Sentada en la cama, estiro mis brazos y bostezo. La cabeza me duele un poco por tanto vino, pero nada que un poco de café no pueda arreglar. Al bajar las escaleras me encuentro con Adriano sentado en el bar de cocina, con una taza de café entre manos y expresión de haber despertado hace unos pocos minutos.
—Buenos días—lo saludo.
—Buenos días—susurra con una sonrisa.
—¿Aún queda?
—¿Eh?
—Café—apunto a la cafetera con mi cabeza.
—Oh, sí.
Me acerco y sirvo mi respectiva taza. Luego salgo a la terraza, donde el aire es más frío y refrescante. El sonido de las aves y el sol brillando en el lago hacen que la mañana sea muy agradable. Me columpio mientras disfruto. Adriano sale al poco tiempo y se sienta a mi lado.
—El clima es... agradable ¿no?—comenta mirando sus manos sobre su regazo.
—Así es—confirmo.
—Cami, a pesar de lo de anoche, ¿la estás pasando bien?
Está preocupado por el pequeño enfrentamiento entre él y Dean anoche. La verdad fue una pequeñez, no pienso estar molesta por eso.
—Lo de ayer fue una estupidez. Todos estábamos bebidos, aunque sí que estabas molesto.
—Lo siento—susurra y pongo mi mano sobre la suya, sonriendo.
—No pasa nada ¿Sabes, Georgina y Orso volverán allá esta noche?
—¿En serio? Al parecer les gustó el lugar.
—Al parecer—suspiro con expresión de desagrado.
—¿No quieres volver?
—El lugar es hermoso, pero... estoy cansada, hoy es la última noche y quisiera pasarla aquí, relajada.
—¿Te digo algo? Yo igual—susurra con complicidad y ambos nos reímos.
—¿Cómo le diremos a Georgina que no iremos?
—Déjamelo a mí—dice y me da un besito corto en los labios.
...
Estamos en el porche despidiendo a los chicos. Ya casi anochece y no veo la hora de que se marchen todos para tener algo de paz. Los chicos pueden ser muy ruidosos, sobretodo Georgina peleando todo el tiempo con Dean.
—No olvidaré que no quisiste venir—me recuerda.
—Estoy muy cansada. Además te viene bien el tiempo a solas con Orso.
—Ya claro, olvidas que tengo a Dean pegado.
—Que se quede—me encojo de hombros.
—¿Dean, Adriano y tú en la misma casa por horas? ¿Perdiste el juicio?—niega con la cabeza y ríe de mi ocurrencia.
Orso se acerca a nosotros aplaudiendo para apresurar a su chica.
—¡Vamos, vamos, vamos, Georgie! Mientras más tardemos en ir, más tardamos en regresar.
Ella pone sus ojos en blanco, sé que odia que la apresuren o le ordenen hacer algo.
—¡Ya voy!—grita y se une a ellos.
Veo la luz de las linternas desvanecerse en el espeso bosque. Siento unos pasos detrás de mí y alguien me agarra de la cintura muy bruscamente, doy un salto.
—¡Ahhhhh!—suelto además un grito demasiado agudo.
Acto seguido siento la risa de Adriano y su boca mordiendo mi cuello suevamente, provocándome cosquillas.
—¡Joder! No es gracioso, Adriano—lo regaño. Me da la vuelta y me besa en los labios antes de mirarme con los ojos brillantes, llenos de emoción.
—La casa es nuestra. Preparé algo.
Agarra mi mano y sale caminando conmigo. Me lleva afuera, cerca del lago. Veo una luz justo en la orilla.
—¿A dónde me llevas?—le pregunto medio riendo porque está muy emocionado.
—Espera—se detiene y saca de su bolsillo un pedazo de tela, se pone detrás de mí.
—¿Qué haces?
—Confía en mí.
Amarra el pedazo de tela alrededor de mi cabeza, como un antifaz. Todo se vuelve negro ante mis ojos. Estoy un poco nerviosa, pero confío en él como nunca creí que confiaría en alguien. Caminamos un poco más hasta que nos detenemos.
—¿Lista?—pregunta detrás de mí y solo asiento con una sonrisa expectante.
Al retirar la tela mis ojos tardan un segundo en adaptarse a la luz tenue que nos rodea. El lugar es como una pequeña caseta, con columnas blancas y techo de tejas. Está totalmente rodeada de luces navideñas blancas. En el centro hay una mesa con la cena y una botella de vino dentro de un cubo con hielo. Todo el suelo está cubierto de pétalos y un poco de música suave suena.
—¿Y bien?—se para a mi lado con una sonrisa.
—Adriano, esto es... hermoso.
Me acerco y lo beso en la mejilla antes de caminar cerca de la mesa. Él me corre la silla y hace un gesto exagerado para que me siente, como un caballero inglés de los años ochenta.
—Señorita Roux—dice y hago una reverencia antes de sentarme, dibujando una sonrisa.
—Señor Coppola—me siento y él también lo hace, frente a mí.
Comienza a servirnos un poco de vino y yo solo lo observo con detenimiento. Me tiene completamente fascinada, sobre todo cuando hace cosas como estas. Remueve las tapas de los platos frente a nosotros y me río al ver el contenido. Sándwiches de mantequilla de maní.
—¿En serio?—exclamo riendo, eso no me lo esperaba.
—Esto es un manjar de los dioses. Un poco de respeto—actúa ofendido, pero una sonrisa baila en sus labios.
—Perdón, estoy de acuerdo.
Acerca su copa de vino hacia mí, observándome con esa mirada penetrante que me hipnotiza.
—Por más momentos así—susurra.
—Por más momentos así—confirmo con una sonrisa.
Brindamos y comenzamos a comer nuestros sándwiches. Oigo que comienza a sonar la canción Moonlight de Ariana Grande en los altavoces. Arqueo mi ceja con una pequeña sonrisa triunfante.
—¿Eso que oigo es Ariana Grande?
—Quizás no está tan mal después de todo—se encoge de hombros.
—¿Mejor que The Beatles?
—No exageres.
Nos terminamos los sándwiches y nos quedamos sentados en el suelo, sobre los pétalos, bebiendo un exquisito vino de uvas y conversando.
—¿Qué fue lo primero que pensaste de mí?—esa pregunta me toma por sorpresa.
—Pensé...—me detengo y miro al suelo sonriendo, me dan vergüenza este tipo de declaraciones.
—Cuéntame—presiona con voz suave.