer un poco más sobre los momentos en que era feliz.
—Antes del accidente adoraba venir aquí. Veníamos todos los meses a casa de mis abuelos maternos. Mi padre me llevaba a ese lugar de arte callejero del otro día. Mamá lo regañaba porque decía que no era lugar para un niño, debido a los delincuentes y tal, pero a mí me encantaba ir.
Está sonriendo ante el recuerdo. Lo observo mientras habla y me invade la misma sensación de felicidad que él decía sentir.
—Suena adorable—comento.
—Después del accidente... todo cambió. Odiaba venir, solo lo hacía porque Juliette me obligaba. Habían demasiados recuerdos que prefería dejar atrás. Me quedaba en mi habitación todo el día, pintando.
—Me pasaba igual—me mira como si no entendiera lo que acabo de decir, así que lo aclaro—No la parte de mis padres. Pero cuando era pequeña siempre estaba en mi habitación, pintando. Papá decía que era antisocial, no era cierto, tenía amigos. Solo prefería...
—Preferías estar con un pincel, una hoja y tu mente llena de ideas antes que interactuar con la sociedad—me interrumpe una vez más para expresar lo mismo que pensaba. Siempre estamos en la misma página, sincronizados. Esa conexión invisible tan intensa es la que me atrae a él como una polilla a la luz.
—Exacto. El sentimiento aún se mantiene.
—Claro, cuando crecemos la sociedad es incluso peor.
—Sí. Muchos problemas, responsabilidades, dramas... es agotador.
—En ocasiones quisiera desaparecer. Dejarlo todo y marcharme—dice apasionado.
—¿A dónde irías?—pregunto interesada. Lo piensa por un momento y luego responde convencido.
—París.
—¿Nunca has estado en París?
—Sí. Por eso la elijo.
—¿No está París demasiado cerca?—cuando decía “desaparecer” me imaginaba algo lejano. Una isla o algo así. Por eso me asombra su elección.
—Eso no importa, es la ciudad del amor, el lugar perfecto para desaparecer. ¿Has estado?
—¿En París? No, nunca he salido de Lyon—le cuento.
—¿Cómo puedes ser francesa y no haber ido a la ciudad más famosa de tu país?
—No es tan fácil ir a París—le recuerdo. Está claro que para él si lo es, debido a su posición económica.
—Te llevaré en alguna ocasión, si quieres—me río ante su propuesta disparatada y recuerdo que a él suele molestarle esa expresión, “si quieres”
—¿Si quiero?—arqueo una ceja acusadora.
—Touché, Camille.
...
Abro mi boca de par en par cuando por fin llegamos a nuestro destino. Estamos en el estadio de fútbol de Lyon. Recuerdo que hoy hay partido contra mi equipo favorito. Muchas chicas estarían decepcionadas por esto, pero para mí es la cita perfecta.
—Me dijiste que te gustaba el fútbol ¿no?